No quería parecer descortés, así que acepté su ofrecimiento, enlazando mi brazo al suyo mientras me guiaba fuera del salón, hacia donde estaban mi madre y su compañero. No hablamos, y así nos dirigimos a su auto, estacionado en la acera de nuestra entrada.
Durante todo el camino, mis ojos se mantuvieron distraídos en el anillo que llevaba en el dedo anular, que había recibido minutos antes. Se sentía pesado, como una carga, y tenía la impresión de que Marco me había marcado como si fuera su propiedad, como si fuera un objeto que se pudiera comprar con dinero. Y así es como me sentía...
Cuando llegamos a las tiendas, mi madre y yo nos perdimos en ellas. Ya no volví a ver a mi futuro esposo, y no es que deseara verlo; solo me preguntaba por qué nos había acompañado si nos iba a dejar aquí abandonadas. Una vez que encontramos el vestido adecuado y dejamos instrucciones sobre dónde debían enviarlo y cuándo, como había indicado mi madre, nos dirigimos a una joyería. Se suponía que también debíamos elegir un conjunto de joyas, que era una de las piezas más importantes que debe llevar una novia. No me opuse ni me quejé, a pesar de que no soy una persona que disfrute llevar objetos extravagantes.
Mi madre miró durante largos minutos, que parecieron horas, varios juegos de joyas, entre ellos unos de oro dorado y blanco, mientras yo me quedaba a su lado. Si las personas nos observaban bien, no creerían que yo sería la que se casaría, sino mi madre.
Y así se veía, sin reflejo de una novia feliz y enamorada; no podían exigirme que mostrara algo que no podía dar. Siempre pensé que si alguna vez me casaba, sería por amor; desafortunadamente, eso nunca ocurrirá.
-No, solo llevaremos los pendientes y el brazalete; el collar es hermoso, pero no -informó mi madre a la encargada que nos atendía.
Fruncí el ceño en un gesto de confusión. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué mi madre se negaba a comprar una gargantilla de oro blanco con diamantes? La vi completamente embelesada por esas joyas, y era raro que se limitara a algo así; nunca hacía excepciones, ni siquiera por mí.
Cuando estaba a punto de preguntarle, noté que sus ojos se desvían hacia atrás de mí. Abrí la boca para pronunciar una palabra, pero mi intento se extinguió al escuchar la voz profunda de Marco junto a mi espalda.
-Empaque todo, lo llevaremos -dijo en voz baja, enviando un escalofrío por mi espalda.
Sorprendida por su orden, miré todo lo que había sobre el mostrador; no solo había un juego de joyas, sino que había más, y podía decirse que eran varios millones de dólares en esas costosas piezas.
Estaba a punto de negarme, pero mi madre se adelantó.
-No hace falta que gastes en todo eso; solo un juego es más que suficiente.
-No me importa gastar tanto dinero en mi prometida; al fin y al cabo, le iba a dar algunos obsequios -La forma en que dijo "mi prometida" me hizo temblar. Me moví inquieta, haciéndome a un lado, sintiendo su mirada sobre mí.
-Oh, ese es un gesto muy lindo de su parte -comentó mi madre, emocionada-. ¿No es así, hija? -me animó, o más bien me obligó a que le siguiera. Y cuando no respondí, me lanzó una mirada de reproche. Giré los ojos y suspiré.
-Sí -respondí, sin más.
Marco se inclinó ligeramente hacia el mostrador, enfocando su atención en una joya brillante que le llamó la atención, y la señaló con el dedo.
-Y este también -indicó a la encargada. Ella asintió y sacó la hermosa pulsera de su pie-. No es necesario envolverla -la pidió, y ella se la entregó.
Miré desconcertada todo, haciendo un gesto cuando él volvió a ofrecerme su mano. Mi madre asintió en aprobación, sugiriendo que la tomara, y no sé por qué obedecí. Me llevó hasta un asiento para que me sentara. En cuanto lo hice, él se inclinó para arrodillarse frente a mí, dejándome congelada por su acto.
Me colocó la pulsera que acababa de pedir a la encargada, y seguí sin moverme. Solo sentía cómo el brazalete acariciaba mi piel, y no solo eso, también sus dedos cuando lo ajustaba en mi muñeca.
Pasaron unos momentos, y ninguno de los dos dijo una palabra; solo lo observé mientras realizaba su acto, algo extraño de su parte porque no parecía el tipo de hombre que hiciera regalos o fuera atento con una mujer. Pero, no sé por qué, una chispa de emoción brotó en mí. Me gustó, debo aceptarlo; que hiciera eso despertó algo dentro de mí.
Una vez que terminó, se enderezó para levantarse, acomodándose el saco y ayudándome a ponerme de pie.
-Ya podemos irnos -dijo, invitándome a que yo avanzará primero y pasará por su lado.
Ya no tomo mi mano, ni tampoco me lo pidió y mucho menos volvió hablar, solo nos fuimos de allí como un par de desconocidos, no como una pareja que se mostró antes.
Y aunque Marco seguía siendo tan extraño para mí, mi mente estaba dejando de razonar correctamente, pensando en una única cosa, en él y en sus acciones que me dejaban conmocionada.