Mateo, que siempre había odiado que le dieran de comer en la boca, sonreía y aceptaba.
Sofía se quedó helada en la puerta.
Isabella la vio y sonrió con suficiencia.
"Ay, Mateíto, eres tan dulce cuando te dejas mimar."
Mateo le dio un beso rápido en los labios.
"Solo por ti, mi amor."
Luego se giraron y vieron a Sofía.
La expresión de Mateo se volvió profesional, distante.
"¿Necesitas algo, Sofía?"
Isabella la miraba de arriba abajo con desdén.
Sofía tragó saliva.
"Solo vine a dejar estos informes, Señor Vargas. Y a recordarle la reunión con los distribuidores internacionales. Es en media hora."
Isabella hizo un puchero.
"¿Tan pronto? Pero si acabamos de empezar a divertirnos."
Se colgó del brazo de Mateo.
"Diles que esperen, cariño. Esto es más importante."
Mateo miró a Isabella, luego a Sofía.
Dudó solo un instante.
"Tienes razón, mi vida." Se volvió hacia Sofía. "Reprograma la reunión, Sofía. Diles que surgió un imprevisto."
Sofía sintió una punzada de ira, pero la reprimió.
"Pero, Señor Vargas, estos distribuidores vienen de muy lejos. Es una reunión crucial para la expansión en Asia."
Isabella soltó una risita.
"Ay, querida, siempre tan dramática. Unos vinos más, unos vinos menos. Mateo tiene cosas más importantes que atender."
Mateo asintió, complacido con Isabella.
"Haz lo que te digo, Sofía."
Sofía apretó los puños.
Salió de la oficina y llamó a los distribuidores.
Se disculpó profusamente, inventando una emergencia familiar de Mateo.
Asumió la culpa del retraso, de la falta de profesionalismo.
Escuchó las quejas, las amenazas veladas de buscar otros proveedores.
Colgó el teléfono sintiéndose humillada.
Mateo nunca había sido así.
Siempre había sido exigente, pero profesional.
El trabajo era lo primero.
Ahora, Isabella era lo primero.
Sofía suspiró. Ya no era su problema. O casi.
Más tarde ese día, Isabella apareció en el área de asistentes con un grupo de amigas.
Todas igual de ostentosas y ruidosas.
"¡Sofía!" llamó Isabella con voz chillona, como si llamara a un perro.
Sofía levantó la vista de su computadora.
"¿Sí, Señorita Rossi?"
"Prepara mate para nosotras. Y que esté bueno, ¿eh? No como esa cosa amarga que sueles tomar tú."
Sus amigas rieron.
Sofía sintió la sangre subirle a la cara.
Preparar mate era algo personal, casi íntimo en la cultura argentina.
No era tarea de una asistente para un grupo de extrañas.
Pero la mirada de Isabella era desafiante.
Sofía se levantó y fue a la pequeña cocina de la oficina.
Preparó el mate con cuidado, como se lo había enseñado su abuela en Salta.
Lo llevó en una bandeja.
Isabella tomó la calabaza, sorbió ruidosamente y luego hizo una mueca de asco.
"¡Puaj! ¡Esto está horrible! Amargo y mal cebado. ¿Acaso no sabes hacer nada bien?"
Antes de que Sofía pudiera reaccionar, Isabella arrojó la calabaza.
El mate caliente voló por el aire.
Sofía instintivamente levantó la mano para protegerse la cara.
El líquido hirviendo y la yerba le cayeron en el dorso de la mano.
Un dolor agudo la atravesó.
Gritó, más por la sorpresa que por el dolor inicial.
Isabella y sus amigas la miraban con una mezcla de diversión y desprecio.
Sofía se sujetó la mano quemada, tratando de no llorar.
La piel comenzaba a enrojecerse peligrosamente.
Los otros asistentes la miraban con lástima, pero nadie se atrevía a decir nada.
Isabella era la novia del jefe. Intocable.
En ese momento, Mateo salió de su oficina, atraído por el ruido.
Vio la escena: Sofía con la mano lastimada, la yerba desparramada por el suelo, Isabella con cara de ofendida.
"¿Qué demonios pasa aquí?" preguntó Mateo, con el ceño fruncido.
Isabella corrió hacia él, adoptando una expresión de víctima.
"¡Mateíto, esta torpe casi me quema! ¡Me tiró el mate encima!"
Mintió descaradamente.
Mateo miró a Sofía, luego a la mano enrojecida de ella.
Pero la angustia fingida de Isabella pesó más.
"Sofía, ¿qué te pasa? ¿No puedes tener más cuidado?" Su tono era duro.
"¡Mira cómo has puesto a Isabella! ¡Y el desorden que has hecho!"
Sofía no podía creer lo que escuchaba.
"Pero... ella me lo arrojó..."
"¡No me mientas!" interrumpió Isabella. "¡Tú tropezaste!"
Mateo suspiró, claramente molesto con Sofía.
"Suficiente. Limpia esto. Y Sofía... te descontaré un día de sueldo por este incidente. A ver si así aprendes a ser menos torpe y a no alterar a Isabella."
Se llevó a Isabella, que le lanzaba una mirada triunfante a Sofía por encima del hombro de Mateo.
Sofía se quedó allí, con la mano ardiendo y el corazón helado por la injusticia.