Nivel Cero Amor
img img Nivel Cero Amor img Capítulo 3 La jaula de cristal
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Capítulo 6 Me vigilan img
Capítulo 7 Primer encuentro frío img
Capítulo 8 Lucía investiga el área restringida de la empresa img
Capítulo 9  Bruno le advierte a Lucía img
Capítulo 10 Tareas confidenciales img
Capítulo 11 Dudas y primeros cuestionamientos img
Capítulo 12 Bruno muestra su lado vulnerable img
Capítulo 13 Lucía observa la soledad de Bruno img
Capítulo 14 Bajo presión img
Capítulo 15 Amenaza interna img
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Capítulo 3 La jaula de cristal

Los pasillos de la torre ejecutiva de NCA eran más silenciosos que una iglesia vacía. Las paredes de vidrio esmerilado y metal pulido reflejaban los movimientos como si el edificio respirara junto a sus habitantes. Todo estaba medido, contenido, hermoso... y asfixiante.

Lucía caminaba detrás de la asistente de recursos internos, una joven de movimientos rígidos y voz baja que le señalaba los distintos cubículos. Cada uno más impersonal que el anterior. Ningún retrato familiar. Ninguna planta. Solo pantallas, auriculares y silencio.

-Este es el equipo de análisis conductual. Son tres personas. Ustedes compartirán sistema de monitoreo, aunque sus informes van directo a Dirección -dijo la asistente sin mirarla a los ojos.

Lucía asintió. Su blusa blanca de mangas largas y cuello cerrado estaba impecablemente planchada. Llevaba un pantalón de lana gris claro, entallado pero sobrio, y tacones medianos del mismo color. Su maquillaje era mínimo, pero suficiente para reforzar la idea de solidez. Cada prenda, cada línea de su atuendo, comunicaba un mensaje: "No me subestimes. No me toques".

Los tres miembros del equipo levantaron la vista al verla. Un saludo formal, sin entusiasmo. Había desconfianza en sus miradas, y un silencio contenido flotando en el aire.

-Lucía Vega, nueva supervisora de cumplimiento organizacional -anunció la asistente-. Estará evaluando protocolos y clima general. Pueden reportarle directamente cuando se requiera.

-Encantados -murmuró una mujer de cabello rojizo, de unos cincuenta años. Su voz tenía cortesía, pero los ojos fríos.

-Encantado -repitió otro, más joven, de lentes gruesos. Evitó sostenerle la mirada.

-Mucho gusto -dijo el tercero, sin dejar de teclear.

Lucía los observó en silencio unos segundos, luego dijo, con tono calmo:

-No vengo a interrumpir rutinas. Solo a entenderlas. Nos veremos pronto en una primera ronda de entrevistas. Será individual, informal. Nada invasivo.

La forma en que cada uno volvió rápidamente a su pantalla fue una respuesta clara: no estaban contentos con su llegada.

-Ellos no confían en nadie, menos en alguien enviado desde arriba -dijo la asistente en voz baja, cuando retomaron la marcha-. Usted... les intimida.

Lucía no respondió. Intimidar era parte de su función. Aunque, por dentro, algo en aquella reacción le revolvió el estómago. No le temían como a un líder. Le temían como a un bisturí.

En la cafetería ejecutiva, el ambiente no era el mejor. Los ventanales amplios ofrecían una vista de la ciudad gris, cruzada por líneas de tránsito interminables. Las mesas estaban ocupadas por pequeños grupos que conversaban en susurros. Lucía se sirvió un café negro. No había azúcar ni leche. Lo prefería así. Caliente, amargo, real.

Eligió una mesa al fondo, sola, junto a una columna de concreto liso. Mientras bebía, un murmullo la hizo mirar de reojo. En otra mesa, al menos dos personas la observaban. Cuando cruzó miradas con uno de ellos, éste bajó la vista de inmediato.

«Ya empezó», pensó.

"Este no es un equipo. Es un hormiguero disciplinado. Cada uno obedece, no confía. Y yo acabo de entrar como el pie que amenaza con aplastarlo todo. Me han asignado una función de confianza, sí, pero no tengo aliados. Aquí todos se cuidan del otro. ¿Y yo? Yo también me cuido de mí misma."

Un ruido sutil la hizo alzar la mirada. Bruno Ortega cruzaba la cafetería. Vestía camisa celeste sin corbata, saco gris marengo y el mismo paso firme que lo caracterizaba. Esta vez, sin embargo, se permitió detenerse frente a su mesa.

-¿Ya probaste el café institucional? -preguntó, con tono neutro pero con una sombra de ironía.

-Bastante parecido al ambiente general -respondió Lucía, dando otro sorbo.

Bruno se sentó sin pedir permiso. Lucía notó que no llevaba su portafolio. Solo una taza en la mano y una arruga mínima en el borde de la camisa, como si algo hubiera alterado su día.

-He escuchado que hiciste una buena primera impresión -comentó.

-¿Ah, sí?

-No me malinterpretes. Aquí, que te teman es un elogio.

Lucía lo miró sin sonreír. Había algo en su forma de hablar que parecía diseñado para desarmarla. Era... molesto.

-No estoy aquí para ser temida. Estoy aquí para entender.

-Eso suena peligroso -replicó él, bajando la voz.

Se hizo un silencio breve. Los ruidos de platos, pasos y voces lejanas flotaban alrededor, pero entre ellos dos, todo se volvió denso.

-¿Y tú, Bruno? ¿Qué esperas de mi rol? -preguntó Lucía, cruzando los brazos.

Bruno sostuvo su mirada. No con desafío, sino con un interés callado.

-Espero que no te rompas. Aquí la gente brillante dura poco.

Cuando él se fue, algo quedó vibrando en el aire.

"Me habla como si me conociera. Como si adivinara algo que ni yo quiero admitir. No soy débil, pero estoy cansada. ¿Y si él también lo está? ¿Y si...?"

Ella se levantó, dejó la taza vacía y regresó a su oficina. Afuera, el cielo comenzaba a oscurecer, aunque el día apenas empezaba.

Bruno regresó a su oficina en el nivel ejecutivo. Cerró la puerta con un leve clic y apoyó la espalda contra ella, por primera vez en mucho tiempo sin la urgencia de abrir su correo ni revisar notificaciones.

Se sirvió un trago de agua, aunque no tenía sed. Caminó hacia la ventana sin mirar la ciudad. En su mente, volvía a verla. Sentada en aquella mesa, con la columna detrás como si le diera soporte. Erguida. Inaccesible.

Lucía Vega.

No era el tipo de mujer que se deseaba fácilmente. Era más bien el tipo que se piensa a la distancia, como un enigma que incomoda. Había en su manera de hablar, de medir las palabras, algo que lo hacía estar más alerta que de costumbre.

Pero no era solo eso.

Había reparado en la forma en que su blusa le dibujaba el cuello delgado, en su forma de sostener la taza con la mano izquierda -con ese gesto casi elegante que no tenía nada que ver con los pasillos de concreto. Y en sus ojos, oscuros, había una carga que no coincidía con su frialdad.

"No vine a esta empresa buscando compañía. Mucho menos consuelo. Pero hay algo en ella que rompe mi defensa más silenciosa. Y eso... eso es jodidamente peligroso."

Se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre la silla. Se pasó una mano por la nuca.

"No es solo su presencia. Es cómo camina. Cómo su voz puede sonar precisa sin ser cruel. Cómo se nota que carga algo, aunque nunca lo diga. Me intriga. Me desarma."

Y por un instante, se permitió imaginar cómo sería tocar su piel. No en la oficina. No entre reportes ni protocolos. Sino en la intimidad de una noche larga y honesta, donde las máscaras no tuvieran lugar. Donde ella pudiera dejar de sostenerse sola. Y él también.

Pero enseguida negó con la cabeza, casi con rabia.

-No -dijo en voz baja, como una orden.

Porque eso estaba prohibido.

Porque sentir era peligroso.

Y porque, en este lugar, el deseo era la debilidad más costosa.

Se sentó frente al monitor. La pantalla brillaba con su reflejo. Aún tenía el rostro de alguien que se resistía a pensar en lo que acababa de sentir.

Lucía Vega no era una opción. Era una advertencia.

Y, sin embargo, no podía dejar de pensar en ella.

            
            

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