Al otro lado de la línea, la voz de Theodore Thornfield, el patriarca de la familia Thornfield, sonó firme y directa, como siempre.
- Reginald. Tenemos algo de qué hablar. Creo que ahora es el momento adecuado para que nuestros hijos se conozcan en persona. ¿Estás dispuesto a eso?
Reginald respiró profundamente. Lo que antes parecía un juego de ajedrez meticulosamente calculado ahora se acercaba a la realidad. La alianza entre sus familias era la última oportunidad para mantener la fachada de prosperidad. La propuesta estaba sobre la mesa, pero sabía que no podía rechazarla. No después de todo lo que había dicho y no después de su último encuentro con Eleanor. Ya no era una opción, era una necesidad.
- Claro, Theodore. Un encuentro estaría bien. ¿Cómo y dónde?
- Podemos encontrarnos en mi casa mañana por la noche. Cuando llegues, discutiremos las posibilidades en detalle. Espero tu confirmación.
La llamada terminó rápidamente y Reginald permaneció en silencio unos segundos. Sus manos estaban frías. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo había terminado en este punto en el que dependía de una decisión tan íntima para garantizar la supervivencia de su nombre? Miró por la ventana, tratando de encontrar algo de consuelo en la vista del jardín. Nada. Ya no había consuelo en su vida.
Cuando Eleanor entró en la sala, vio a su esposo perdido en pensamientos, con el ceño fruncido y la mirada distante.
- ¿Ya terminó, Reginald? - preguntó ella, con una leve tensión en la voz.
Él asintió lentamente.
- Estaremos en la casa de los Thornfield mañana. Será el encuentro definitivo. Theodore quiere discutir todo en persona.
Eleanor sonrió ligeramente, pero su expresión se volvió más seria.
- Creo que no podemos dejar pasar esta oportunidad. Spencer, el hijo de ellos, es adecuado para nuestra Clarissa. Es heredero. Tiene todo lo que necesitamos.
- Sí... - respondió Reginald, con una ligereza que no era sincera. - Pero, Eleanor, sabes que la situación está peor de lo que imaginábamos. Si esto no funciona...
Ella se acercó a él y puso la mano sobre la suya, en un gesto de apoyo, aunque la preocupación en su rostro era evidente.
- Funcionará, Reginald. Tenemos que hacer que funcione.
La cena en la casa de los Thornfield fue organizada meticulosamente para ser lo más formal posible, un reflejo del estilo de la familia. La mesa de comedor era larga, iluminada por candelabros de cristal, y los platos estaban dispuestos con una perfección impecable. Los Thornfield, incluso en la peor de las situaciones financieras, continuaban manteniendo las apariencias, como todos los grandes nombres de la sociedad de Connecticut hacían.
Cuando los Kingswell llegaron, fueron conducidos inmediatamente a la sala de comedor. Theodore Thornfield estaba esperando junto a su esposa, Margaret, una mujer de estatura imponente, con una mirada de quien siempre ha tenido el control de todo a su alrededor. Spencer, el hijo, estaba apoyado en un rincón de la sala, con los brazos cruzados, pero los ojos fijos en Clarissa, quien no tardó en percatarse de su mirada atenta y calculadora.
El saludo fue protocolar, con intercambios de cortesía, pero sin mucha expresión. La tensión era palpable en el aire. Las familias, conscientes de sus problemas, sabían que ese encuentro no solo era para socializar, sino para una verdadera negociación disfrazada de cortesía.
La conversación comenzó con Theodore y Reginald intercambiando opiniones sobre negocios, la situación económica, y los "desafíos de la época", como se referían a las dificultades financieras sin mencionar directamente la quiebra inminente que se acercaba. Sentados alrededor de la mesa, la atmósfera era formal, pero pesada, como si cada palabra estuviera siendo pensada antes de ser dicha.
Clarissa, sentada al lado de Spencer, sentía el peso del momento. No sabía qué pensar de él. Él estaba callado, observándola sin decir palabra. Ella también absorbía cada detalle, buscando alguna señal de que, al menos, él estaba allí por algo más que simple conveniencia. Pero él no parecía demostrar interés. Su mirada era fría y calculadora, como si estuviera evaluándola, como si fuera solo un artículo en una lista.
Margaret Thornfield, al percatarse de la incomodidad de la hija de Reginald, intentó aliviar la tensión.
- Clarissa, querida, ¿cómo ha sido la vida en casa? Imagino que, con tantos negocios en discusión, el tiempo para el ocio es escaso.
Clarissa, tomando la oportunidad, forzó una sonrisa y respondió.
- Sí, madre ha estado ocupada con muchas cosas... estamos haciendo lo mejor posible para gestionar la situación. La casa, las deudas... - vaciló por un instante. - Pero estamos bien. Al final de cuentas, todos estamos aprendiendo a manejar el cambio.
Margaret sonrió, tocando ligeramente su plato de sopa.
- Es bueno saber que nuestra juventud está madurando ante las adversidades.
Spencer, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, finalmente habló.
- Sabes, Clarissa, siempre he pensado que la vida nos enseña más de lo que quisiéramos aprender. El cambio, en realidad, no es una cuestión de elección. Ocurre, y tú aprendes a adaptarte.
Clarissa lo miró, sorprendida por la profundidad de la frase. Pero al mismo tiempo, sintió que él estaba distante, calculando sus palabras para generar impacto. No quería que esa fuera la pauta de su vida.
La cena continuó sin mayores sorpresas. El ambiente era pesado y cargado de expectativas, pero la noche no tenía el glamour ni la ligereza que la sociedad de alto nivel normalmente tenía. Todos sabían que ese encuentro no era solo una reunión de cortesía, sino una verdadera transacción.
Después del postre, cuando las copas de vino fueron retiradas y los platos vacíos, Reginald finalmente hizo lo que debía hacer. Se levantó, llamando la atención de todos en la sala.
- Spencer, Clarissa... - empezó, con voz baja, pero firme. - Ya hemos discutido nuestras dificultades financieras en términos generales, pero ahora necesitamos ser más directos. Estamos aquí para tratar un asunto importante que afectará el futuro de nuestras familias. Lo que necesitamos ahora es una unión. Un matrimonio que afiance nuestra situación.
El silencio que siguió fue absoluto. Spencer y Clarissa intercambiaron miradas rápidas, pero ninguno de los dos sabía cómo reaccionar. Los padres, por su parte, observaban con atención, como si esperaran que sus hijos aceptaran inmediatamente lo que se estaba proponiendo.
Theodore Thornfield, observando la creciente tensión, finalmente habló.
- Claro que ofrecemos más que un matrimonio. Ofrecemos la oportunidad de construir algo fuerte juntos, de unir nuestros negocios y nuestros destinos. Creo que, con esta unión, nuestros problemas financieros se resolverán. No habrá más quiebra, no habrá más incertidumbres.
Reginald se volvió hacia Spencer, esperando su respuesta.
- ¿Qué opinas, Spencer?
Spencer miró directamente a Clarissa, sin mostrar una emoción clara.
- Creo que... si eso es lo que nuestros padres desean, tal vez sea lo mejor para todos nosotros.
Clarissa, que había esperado en silencio hasta ese momento, finalmente habló, su voz firme, pero sin ocultar la ligereza de la duda.
- ¿Y nosotros, Spencer? ¿Y lo que realmente queremos?
Los padres la miraron, sorprendidos por su osadía. Theodore Thornfield levantó una ceja, claramente no esperaba esa pregunta.
- Lo que queremos, Clarissa, es un futuro seguro. Y la seguridad, querida, a veces viene en formas que no podemos controlar.
Ella miró a Spencer nuevamente, y por un breve momento, él la miró a los ojos, como si también tuviera preguntas sin respuesta. Pero su silencio era demasiado pesado, y las expectativas de los padres, abrumadoras.
La decisión estaba tomada. El futuro de ambos estaba siendo arreglado antes de que ellos comenzaran a entender lo que realmente significaba.