Capítulo 2 Princesa Isabella

Los hermanos se separaron. Hunter salió furioso de la habitación y se internó en el pasillo para discutir con Vivian.

Isabella se detuvo frente al espejo de cuerpo entero, contuvo el aliento y descolgó el vestido rojo carmesí del perchero. Al alzarlo, sintió cómo el satén acariciaba sus dedos, suave como un susurro. Introdujo primero el pie derecho por la abertura lateral, dejando que la tela besara su muslo, y luego el izquierdo, hasta que la cintura quedó perfectamente ceñida al corsé. Con delicadeza, elevó el vestido, acomodó el escote corazón que realzaba cada curva sin ocultar nada, y observó cómo los finos bordados de lentejuelas captaban la luz tenue de la habitación. Un suave tirón colocó el drapeado asimétrico sobre su hombro derecho, mientras el pliegue caía en cascada por su espalda para fundirse con el tren que rozaba el suelo.

Se sentía casi desnuda. Atrapada en aquel absurdo, buscó por toda la habitación su celular, deseando encontrar alguna pista de su situación, cuando la puerta se abrió de golpe, sobresaltándola. Con temor, esperó no encontrarse con su hermano, pero tras el umbral apareció Vivian: una mujer de ojos tan claros que parecían leer el alma, con un vestido sencillo y el cabello rubio platinado.

-Lamento interrumpir tu preparación, pero necesito ayuda con el catering. Están organizando todo a medias y debo vestirme -explicó Vivian con voz suave.

Isabella asintió, sorprendida por la ternura y cortesía de su hermana. ¿Cómo podía Hunter querer matar a su propia sangre?

-Claro -respondió acompañada de una sonrisa.

Juntas abandonaron la habitación. Vivian le dio instrucciones precisas sobre el menú y compartió sus temores; Isabella la tranquilizó y, casi sin darse cuenta, rieron como viejas amigas.

Al llegar al jardín, descubrieron un banquete dispuesto para más de quinientas personas en la vasta propiedad.

-Lo siento... tu hermano -empezó Isabella, dubitativa.

-¿Hunter? Es un idiota. No entiendo por qué aceptaste este compromiso -replicó Vivian con naturalidad, y un escalofrío recorrió a Isabella al recordar el rumor de su encuentro con él-. Pero no te preocupes, todo saldrá bien.

Ambas rieron y Vivian añadió:

-¿Podrías verificar si en la cocina ya están listos?

Isabella asintió y siguió al personal de catering, pero tras perderse en un par de pasillos, encontró una puerta entreabierta y dos voces resonaron en el interior. Se acercó sigilosa, convencida de reconocerlas:

-Me pediste armas como si fueras a levantar un ejército -dijo Alexander, grave-. ¿Ahora explosivos? ¿Planeas derrocar al presidente?

Una risa seca respondió:

-Solo quiero acabar con los malditos Middleton. Se creen intocables gracias a su fortuna. William me envió a su hermana como parte del trato... -la voz de Hunter sonó helada-. Esta noche, tras la boda, envenenaré el vino del brindis y esos guardias morirán. Nadie dará órdenes si no soy yo.

Isabella retrocedió, con el corazón en un puño.

-Pon C4 en sus autos -ordenó Hunter-. No tienes opción.

-No traje nada de eso -dijo una voz temblorosa.

-Te pagaré el doble.

Silencio. Después, la voz profunda de Alexander:

-Tengo la cura que buscas para tu hermana.

Un segundo de tensión. Finalmente, Hunter susurró:

-En nuestra familia existe un elixir capaz de sanarlo todo, salvo la vejez. Si me ayudas, te lo daré. Solo quiero venganza.

Un crujido en la puerta las estremeció a ambas. Isabella echó a correr, el miedo estrujándole el pecho; al notar el ruido de sus tacones sobre el mármol, se los arrancó y continuó descalza.

Alexander fue el primero en dirigirse al pasillo. Al asomarse, vio un leve destello de satén rojo al fondo y, guiado por un tenue aroma a rosas, siguió el rastro hasta un recodo. Su instinto le gritó que era ella.

-¿Sabes lo que es una coincidencia? -comenzó, la voz firme-. Conocí a una mujer hace días: ojos dorados extraordinarios, cabello negro azabache... Hoy me topé con Hunter Lancaster, y sus rasgos guardan tanta semejanza que no puedo ignorarlo. -Se abrió paso entre puertas cerradas-. ¿Acaso me he encontrado con Isabella Lancaster?

Isabella se acurrucó contra la puerta, sin aliento.

-¿Eres la infame Isabella Lancaster? -prosiguió él-. Sería un problema, porque acabo de enterarme de un complot para asesinar a todos aquí si el plan falla. ¿Crees que te perdonarán solo por tener amnesia?

El pánico la asfixió.

-¿Y si funcionara? -continuó Alexander, implacable-. Se desataría una batalla y morirían muchos hombres. ¿Tú podrías sobrevivir a esa violencia? Pero si quieres escapar, acompáñame.

Ella no esperaba aquella propuesta.

-Soy un hombre de negocios -dijo él, casi en un susurro-. No planeaba dejarte sola con esto. Si decides huir, mi camioneta seguirá en el mismo sitio al menos treinta minutos.

Isabella dudó, consciente de que él era un completo desconocido, pero la maldad de su hermano la dejaba sin opciones.

-¿Qué dices? -ofreció Alexander-. Tres golpes suaves: eso será tu "sí". Yo la contaré y te esperaré allí.

Ella, temblorosa, apoyó los dedos contra la madera y, con el eco justo, golpeó tres veces.

Unos segundos después, la puerta se abrió. Alexander sonrió ladeado y, al sentirla tambalearse, la sostuvo antes de que cayera.

-Solo quería confirmar cara a cara que estás de acuerdo... ¿verdad? -murmuró, envolviéndola con su presencia. Cada vez que la veía, Isabella le parecía más frágil y bella al mismo tiempo.

-No necesitas equipaje, dinero ni joyas -continuó él, sin despegar la vista de sus ojos-. Tengo todo lo que el dinero puede comprar. Aunque igual podrías traer un cambio de ropa interior como el de esta mañana.

Las mejillas de Isabella se encendieron de sonrojo. Alexander, divertido, posó un dedo sobre sus labios:

-Lo más importante: no se lo digas a nadie más.

-No lo haré -susurró ella.

-Eso espero, princesa Isabella -añadió él, acariciando con ternura su coronilla-. O tendré que venir a buscarte.

La tensión se dibujó en su rostro, y él soltó una risita maliciosa:

-Es broma... o casi. Si no apareces en media hora, entenderé que cambiaste de opinión.

Con eso, se alejó, dejándola sin aliento. Isabella quiso seguirlo, pero al asomar la cabeza al jardín vio a sus hombres formados a diez metros de la camioneta. Un murmullo de pisadas la obligó a retroceder, y antes de que pudiera reaccionar, una mano la tomó por el brazo y la alzó sin compasión.

-¿Qué haces aquí? No vas a faltar a mi boda -gruñó Hunter, cargándola sobre su hombro mientras ella pataleaba y gritaba, impotente ante la oscuridad que la envolvía.

            
            

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