La joven heredera y el impostor
img img La joven heredera y el impostor img Capítulo 5 Sombras en la galería
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Capítulo 6 El olor del aceite viejo img
Capítulo 7 El almuerzo en la sombra img
Capítulo 8 Conversaciones en la escalera img
Capítulo 9 Álvaro entra en escena img
Capítulo 10 El pasillo de los retratos img
Capítulo 11 La visita de Julián img
Capítulo 12 El encuentro en el taller img
Capítulo 13 Un primer acercamiento img
Capítulo 14 La cena de Estela img
Capítulo 15 Las reglas no dichas img
Capítulo 16 El brillo de las mentiras img
Capítulo 17 Almas en guerra img
Capítulo 18 Recuerdos img
Capítulo 19 A fuego lento img
Capítulo 20 La verdad oculta img
Capítulo 21 La verdad a medias img
Capítulo 22 El regreso del pasado img
Capítulo 23 El secreto de Renato img
Capítulo 24 Almas divididas img
Capítulo 25 La traición oculta img
Capítulo 26 La sombra del pasado img
Capítulo 27 El precio del poder img
Capítulo 28 Los enemigos dentro img
Capítulo 29 La grieta img
Capítulo 30 De nuevo en el río img
Capítulo 31 El heredero oculto img
Capítulo 32 Confesiones img
Capítulo 33 La caída de Estela img
Capítulo 34 La guerra interna img
Capítulo 35 El juicio del poder img
Capítulo 36 Bajo fuego img
Capítulo 37 Los pecados del padre img
Capítulo 38 Victoria img
Capítulo 39 El nuevo legado img
Capítulo 40 Fuego y raíz img
Capítulo 41 Al borde del abismo img
Capítulo 42 El juego de sombras img
Capítulo 43 La confesión img
Capítulo 44 Los lazos rotos img
Capítulo 45 Cuentos oscuros img
Capítulo 46 La decisión de Victoria img
Capítulo 47 La mentira del corazón img
Capítulo 48 El fin de los días tranquilos img
Capítulo 49 El precio de la verdad img
Capítulo 50 La última confrontación img
Capítulo 51 La ruina de la familia img
Capítulo 52 La traición final img
Capítulo 53 El precio de la redención img
Capítulo 54 Sombras del pasado img
Capítulo 55 La caída de los ídolos img
Capítulo 56 La redención de Victoria img
Capítulo 57 La verdad revelada img
Capítulo 58 El sacrificio final img
Capítulo 59 La caída definitiva img
Capítulo 60 La reconstrucción img
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Capítulo 5 Sombras en la galería

La casa tenía una quietud que lo envolvía, un silencio pesado que se sentía en cada rincón. Cada paso de Elías resonaba como una advertencia, como si la mansión misma lo estuviera observando.

Elías ya llevaba tres días en ese lugar, tres días en los que las paredes se habían ido llenando de recuerdos ajenos, de miradas que no lograba descifrar y de una incomodidad que no terminaba de acomodarse. La casa Altamirano no era solo grande, era imponente. Y había algo en su tamaño, en su frialdad, que le recordaba a los muros del galpón de su niñez, aquellos que lo habían rodeado hasta que la desesperación lo obligó a huir. Aunque en esta casa todo parecía más suave, más disimulado, menos explícito. Aquí el sufrimiento no se veía, se insinuaba.

Esa mañana, Nina lo había enviado a la galería del fondo para limpiar. Era una orden simple, pero como todo en esa casa, había algo más oculto tras ella. "La galería del fondo", dijo Nina con su voz áspera, como si aquella parte de la casa estuviera sepultada por más que solo polvo. Le dio un trapo y lo miró como si supiera que Elías nunca cuestionaría nada, como si no le hiciera falta. Como si ya le hubiese entregado suficiente poder sobre él sin necesidad de palabras.

Elías había intentado pasar desapercibido desde su llegada. No necesitaba llamar la atención. Prefería la soledad. Sin embargo, todo en esa casa lo invitaba a mirar más allá de lo visible, a descubrir los secretos que se ocultaban entre cada pliegue de las cortinas pesadas y cada sombra en las paredes. Había algo de la mansión que no encajaba, algo que no podía precisar, pero que lo inquietaba. Tal vez era el hecho de que todos parecían estar jugando una partida de ajedrez, moviéndose con precisión y frialdad, y Elías estaba solo como una ficha.

Cuando llegó a la galería, lo primero que notó fue el aire denso y estancado. La habitación estaba plagada de recuerdos que nadie quería recordar. Los muebles, cubiertos con sábanas amarillas, se amontonaban uno sobre otro, como si fuera una tienda de antigüedades abandonada. El polvo cubría todo, y la luz que entraba por las ventanas altas solo lograba resaltar más las motas flotantes en el aire, haciendo que todo se sintiera aún más antiguo. El silencio era absoluto, roto solo por el crujir del suelo bajo sus pies. Elías respiró hondo y se adentró.

Recogió la escoba y comenzó a barrer, pero su mirada no dejaba de vagar por la habitación. Los retratos en las paredes, de personas que no conocía, le parecían inquietantes. Algunos estaban opacados por la falta de luz, otros apenas visibilizaban detalles. En la penumbra, los rostros de los retratos se volvían sombras distorsionadas, como si se burlaran de él.

Fue entonces cuando lo vio. Un pequeño joyero de madera, algo escondido entre libros antiguos. La madera estaba gastada, pero aún mantenía un brillo tenue. Elías se acercó, sin saber por qué. Algo en su interior le decía que debía mirarlo, que debía tocarlo. Lo levantó con cautela, como si fuera un objeto sagrado, y al abrirlo, encontró una medalla gastada, una pieza que parecía haber sido arrancada de algo más grande. En ella, grabadas las letras "R.A.". El aire pareció volverse más denso a su alrededor, y una extraña sensación de reconocimiento lo invadió. Sus manos temblaron mientras sostenía la medalla.

Un flash de su pasado lo atravesó: un niño corriendo, un olor a aceite rancio, gritos, y luego, silencio. Elías cerró los ojos con fuerza y apartó el objeto de su vista. La imagen desapareció tan rápido como llegó, pero la sensación permaneció. Sintió como si alguien lo estuviera mirando, como si esa medalla hubiese sido puesta allí para que él la encontrara, como si alguien en esa casa quisiera que él supiera algo. Algo que aún no entendía.

Rápidamente, volvió a colocar la medalla en el joyero y lo cerró con fuerza. Dejó el objeto en el mismo lugar donde lo había encontrado y salió de la galería, sin atreverse a mirar atrás.

En ese mismo instante, Nina apareció en el umbral de la puerta. La había estado observando, en silencio. Elías la miró, y por un momento, ambos se quedaron ahí, frente a frente. No hubo palabras por un largo segundo. Solo la mirada fija de Nina, que no dejaba de analizar cada uno de sus movimientos.

-¿Qué haces aquí? -preguntó, su voz cortante como un filo de cuchillo.

Elías, aún con la sensación de incomodidad por el hallazgo, respondió con tranquilidad, sin dejar ver su sorpresa.

-Estoy limpiando, como me dijo.

Nina no dijo nada más. Se acercó a la ventana, corrió la cortina con un gesto impersonal, como si también quisiera dejar que el aire se colara en la habitación y disipara cualquier tensión. Cuando lo hizo, la luz que entró reveló más de los detalles de la habitación, resaltando los libros envejecidos y las sillas cubiertas de polvo. Elías sintió que su presencia ahí era casi una violación, como si todo en la casa estuviera tratando de mantenerse oculto a la luz.

Nina lo observó unos segundos más y, sin cambiar su expresión, dio media vuelta y caminó hacia la puerta.

-La galería no es para nadie, Elías -dijo antes de irse, con una última mirada en su dirección-. No todo lo viejo necesita ser revivido.

Elías se quedó allí, mudo. La frase retumbó en su mente mientras la puerta se cerraba tras Nina, dejando una vez más al joven en esa mansión plagada de secretos.

Esa noche, después de cenar en silencio con la familia, Elías salió al patio trasero. Necesitaba aire. No entendía por qué se sentía tan desbordado por cosas que parecían tan simples. Como ese joyero. O como las miradas furtivas de Victoria, que siempre lo evitaban, pero que él podía sentir como una constante presión en su pecho.

Caminó entre las sombras del jardín, donde los árboles se alzaban como figuras espectrales, y luego se detuvo junto a una de las paredes. La casa se alzaba a su lado, enorme, casi amenazante. Sin previo aviso, vio a Victoria en la distancia, caminando sola por el césped. Su figura se movía con gracia, pero había algo en su postura que denotaba incomodidad, algo que Elías no pudo precisar.

Por un momento, se quedó observándola desde la penumbra, sin ser visto. Victoria no parecía estar al tanto de su presencia. Su rostro estaba ensimismado, pensativo. La luz de la luna la bañaba parcialmente, creando una aureola suave a su alrededor. Él observó cada uno de sus movimientos, como si estuviera viendo una pintura inalcanzable. Los pocos pasos que ella daba parecían más un reflejo de su incomodidad que de una tranquila caminata nocturna.

La noche se alargó mientras Elías permaneció allí, inmóvil, esperando a que ella pasara, esperando a que, en algún momento, la distancia entre ellos se deshiciera. Pero no ocurrió. Victoria siguió su camino, sin que él se atreviera a dar un solo paso hacia ella.

La casa, su casa, lo observaba desde las sombras, tal como lo hacía Victoria. Y en algún rincón, Elías sintió que, tarde o temprano, esa quietud lo devoraría.

                         

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