/0/16326/coverbig.jpg?v=e7946ccab9f94faa1881d72d1da4de11)
DOS AÑOS DESPUÉS
Santiago caminaba con paso rápido por las aceras del centro, esquivando gente y cuidando de no volcar el contenido de la bolsa térmica que llevaba en las manos. El calor del mediodía le hacía sudar la frente, y la camisa azul que llevaba puesta ya tenía manchas de transpiración en la espalda. Apretó los labios, molesto, mientras pensaba en la razón de su caminata: el almuerzo de su jefa.
Desde hacía dos años trabajaba para ella. Sofía García. Dueña de la reconocida empresa García Elite Fragrance & Jewelry, una marca de lujo que dominaba el mercado de perfumes y joyas ella le había cambiado el nombre a la empresa cuando se unió con su amiga Mariana. Una hermosa, joven y con una mirada que imponía respeto. Pero también era temida. De carácter fuerte, impredecible, con un humor cambiante que podía pasar de la calma a la furia en cuestión de segundos.
Santiago ya había aprendido a reconocer sus estados de ánimo por el simple sonido de sus tacones sobre el mármol de la oficina o por la manera en que golpeaba la puerta de su despacho al entrar. No era fácil trabajar con ella, pero el sueldo era generoso y tenía un motivo poderoso para resistir: su hijo Martín.
Subió al ascensor del edificio, llegó al décimo piso y se dirigió directamente a la oficina de su jefa. Golpeó dos veces la puerta, respiró hondo y entró con pasos sigilosos.
-Jefa, le traigo su almuerzo -dijo Santiago con voz baja, colocando la bolsa cuidadosamente sobre el escritorio sin interrumpir demasiado.
Sofía estaba concentrada en su computadora, revisando los diseños digitales de la nueva colección. Su mirada no se despegó de la pantalla, sus dedos seguían haciendo clics con rapidez mientras movía el mouse con decisión. No alzó la vista. No se inmutó.
-No quiero. Llévatelo -contestó Sofía con frialdad.
Santiago frunció el ceño.
-Pero...
-Ya te dije, Santiago, que no lo quiero. Cómetelo, échale a la basura, haz lo que quieras con esa comida, pero déjame en paz -exclamó ella, sin disimular la ironía en su voz.
Santiago apretó la mandíbula. Dio un paso atrás, tomó la bolsa con rabia contenida y salió de la oficina sin decir palabra. Caminó hacia su escritorio en el área administrativa, bufando como un toro. Una vez allí, dejó la bolsa sobre su mesa y murmuró para sí, en voz tan baja que solo él pudo escuchar.
-Como siempre, esta mujer me hace caminar diez cuadras por su maldito almuerzo. Luego, no quiero, déjalo por ahí, ni escuchaste lo que te dije ... O es que eres sordo. ¡Ahhhhh! Me tiene aburrido. Si no pagara tan bien, seguro ya habría renunciado. Pero tengo que darle un mejor futuro a Martín. No lo puedo defraudar. Desde que su madre nos abandonó... no he vuelto a saber de ella.
En ese momento, apareció su compañero de trabajo y amigo, Roger, con una sonrisa en los labios. Se sentó frente a él sin pedir permiso, como solía hacerlo.
-¿Hablando solo, amigo?
Santiago levantó la mirada, frustrado.
-¡Ahhhhh! Estoy enojado, Roger. Siempre es lo mismo. Me manda por el almuerzo, y cuando llego, ya no lo quiere. ¿Tú crees que eso es normal?
-Tranquilo, hermano. Ya sabes cómo es la jefa. Un día está bien, y al otro no quiere ver ni su sombra.
-Sí, pero yo ya estoy cansado. Dos años soportando lo mismo. Y lo peor es que hoy ni siquiera desayuné. Pensé: bueno, al menos me como lo que ella no quiera. Pero ahora... se me fueron hasta las ganas.
Roger se rió con suavidad, dándole unas palmaditas en el hombro.
-Tienes más paciencia que un santo. Y ese hijo tuyo... es tu motor, ¿no?
Santiago asintió, tragando saliva con fuerza.
-Martín es todo para mí. Solo por él aguanto todo esto.
La puerta del ascensor se abrió y de él salió un hombre alto, canoso, con una presencia elegante y una sonrisa amable. Era Fernando García, el padre de Sofía y fundador de la empresa. Aunque ya no se ocupaba de la dirección, solía visitar las oficinas con frecuencia.
-Buenas tardes, Rodríguez -saludó con calidez-. ¿Mi hija está en la oficina?
-Sí, señor García. La jefa está en la oficina. Y como de costumbre... está insoportable -respondió Santiago llevando teatralmente la mano al pecho, como si hubiese recibido una puñalada. Los tres hombres soltaron una carcajada al unísono.
-Voy a entrar. Tráeme un café, por favor -dijo Fernando.
-Ya se lo llevó a la oficina, señor Fernando -contestó Santiago poniéndose de pie.
Fernando asintió con una sonrisa y caminó hacia la puerta de la oficina de su hija. Golpeó suavemente antes de entrar.
-Hola, hija.
Sofía alzó la vista. El gesto de dureza que tenía se desvaneció apenas reconoció la voz de su padre.
-¿Papá?
Fernando se acercó con tranquilidad, tomando asiento frente a ella.
-¿Por qué no almorzaste, hija?
Sofía suspiró. Se frotó las sienes, visiblemente porque está estresada.
-Estoy agobiada, papá. No logro decidirme por los modelos para los perfumes. La colección saldrá en un mes y todavía no tengo claro cuáles elegir. Mira... estos son los prototipos que me han enviado. Quiero que me des tu opinión.
Fernando se inclinó hacia la pantalla. Observó los diseños con atención.
-Me gusta el número uno para mujeres, el tres para hombres... y este último para niños.
Sofía sonrió por primera vez en el día. Aquella sonrisa que parecía olvidada entre tantos documentos y decisiones.
-Gracias, papá. Siempre sabes qué decir.
-Confía más en ti, hija. Has levantado esta empresa con esfuerzo. Eres capaz. Pero recuerda que también eres humana. Puedes equivocarte, puedes descansar. No tienes que demostrarle nada a nadie.
Sofía bajó la mirada, conmovida. Por un momento, la jefa dura y exigente desapareció. Solo quedaba una mujer joven, cansada, vulnerable.
-A veces me siento tan sola, papá... -susurró-. Todo el mundo me ve como una líder, una empresaria implacable... pero nadie se da cuenta de lo que cargo por dentro.
Fernando se levantó y la rodeó con los brazos.
-No estás sola. Estoy aquí. Siempre voy a estar. Y también tienes a gente buena en este lugar. Santiago, por ejemplo... sé que lo haces sufrir un poco, pero él te aprecia. Y trabaja duro.
Sofía se quedó en silencio. Pensó en las veces que le gritó sin razón, en los días que lo hizo caminar horas bajo el sol, en los pedidos absurdos, en los desplantes... y también recordó cómo, a pesar de todo, Santiago nunca le ha fallado.
Tal vez... debía empezar a verlo con otros ojos y aceptar lo que siente por él...
Continuara...