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Arda se puso de pie con calma, sin perder la compostura. En ese momento la verguenza lo consumia, todos estaban a la espera de su respuesta.
-Estoy cenando. ¿Hay algún problema?
Selin bajó las gafas, dejando ver sus ojos grises, fríos como el hielo.
-Sí. Que te vea en público con... -miró a Susana de arriba abajo, como si evaluara una mancha-... esta gente. No es propio de ti. ¿Qué pensarán los inversores? ¿Tu equipo?
-Lo mismo que tú, probablemente. Y me da igual -respondió él, con un tono más firme.
Susana se removió incómoda en su silla, sintiéndose fuera de lugar. Los niños la miraban con preocupación.
-No queremos causar problemas -dijo Susana en voz baja, dirigiéndose a Arda-Podemos irnos.
-No -respondió él, sin mirarla-No van a ningún lado. Están comiendo. Conmigo.
Selin rió con amargura. Conocia a Arda perfectamente, pero hoy, no era él.
-Qué noble. ¿Y después qué? ¿Los llevas a casa? ¿Adoptas niños ahora?-dijo Selin sin compasión
Arda apretó la mandíbula y la miro con enojo.
-¿Por qué estás aquí, Selin?
-Porque firmamos esos papeles la próxima semana, ¿recuerdas? Y quería hablar de los términos finales. Pero parece que estás... ocupado -miró de nuevo a Susana con desprecio.
-Lo estoy. Así que si no tienes nada más que decir...
Selin se cruzó de brazos y lo miró con una sonrisa helada.
-¿Sabes? Siempre supe que había algo en ti que quería salvar al mundo. Pero esto... esto es patético. Finges ser un héroe, pero en realidad estás solo. Solo, y desesperado por llenar un vacío.
Arda mantuvo la mirada, sin parpadear.
-Tal vez. Pero al menos lo intento.
Selin resopló, luego miró a Susana una vez más, esta vez con una pizca de compasión forzada.
-Suerte, querida. Vas a necesitarla-sin esperar respuesta, dio media vuelta y salió del restaurante, sus tacones marcando el ritmo de su salida triunfal.
El silencio en la mesa fue incómodo por unos segundos. Pero Eva, fue la primera en romperlo.
-¿Era su esposa?-preguntó con inocencia, pero Susana le dio un pellizcon a la pobre niña.
Arda suspiró y se sentó nuevamente. Antes de responder llevo su mano hasta la cabeza de la niña y la froto con ternura.
-Fue. Ya no.
Susana lo miró con atención. No sentía lástima por él, pero sí algo nuevo: respeto.
-No tienes que hacer esto, ¿sabes? Nadie te obliga a cargar con desconocidos-dijo Eddy mientras le daba un mordisco a su pollo.
Susana no aguanto las preguntas y respuestas de sus hijos y los volvio a regañar.
-Niños ya veran-susurro mientras abria los ojos.
Arda sonrió forzado, ya que se sentia un poco cansado.
-Y sin embargo, aquí estamos. Coman antes de que se enfríe-susurro mientras llevaba su mano a su barbilla.
Los niños sonrieron, relajados otra vez, y retomaron su comida. Susana bajó la cabeza, removiendo con el tenedor el arroz del plato, y pensó que tal vez, solo tal vez, este hombre no era como los demás.
Eddy, que había comido con ganas, soltó un pequeño bostezo que sorprendió incluso a él mismo.
-Tengo... sueñito, mami -murmuró mientras se frotaba los ojos con el dorso de la mano.
Susana dejó el tenedor y lo miró preocupada.
-¿Quieres que te cargue hijo?
Eddy negó con la cabeza, ya medio recostado sobre la silla, su cuerpo cediendo al cansancio acumulado. Susana lo atrajo hacia sí con ternura, acunándolo con los brazos mientras intentaba no derramar su vaso de agua. La respiración del niño se volvió lenta y pesada en cuestión de minutos.
Arda los observó en silencio. La escena lo conmovía más de lo que podía admitir. Había visto muchas injusticias, pero pocas tan calladas como la de un niño durmiéndose de puro agotamiento tras una comida caliente.
-¿Dónde piensan ir esta noche? -preguntó Arda finalmente.
Susana levantó la vista, sin responder de inmediato. Era la misma pregunta que evitaba hacerse desde que entraron al restaurante. Eva también la miró, esperando una respuesta. El silencio fue una confesión más elocuente que cualquier palabra.
Arda se puso de pie y dejó unos billetes sobre la mesa.
-Vámonos -dijo con suavidad, sin tono de mando, solo como quien tiende una mano.
-¿A dónde? -preguntó Susana con sorpresa.
-A casa -respondió él.
-No deberías... -comenzó ella.
-No deberías tener que dormir en la calle con tus hijos -la interrumpió él, con un tono serio.
Hubo una pausa. ya que Eva le tomó la mano a su madre y la apretó con fuerza. Mientras la miraba a los ojos.
-Por favor, mami -susurró la pequeña con cansancio.
Susana cerró los ojos unos segundos. Cuando los abrió, asintió con la cabeza, muy despacio.
-Solo por esta noche.
Arda sonrió apenas, luego se acercó y con extrema delicadeza tomó a Eddy en brazos, envolviéndolo en su chaqueta como si fuera de cristal. El niño apenas murmuró algo, que no se logro entender, y se acomodó contra su pecho, confiado.
Salieron del restauran, aun con las miradas puestas de los espectadores. El chofer ya esperaba en la entrada, y al verlos, abrió la puerta trasera del coche sin hacer preguntas.
En el interior del auto, con Eva acurrucada junto a su madre y Eddy dormido en brazos de Arda, el silencio era distinto. No era incómodo, ni tenso. Era un silencio de paz. De respiro.
Susana observó el reflejo de la ciudad en la ventana, los edificios, las luces, la vida que seguía. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que quizá -solo quizá- todavía quedaba un lugar para ellos. Aunque fuera por esa noche.
Y mientras Eddy dormía, con una expresión de felicidad en el rostro, ella pensó: Tal vez esta noche sí podamos soñar.
Arda bajó la mirada hacia el niño dormido en sus brazos. Eddy respiraba tranquilo, con la mejilla apoyada contra su pecho, como si ese fuera el lugar más seguro del mundo.
Entonces, alzó los ojos y miró a Susana, quien empezaba a cabecear de sueño.
-Estás agotada-dijo él en voz baja, casi como si pensara en voz alta.
Susana giró ligeramente el rostro, sorprendida por la ternura en sus palabras.
-No puedo permitirme estarlo -respondió con una pequeña sonrisa triste-Si me detengo, me caigo. Y no tengo a nadie que me levante.
Arda la observó un instante más. Había algo en ella que le resultaba familiar. No en su historia, ni en su aspecto... sino en esa forma de resistir, incluso rota.
-Tal vez ahora sí tengas -murmuró él.
Susana lo miró, esta vez con los ojos bien abiertos. Había oído muchas promesas en su vida. Muchas frases dulces sin sustancia. Pero en la voz de Arda no había grandilocuencia, ni intención de impresionar. Solo verdad. Simple. Desarmante.
-No me digas eso si no lo sientes de verdad -dijo ella, con más firmeza de la que esperaba.
Arda sostuvo su mirada un segundo más, sin esquivarla.
-No te diría nada si no fuera en serio.