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La mañana siguiente llegó con la misma opresiva sensación que había invadido a Isabel desde la noche anterior. Cada rincón de la oficina, cada rostro que cruzaba su camino, parecía estar teñido de una desconfianza palpable. Aunque todos se movían con aparente normalidad, algo en el aire había cambiado. Hugo había hecho su jugada, y ahora Isabel deb
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