Capítulo 4 4

-Adelante, señorita Romero -dijo Marcos, su voz era profunda, con un acento madrileño sutil pero marcado, que le daba un toque de autoridad innegable. No se movió. No le ofreció la mano. No la invitó a acercarse.

Clara cruzó el umbral, sintiendo el peso de su mirada en cada paso. Se acercó al escritorio y se detuvo frente a él, mientras Elena cerraba la puerta con un suave y definitivo clic que resonó en el silencio.

-Tome asiento -indicó Marcos, señalando la silla de diseño frente a su escritorio con un gesto casi imperceptible de su mano, un movimiento que, de tan mínimo, resultaba imperioso.

Clara se sentó, intentando mantener la espalda recta, los hombros hacia atrás y las manos apoyadas en su regazo, una postura que le parecía ridícula pero necesaria. La tensión en la habitación era casi palpable, una energía fría y opresiva que emanaba directamente de Marcos.

-Su currículum -dijo él, deslizando un folio blanco sobre la superficie pulcra de su escritorio. Lo miró sin interés, sin siquiera tocarlo, luego levantó sus ojos azules hacia ella, esos ojos que parecían taladrarle el alma

-Veo un salto... poco convencional, señorita Romero. De las humanidades a la asistencia ejecutiva.

Clara tragó saliva, el nudo en su garganta se hizo más grande.

-Sí, señor Soler. Busco nuevos desafíos. Creo que mis habilidades de organización y comunicación, aunque no provengan de un entorno corporativo tradicional, pueden ser muy útiles aquí.

-¿Habilidades de comunicación?

Su voz era escéptica, casi una provocación, un tono que ponía en duda cada palabra que salía de su boca -¿Escritura creativa? ¿Discursos motivacionales? Aquí lidiamos con realidades, no con ficciones.

La punzada de la ironía la golpeó con la fuerza de un rayo. "Ficciones", pensó, "usted no sabe cuán cerca está de la verdad, señor Soler. Cuán cerca de mi propia ficción".

-Soy... muy buena escuchando -dijo Clara, intentando sonar seria, profesional, cada palabra pesada con la intención de convencerlo -Y sintetizando información. Y en la gestión de proyectos, aunque sean de otra índole.

Marcos arqueó una ceja, un pequeño, casi imperceptible, signo de exasperación.

-Este puesto requiere una eficiencia quirúrgica, señorita Romero. Un sentido del deber que raya en lo obsesivo. Mi agenda es un campo minado. Mis exigencias, inflexibles. Los errores... no son una opción. Mi anterior asistente duró tres semanas. El anterior, dos meses. Y antes, uno solo.

Clara sintió una oleada de adrenalina. Esto era mejor que cualquier novela. Este hombre era un personaje en sí mismo, un desafío viviente.

-Soy muy detallista, señor Soler -respondió, su voz recuperando algo de su habitual seguridad, una chispa de desafío encendiéndose en sus ojos.

-Y aprendo rápido. Y soy... persistente. Muy persistente.

Marcos la miró fijamente, esos ojos azules explorándola, buscando algo, una grieta, una debilidad. Ella sostuvo su mirada, negándose a ceder, sintiendo el pulso acelerado en sus sienes.

Una chispa, casi imperceptible, pareció encenderse en el fondo de sus ojos, un destello fugaz. Un parpadeo, quizá. O una luz reflejada del cristal. No estaba segura.

-¿Persistente, eh? -Su tono no cambió, siguió siendo cortante y profesional, pero algo en su expresión se suavizó por un microsegundo, una fracción de segundo que solo Clara, con su ojo de escritora, pudo captar. Era tan sutil que casi lo dudó.

- La persistencia es una cualidad. A veces. Ya veremos.

Hubo un silencio. Un silencio pesado, cargado de expectativas. Clara se preguntó si ya la había descalificado, si su aventura terminaría antes de empezar. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de nerviosismo y una extraña excitación, una emoción que no había sentido en mucho tiempo.

-Bien -dijo Marcos finalmente, su voz cortante como siempre, definitiva

-Le haremos una prueba. Mañana a primera hora, a las ocho en punto. Doña Elena le indicará la tarea. Si no llega a la altura, no habrá una segunda oportunidad. ¿Entendido?

-Entendido, señor Soler -dijo Clara, sintiendo un nudo en el estómago, un hormigueo de emoción. Una prueba. Esto era más que una entrevista, era una audición. Y ella, por primera vez en mucho tiempo, quería ese papel con una ferocidad inesperada.

Marcos la despidió con un gesto de cabeza, apenas un movimiento. No se levantó. No sonrió.

Clara se puso de pie, dio media vuelta y salió de la oficina, sintiendo aún la penetrante mirada azul en su espalda, como un láser invisible que la seguía.

Elena la esperaba afuera, de pie junto a su escritorio, con una media sonrisa en los labios, casi imperceptible, que parecía estar conteniendo una carcajada. Una sonrisa que lo decía todo sin decir nada.

-¿Una prueba, no? -dijo Elena, su voz ahora con un toque de complicidad, casi una advertencia amistosa.

-Le doy dos días. Tres, si tiene suerte. Nadie dura más con él.

Clara se rió suavemente, una risa que disipó la tensión acumulada. Una risa que era más propia de ella que el traje que llevaba puesto.

-Ya veremos, Elena -dijo Clara, su voz ahora llena de una nueva determinación, una chispa que la había abandonado hacía meses.

-Ya veremos.

Salió de la editorial, el sol de la mañana de Madrid golpeándola de lleno en la cara. El aire fresco le llenó los pulmones, una bocanada de vida. Su mente ya estaba funcionando a mil por hora. Tenía material. Oh, sí, tenía material para su novela. El jefe odioso, el halcón de mirada azul, la prueba imposible. Todo era perfecto. Pero la extraña sensación de que, quizás, no era solo la novela lo que la impulsaba, sino algo más profundo, algo más personal, comenzaba a crecer en su interior.

La pasión, al parecer, no siempre se encontraba en los lugares obvios. A veces, se escondía detrás de un escritorio, en la mirada fría de un hombre, en la promesa de un desafío que quemaba.

            
            

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