El día que Sofía Rivas se fugó con un artista, el heredero del imperio Rivas, Alejandro, rompió un vaso de cristal en su despacho.
Yo estaba allí, recogiendo los pedazos del suelo.
Era mi trabajo.
Mi madre era el ama de llaves de la familia Rivas, y yo había crecido en la mansión, una sombra silenciosa.
"Isabela", dijo Alejandro, su voz era fría y no me miraba. "Desde hoy, serás mi asistente personal".
No era una pregunta. Era una orden.
Así comenzó mi tormento.
Él canalizó toda la furia por la humillación de su hermanastra hacia mí.
Mi vida se convirtió en un infierno de recados imposibles y humillaciones silenciosas.
Mi único pensamiento era escapar.
Tenía una esperanza secreta. Un hombre al que había salvado.
Lo encontré herido en los terrenos de la hacienda meses atrás. Estaba sangrando, casi muerto.
Lo escondí en el viejo cobertizo y lo cuidé en secreto, arriesgando todo.
Antes de irse, me hizo una promesa.
"Me salvaste la vida. Te debo una. Cuando quieras desaparecer, llámame".
Su nombre era Mateo. Era mi única salida.
Le envié un mensaje corto esa misma noche: "Es hora".
La respuesta llegó al instante: "Prepara un plan. Finge tu muerte. Es la única forma".
La idea me heló la sangre, pero la esperanza era más fuerte.
Empecé a distanciarme, a moverme como un fantasma con un propósito.
Alejandro lo notó.
Su control se hizo más férreo.
Una noche, me obligó a acompañarlo a una cena de negocios.
"No te escondas en las sombras, Isabela. Eres mi asistente. Actúa como tal".
En la cena, apareció con una modelo, Valeria.
Se parecía a Sofía.
La forma en que sonreía, la forma en que movía el pelo. Era una copia barata.
Alejandro la ignoró casi toda la noche, sus ojos siempre volviendo a mí, asegurándose de que cumpliera sus órdenes al pie de la letra.
El estrés y el miedo constantes me pasaron factura.
Caí enferma, con una fiebre alta que me hacía delirar.
Mi madre intentó cuidarme, pero Alejandro la despidió de mi habitación.
"Yo me encargo", dijo, y su voz no admitía discusión.
Abandonó a la modelo en medio del evento para venir a mi lado.
Me sentó en la cama y me puso un paño frío en la frente. Su toque era extrañamente gentil, lo que lo hacía aún más aterrador.
Valeria, la modelo, apareció en la puerta, furiosa por haber sido abandonada.
"¿Por esta sirvienta me dejaste sola?".
Se abalanzó sobre mí, gritando.
"¿Qué tienes tú que no tenga yo?".
En mi delirio febril, las palabras se me escaparon.
"Tengo que irme... Mateo... me ayudará a desaparecer...".
El silencio llenó la habitación.
Valeria se congeló.
Levanté la vista y vi a Alejandro en el umbral.
Había escuchado cada palabra. Su rostro era una máscara de furia helada.