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El día antes de firmar nuestra unión civil, el aire en nuestro pequeño piso de Lavapiés se sentía denso, cargado de sueños. Yo pulía mis zapatos de flamenco, el cuero gastado brillaba bajo la luz débil. Mateo afinaba su guitarra, sus dedos se movían con una familiaridad que yo amaba.
Llevábamos dos años juntos, dos años construyendo una vida sobre lo que yo creía que era una base de lucha compartida. Él, un músico y camarero con el alma llena de canciones; yo, una bailaora de un pueblo de Andalucía, dando clases a niños en Madrid para sobrevivir.
Dejó la guitarra a un lado. Su cara, normalmente relajada, estaba tensa.
"Sofía," dijo, su voz era extrañamente formal.
"¿Qué pasa, mi vida?"
"Tengo una oportunidad. Una grande."
Me contó sobre un pequeño estudio de grabación. Un amigo suyo lo vendía. Una inversión. Cincuenta mil euros.
"Sería nuestro, Sofía. El principio de todo. No más trabajos precarios, no más contar cada céntimo."
Su voz era un susurro persuasivo, lleno de promesas de un futuro estable, un futuro que ambos anhelábamos desesperadamente.
Cincuenta mil euros. Era como pedir la luna. Me reí, un sonido hueco.
"Mateo, ¿de dónde vamos a sacar eso? Apenas llegamos a fin de mes."
"Lo sé," dijo, y me tomó las manos. Estaban frías. "Pero pensé... en tu abuela."
Sentí un vacío en el estómago. Mi abuela Carmen. Mi pilar. La mujer que me crio con el dinero que ganaba cosiendo para otros, la que me envió a Madrid con sus escasos ahorros.
Esa noche, llamé a mi abuela. Le conté la historia de Mateo, la oportunidad de nuestras vidas. Su voz al otro lado del teléfono era frágil pero firme, llena de una fe inquebrantable en el hombre que yo amaba.
"Es un buen chico, Sofía. Trabaja duro. Se lo merece."
Dos días después, mi abuela llegó a Madrid en autobús. No traía equipaje, solo su viejo bolso de cuero y una carpeta de plástico. Dentro, los papeles de la venta de la pequeña parcela de tierra que había heredado de sus padres. Y una libreta de ahorros.
Nos sentamos en la cocina. Ella empujó la libreta sobre la mesa.
"Es todo lo que tengo. Para mi vejez, para mi entierro. Pero vuestro futuro es más importante."
Le entregó el dinero a Mateo. Él la abrazó, le prometió que se lo devolvería todo, que cuidaría de mí. Vi lágrimas en los ojos de mi abuela. Eran lágrimas de esperanza.
Yo sentí una punzada de inquietud, una sombra que no pude nombrar. Pero la aparté. Era el miedo, me dije. El miedo a que algo tan bueno fuera verdad.