De repente, la puerta se abrió.
Era Sofía.
Entró como si fuera su propia casa, con una sonrisa triunfante.
"Hola, Elena. Vaya, este sitio es precioso."
Paseó por la habitación, tocando mis cosas, invadiendo mi espacio.
"Alejandro me ha dicho que este será mi nuevo estudio mientras esté en Granada. ¿No es maravilloso?"
Su voz era dulce como la miel, pero sus palabras eran veneno.
"Dice que lo diseñó pensando en mí. En mis gustos. Le encanta el blanco y el dorado."
Mentira. A mí me encantaba el blanco y el dorado. Se lo había dicho a Alejandro mil veces.
Él había creado este espacio para mí, y ahora se lo estaba dando a ella.
La rabia me consumió.
"Alejandro es tan bueno conmigo", continuó, disfrutando de mi dolor. "Me ha conseguido la beca de Florencia, este estudio... Dice que hará cualquier cosa para verme feliz."
Se detuvo frente a mí, su expresión cambió de la dulzura a la malicia.
"Y tú, Elena... ¿qué tienes tú?"
La provocación era directa.
En un impulso de furia, me acerqué a ella.
Pero antes de que pudiera decir o hacer nada, ella fingió tropezar.
Se lanzó hacia atrás, hacia la gran ventana abierta que daba al patio interior.
Gritó.
"¡Elena, no! ¡No me empujes!"
Fue una actuación perfecta.
Justo en ese momento, Pilar y Marcos entraron en el estudio.
Vieron a Sofía tambaleándose al borde de la ventana y a mí, con la mano extendida.
"¡Elena! ¿Qué estás haciendo?", gritó Pilar, con el rostro descompuesto por la ira.
"¡Te lo advertí!", siseó Marcos. "¡Sabía que intentarías hacerle daño!"
No me dieron tiempo a explicar.
Me agarraron, culpándome sin dudarlo.
Ignoraron mis negaciones, mi versión de los hechos.
"¡Madre, me ha empujado! ¡Quería tirarme por la ventana!", sollozó Sofía, corriendo a los brazos de Pilar.
Pilar me miró con un odio puro.
"¡Eres un monstruo!"
Entonces, ocurrió lo impensable.
Pilar me abofeteó. Con fuerza.
La bofetada resonó en la habitación silenciosa.
Luego, me empujó.
Me empujó hacia la ventana abierta.
Perdí el equilibrio.
Caí.
El mundo se volvió un borrón de verde y azul mientras caía hacia la fuente del patio.
Me hundí en el agua fría.
El impacto me dejó sin aire.
Mientras me hundía, con el agua llenando mis pulmones, solo podía pensar en una cosa.
Lamentaba no haber conocido nunca a mis verdaderos padres.
Justo cuando la oscuridad empezaba a envolverme, sentí unos brazos fuertes a mi alrededor.
Me sacaron del agua.
Era Alejandro.
Me depositó en el borde de la fuente, tosiendo y temblando.
Pero en lugar de consuelo, sus primeras palabras fueron una acusación.
"¡Elena! ¿Cómo has podido hacerle esto a Sofía?"
Su falta de fe en mí fue el golpe final.
Sofía, por supuesto, aprovechó el momento.
"Alejandro, yo solo vine a verla... y ella se puso furiosa. Me dijo que le estaba robando todo. Me empujó..."
Sus lágrimas eran expertas, su actuación, impecable.
Alejandro la abrazó, protegiéndola.
Me miró a mí, empapada, temblando, y su rostro era una máscara de fría decepción.
"Si vuelves a intentar algo así, Elena, no te ayudaré de nuevo."
Me dejó allí, tiritando en el frío, en un estado de desesperación y frialdad emocional que nunca antes había conocido.