Capítulo 4 El Vino y el Corazón

El día amaneció fresco y claro, como un lienzo en blanco. La luz de la mañana bañaba las viñas de la finca, dando un resplandor dorado a las hojas aún mojadas del rocío de la noche. Sophie se despertó temprano, como ya se había acostumbrado desde que llegó a la Toscana, y se levantó de la cama para contemplar el paisaje desde la ventana de su habitación. El aire suave de la mañana la envolvía, trayendo consigo el aroma de la tierra, las uvas maduras y las flores silvestres que crecían cerca del río.

Había algo cautivador en ese lugar, algo que parecía despertar un lado más introspectivo en ella. En Londres, su vida era frenética, siempre en movimiento, entre entrevistas y reuniones. Pero aquí, entre las montañas y los viñedos, todo parecía más lento, más profundo. En cierto modo, se sentía como si la finca de Luca estuviera curando algo en su interior, algo que ni ella misma comprendía por completo.

Esa mañana, el ritmo de la finca estaba marcado por la vendimia. El ambiente se llenaba de risas y el sonido de las tijeras cortando las uvas maduras. A medida que Sophie caminaba entre los viñedos, observaba cómo los trabajadores se movían con agilidad, recogiendo los racimos con manos expertas. Aunque ya había pasado varios días allí, nunca dejaba de maravillarla la forma en que todo parecía tener un propósito. Cada gesto, cada acción, estaba conectado con la tierra, con la tradición y con el esfuerzo de generaciones.

Sophie estaba ahí, con su libreta en mano, tomando notas para el artículo que debía escribir, pero había algo que la distraía. Cada vez que sus ojos se cruzaban con los de Luca, sentía una extraña mezcla de incertidumbre y atracción. A veces, él la observaba en silencio, como si también estuviera analizando cada movimiento suyo. Su mirada, siempre profunda y reservada, parecía esconder mucho más de lo que mostraba. Y aunque Sophie sentía una curiosidad creciente, sabía que Luca no era de los que compartían fácilmente sus pensamientos. Había algo en su comportamiento, algo en su postura y en su tono de voz, que le decía que su corazón estaba lleno de secretos.

La jornada avanzaba rápidamente, y al mediodía, los trabajadores se reunieron en una mesa larga bajo un gran olivo. Los aromas de un plato de pasta con salsa de tomate, hierbas frescas y un toque de aceite de oliva llenaron el aire, invitando a todos a disfrutar de un merecido descanso. Sophie se unió a ellos, agradecida por la oportunidad de sentarse con las personas que hacían posible la cosecha, aunque su mente seguía girando en torno a Luca.

-Sophie, ¿qué opinas del vino que probamos anoche? -le preguntó una de las trabajadoras, Elena, mientras se sentaba junto a ella.

Sophie sonrió, recordando el sabor profundo y afrutado del vino tinto que Luca había elegido para la cena.

-Estaba delicioso, muy suave pero con una intensidad única. Nunca había probado algo así.

Elena asintió con una sonrisa orgullosa.

-Es de nuestra mejor cosecha. El vino aquí tiene algo especial, ¿sabes? No es solo la tierra, ni el clima, ni siquiera las manos que lo cosechan. Es... lo que ponemos en él. La pasión, el esfuerzo, y sí, también el amor.

Sophie la miró intrigada. No solo le hablaba de la calidad del vino, sino también de algo más profundo. Algo que le resultaba difícil de definir, pero que entendía perfectamente.

-¿Y Luca qué opina de eso? -preguntó Sophie, en un susurro.

Elena se quedó en silencio por un momento, como si estuviera considerando qué decir. Luego, suspiró y miró hacia donde Luca se encontraba, supervisando el trabajo de los vendimiadores.

-Luca... no es como los demás -respondió Elena en voz baja-. Su pasión por el vino va más allá de lo que muchos pueden entender. Pero, ¿sabías que él nunca quiso quedarse aquí? Esta finca no era su sueño, era el sueño de su padre.

Sophie frunció el ceño, intrigada por las palabras de Elena.

-¿No era su sueño? -preguntó, sorprendida.

Elena negó con la cabeza lentamente.

-No. Cuando su padre murió, Luca se hizo cargo de la finca, pero no porque quisiera. Lo hizo por obligación, porque sentía que no tenía otra opción. Durante años, estuvo atrapado en ese deber, sin encontrar su propio camino. Y el vino... el vino se convirtió en su única forma de escapar, de encontrar algo que le perteneciera a él.

Sophie escuchó atentamente, comprendiendo un poco más de lo que se ocultaba detrás del carácter taciturno de Luca. Sin embargo, también sentía una profunda curiosidad por saber más. No podía evitar preguntarse qué lo había llevado a finalmente abrazar la finca, a sumergirse en el mundo del vino.

-¿Y qué pasó después? -preguntó, esperando que Elena continuara.

Elena miró a Luca una vez más, y luego bajó la vista a su plato de pasta, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

-Con el tiempo, Luca se dio cuenta de que el vino era más que una obligación. Era su manera de lidiar con el dolor, con la pérdida. Pero también es su forma de amar. El vino tiene una manera de hacerle sentir que tiene algo bajo su control. Es difícil explicarlo, pero para él, cada botella cuenta una historia. Y, aunque no lo dice, creo que el vino lo ha salvado de sí mismo.

Sophie se quedó en silencio, contemplando las palabras de Elena. Había algo en esa historia que resonaba con ella, algo que la conectaba con lo que Luca había compartido la noche anterior. El vino, como metáfora de la vida, de la lucha, de los miedos y las pasiones ocultas. Para Luca, parecía ser una forma de lidiar con las heridas invisibles, de encontrar consuelo en algo tangible, algo que podía controlar.

Después de un rato, Sophie decidió que era el momento de hablar con Luca, de encontrar una oportunidad para acercarse más a él. La conversación con Elena la había dejado pensativa, y sentía que, de alguna manera, había comenzado a comprender mejor a Luca, aunque aún quedaba mucho por descubrir.

Casi al final de la jornada, Sophie se acercó a él, que estaba de pie junto a una de las barricas, observando el proceso de fermentación del vino. La luz dorada de la tarde iluminaba su rostro, acentuando las sombras en su mandíbula marcada y en sus ojos profundos.

-Luca -dijo Sophie con una sonrisa tímida-, ¿puedo hablar contigo un momento?

Luca la miró, sus ojos un poco sorprendidos, pero asintió sin decir palabra, invitándola a acercarse.

-Claro, Sophie. ¿Qué sucede?

Sophie respiró hondo, buscando las palabras adecuadas.

-He estado pensando en lo que dijiste la otra noche, sobre el vino y el miedo... Quería saber si hay algo más que quieras compartir. No me malinterpretes, no estoy aquí para presionarte, solo... quiero entender.

Luca la observó durante un largo momento, sus ojos fijos en ella. Parecía que meditaba las palabras que iba a decir. Finalmente, dio un paso atrás y miró al horizonte, como si buscara una respuesta en el paisaje.

-El vino... el vino es lo que me ha permitido seguir adelante. Pero no siempre fue así. Durante años, viví con la sensación de que estaba atrapado, de que no podía escapar de las expectativas de mi padre, de la responsabilidad que pesaba sobre mis hombros. El vino, en sus primeros años, fue solo un escape, una forma de huir del dolor. Pero con el tiempo, me di cuenta de que no podía seguir huyendo.

Sophie lo miró, sintiendo una mezcla de respeto y compasión por él. Era un hombre marcado por sus propias batallas internas, pero también alguien que, a su manera, había encontrado una forma de sanar.

-No tienes que hacerlo solo, Luca -dijo ella, con suavidad-. Si alguna vez necesitas hablar o... compartir algo, estoy aquí.

Por un momento, sus ojos se encontraron, y Sophie vio en ellos algo que no había notado antes: vulnerabilidad. Un destello de reconocimiento, como si, tal vez, él también sintiera el peso de las palabras no dichas entre ellos. Pero, al igual que siempre, Luca se apartó de la emoción, desviando la mirada hacia las viñas.

-Gracias, Sophie. Lo tendré en cuenta.

Con esas palabras, el silencio volvió a instalarse entre ellos, pero algo había cambiado. Ya no era solo el vino lo que los unía, sino una conexión más profunda, más humana. Ambos sabían que, aunque el camino por recorrer sería largo y lleno de incertidumbres, en ese momento compartían algo real, algo que no se podía definir con palabras.

Y mientras el sol se ponía en el horizonte, Sophie sabía que su estancia en la Toscana, aunque solo estuviera comenzando, marcaría un antes y un después en su vida.