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El matrimonio fue más de lo que Isabella esperaba. Sentada en primera fila para apoyar a su hermano, notaba cómo los guardias recibían órdenes de no dejarla sola ni un instante. Cuando sonó la música nupcial, alzó la vista y vio al hermano de Vivian. William Middleton no se parecía en nada a lo que había imaginado. Su cabello, rubio platino como el de su hermana, enmarcaba unos ojos azul metálico; su piel, ligeramente bronceada, contrastaba con su impecable traje negro.
La ceremonia transcurrió sin contratiempos. Llegado el momento del brindis, Isabella actuó con rapidez: se adelantó y cambió discretamente las botellas de vino de la mesa principal sin que Hunter lo advirtiera, dio órdenes para reemplazar todas las copas y, finalmente, seleccionó la que iba a usar William, se presentó ante él y sirvió la bebida antes de ofrecerla a los demás invitados.
En su mente rondaba la idea de que aquel hombre había degollado a sus padres, aunque carecía de pruebas y recuerdos claros. Solo tenía una certeza: no quería más muertes. Con el arsenal que Alexander había vendido, ella no era inmune a las balas.
De pronto, William se puso en pie:
-Quiero agradecer a todos los presentes la unión de dos grandes familias. Deseo de corazón que los problemas queden en el pasado, especialmente aquellos que no son más que malentendidos y que puedan superarse con este matrimonio -dijo, alzando la copa.
Al beber, cayó al suelo con un grito ahogado.
A partir de ese instante todo fue caos: gritos, carreras y disparos. Isabella corrió a su lado para comprobar su estado; sentía su pulso agitado, un alivio cuando advirtió que aún latía. Intentó advertir a su hermano, pero una mano la empujó contra el cuerpo de William, obligándola a mirar esos ojos azules.
-Cállate -susurró él, casi al oído.
La arrastraron discretamente hasta una habitación apartada del bullicio y la ataron a una silla. El hombre que la retuvo la observó con frialdad.
-Mis hombres dijeron que estabas muerta -murmuró-. Dijeron que un golpe te había devastado... pero sigues viva y, encima, cambiaste mi vino para salvarme. ¿Qué pretendes?
Su rostro se acercó al de Isabella como si intentara leer sus pensamientos.
-Yo... -empezó ella, y las lágrimas brotaron-. No quise matar a nadie. No quiero más muertes.
Él alzó su barbilla con desdén:
-No soporto a las lloronas. Contrólate o te lo haré sentir a golpes -amenazó.
Isabella respiró hondo, obligándose a serenarse.
-No quiero más muertes -dijo con voz temblorosa-. No sé si mataste a mis padres o no, como dicen los rumores, pero solo me queda mi hermano. Él es terco y cree que tu dinero lo es todo, pero a mí no me importa, no quiero perderlo.
-Pues no puedo creerte -repuso él.
-Tú también solo tienes a tu hermana -insistió Isabella-. ¿No harías cualquier cosa por protegerla?
Se miraron desafiantes.
-No sería estúpido -concedió William.
-Dejaste a tu ser más preciado al cuidado de mi hermano -le reprocho ella-. Aunque lo vigiles con mil guardias, él podría hacerle daño, eso es estúpido... Solo te pido que dejemos esto atrás. Ella está a salvo, y tú también. Finjamos que nada de esto pasó.
William reaccionó con brutalidad: le dio una bofetada y, sacando un cuchillo de su saco, posó la hoja contra su cuello.
-¿Tu hermano tiene refuerzos aquí? -preguntó el amenazadoramente-Si me lo dices... tal vez te deje vivir.
Isabella tragó saliva con dificultad.
-No, todos sus hombres están en el salón. El planeaba quedarse con todo y dejar viva a Vivian como heredera fácil de controlar, para quedarse con todo tu dinero.
El hombre pareció meditar las palabras de ella, entonces hubo un golpe en la puerta. William salió para atender a sus hombres, entonces Isabella aprovechó para liberarse: tiró la silla, forcejeó hasta zafarse de la cuerda improvisada y corrió hacia la ventana. Era el segundo piso, pero vio un gran árbol justo debajo. Antes de saltar, creyó distinguir a Alexander junto a su moto en el pavimento de salida. Pensó que la esperaba.
Descalza, corrió hacia él, pero un disparo resonó a lo lejos. Observó horrorizada cómo Hunter recibía un tiro en la cabeza. Su cuerpo cayó sin vida, fue como si el mundo se detuviera por un momento, no recordaba a su hermano, pero sabia que el era parte de su familia, la única viva que le quedaba y ahora, había desaparecido, los hombres armados empezaron a perseguirla a través del césped.
Ingreso al pequeño bosque que rodeaba la finca, tropezó varias veces con las ramas, hasta que sintió unas manos que la agarraban por uno de sus brazos. Al girarse, se encontró con los ojos azules y helados de William quien, contra toda lógica, volvía a estar frente a ella, en un movimiento rápido la derribo contra el suelo, cayendo sobre ella.
-Ya no te queda nada -susurró en su oído-. Ahora solo podrás estar conmigo.
Las lágrimas surcaron las mejillas de Isabella.
-No, por favor -sollozó.
-Si me desobedeces, te mataré -fue la fría respuesta de aquel hombre desalmado.
Alexander irrumpió en el bosque lanzándose en búsqueda de la mujer, la vislumbró encogida junto a William, rodeada de sus hombres y una sensación de impotencia se apodero de él. Isabella soltó un grito ahogado y forcejeo por liberarse, pero William la empujó hacia la camioneta negra que esperaba al borde del bosque.
-Ahora solo me tienes a mí, asique cállate -murmuró él, y los motores rugieron.
Horas después, el ascenso por caminos pedregosos concluyó frente a una casa aislada, camuflada entre pinos y cipreses. Guaridas de sombreros negros y rostros cubiertos por máscaras de hojalata formaban un anillo de guardias a su alrededor. Isabella, exhausta, fue conducida al interior sin que una sola palabra la confortara.
Desde la penumbra de los árboles, Alexander observó el perímetro. Había seguido el convoy gracias a la estela de polvo y el resplandor de los faros. Supo que no bastaría con asaltar la puerta principal y pelear, tendría que ser inteligente. Los observo y se deshizo de uno, para robar su uniforme y mascara. Nadie reparó en aquel extraño más dentro de aquel mosaico de sombras.