Sabor amargo del olvido
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Capítulo 4

Sofía observaba en silencio, tratando de pasar desapercibida.

Pero Isabella la vio.

Se acercó a ella, con una sonrisa felina.

Mateo estaba ocupado saludando a unos empresarios.

"Vaya, vaya, la asistente estrella," dijo Isabella, con un tono burlón. "Veo que al menos sirves para organizar fiestas."

Sofía no respondió.

"El vestido es bonito, ¿verdad?" Isabella se dio una vueltita. "Es un diseño exclusivo. Pesa una tonelada. Necesito que alguien me ayude con la cola. Tú pareces desocupada."

Le ordenó, no le pidió.

"Señorita Rossi, estoy supervisando el servicio. Quizás alguna de las chicas del personal..."

"¿Me estás diciendo que no?" La sonrisa de Isabella se desvaneció. Su voz se volvió fría. "No te pago para que me discutas. Te pago para que obedezcas."

En realidad, era Mateo quien le pagaba. Pero Isabella ya se sentía con derecho a todo.

Justo en ese momento, Mateo se acercó.

"¿Algún problema, mi amor?"

Isabella hizo un puchero.

"Esta chica, Sofía, se niega a ayudarme con el vestido. Dice que tiene cosas más importantes que hacer."

Mateo frunció el ceño y miró a Sofía con reprobación.

"Sofía, ¿qué te dije sobre alterar a Isabella? Haz lo que te pide. Es tu obligación."

Algunos invitados cercanos escucharon y miraron a Sofía con curiosidad o desaprobación.

Ella sintió la cara arder de vergüenza.

Reprimió sus emociones y asintió.

"Por supuesto, Señor Vargas. Señorita Rossi."

Se inclinó y recogió la pesada cola del vestido de Isabella.

Isabella sonrió triunfante y comenzó a pasearse entre los invitados, saludando, riendo, mientras Sofía la seguía como una sirvienta, cargando la tela cara.

Isabella lo hizo a propósito.

Se movía lentamente, se detenía a charlar durante largos minutos en cada grupo, haciendo que Sofía permaneciera de pie, encorvada, sosteniendo el vestido.

La espalda de Sofía comenzó a doler. Sus brazos también.

Pero aguantó en silencio.

Más tarde, durante la cena, Isabella volvió a la carga.

Estaban sentados en la mesa principal: Mateo, Isabella, los padres de Mateo, Valentina y algunos amigos íntimos.

Sofía estaba cerca, asegurándose de que no faltara nada.

Un mozo ofreció vino. Un Malbec reserva, muy fuerte.

Isabella tomó una copa, pero luego miró a Sofía.

"Ay, Sofía, querida. Estoy un poco mareada. ¿Por qué no bebes esta copa por mí? Sé que te encanta este vino."

Sabía perfectamente que Sofía casi no bebía alcohol. Tenía muy poca tolerancia y se mareaba enseguida.

"Señorita Rossi, yo no debería..."

"¿Otra vez con peros?" Isabella se quejó, mirando a Mateo. "Mateíto, tu asistente es tan aburrida. No quiere brindar conmigo."

Mateo, queriendo complacer a Isabella, miró a Sofía.

"Vamos, Sofía. No seas así. Tómate una copa. O si te sientes mal, tómate una de esas pastillas para la alergia que a veces usas y bebe. Una copa no te hará daño."

Sofía sintió una profunda desilusión.

Él ni siquiera recordaba bien para qué eran sus pastillas. Y le pedía que bebiera sabiendo que le sentaría mal.

Pero la mirada de todos estaba sobre ella.

Tomó la copa y bebió.

Y luego otra. Y otra.

Isabella insistía, y Mateo la secundaba.

Pronto, Sofía se sintió mareada, con náuseas. El mundo le daba vueltas.

De repente, Isabella soltó un grito agudo.

"¡Mi broche! ¡Mi broche de diamantes y zafiros! ¡No está!"

Se tocaba el pecho, donde antes lucía una joya antigua, una reliquia familiar de los Vargas que Mateo le había regalado esa misma noche.

"¡Alguien me lo ha robado!"

El pánico se extendió.

Isabella miró directamente a Sofía, que estaba pálida y sudorosa por el alcohol.

"¡Fuiste tú!" la acusó. "¡Estabas cerca de mí todo el tiempo! ¡Seguro lo tomaste cuando me ayudabas con el vestido!"

Sofía, aturdida, negó con la cabeza.

"No... yo no... nunca haría algo así."

Mateo intentó calmar la situación.

"Tranquila, mi amor. Quizás se te cayó en algún sitio. Haremos que el personal busque por todas partes."

Pero Isabella insistió, cada vez más histérica.

"¡No! ¡Estoy segura de que fue ella! ¡Registrenla! ¡Si no lo hacen, Mateíto, te juro que me voy y no me vuelves a ver!"

Chantaje emocional.

Mateo, presionado por el dramatismo de Isabella, la mirada de sus padres y de todos los invitados, cedió.

Miró a los guardias de seguridad que había contratado para el evento.

"Registren a la señorita Rojas." Su voz era dura, sin rastro de duda.

Dos guardias se acercaron a Sofía.

Ella suplicó. "Señor Vargas, por favor... yo no fui..."

Pero él no la escuchó.

Los guardias la tomaron bruscamente de los brazos.

Comenzaron a revisarla delante de todos.

Vaciaron su pequeño bolso. Palparon su ropa.

Uno de ellos, demasiado brusco, rasgó parte de su sencillo vestido.

Su piel quedó expuesta.

La humillación era insoportable.

Las lágrimas corrían por sus mejillas sin control.

Justo cuando uno de los guardias iba a hacerla quitarse los zapatos, una de las empleadas de limpieza apareció corriendo.

"¡Lo encontré! ¡El broche! Estaba enganchado en una de las cortinas del salón."

Milagrosamente, el broche apareció.

Mateo respiró aliviado. Tomó el broche y se lo colocó a Isabella, besándola en la frente.

"Ya ves, mi vida. Todo fue un malentendido."

Isabella miró a Sofía, que estaba temblando, con el vestido rasgado y el rostro bañado en lágrimas.

Con una fingida inocencia, le preguntó a Mateo:

"¿Debería disculparme con ella, Mateíto?"

Mateo la abrazó y le dijo en voz baja, pero lo suficientemente alta para que Sofía lo oyera:

"No necesitas disculparte con ella, mi vida. Es solo una asistente. Un pequeño malentendido, no es gran cosa."

"Solo una asistente."

Esas palabras fueron el golpe final.

                         

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