La Sustituta Escapada quiere La Libertad
img img La Sustituta Escapada quiere La Libertad img Capítulo 4
5
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
Capítulo 19 img
Capítulo 20 img
Capítulo 21 img
Capítulo 22 img
Capítulo 23 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

Pasé dos días en el sótano.

Cuando finalmente me dejaron salir, cojeaba y tenía el cuerpo cubierto de moratones.

A pesar del dolor, reanudé mis deberes. La resiliencia era mi única armadura.

Cuando entré en el despacho de Alejandro para servirle el café, él ni siquiera levantó la vista de sus papeles.

"Tu aspecto es desagradable", dijo con frialdad. "Vete. No quiero verte".

Salí sin decir una palabra. La humillación ya no me dolía, solo alimentaba mi resolución.

Esa tarde, Carlos, el mayordomo, me trajo en secreto un ungüento para los moratones y un plato de comida caliente.

"El señor Rivas ordenó a la cocina que le prepararan sus platos favoritos", dijo, evitando mi mirada. "Pero me pidió que se lo trajera yo, para que no pensara...".

No terminó la frase. No hacía falta.

Alejandro era un monstruo que a veces recordaba alimentar a su mascota.

En los días siguientes, mientras mi cuerpo sanaba, comencé mis preparativos.

Vendí en secreto las pocas joyas que mi madre me había regalado a lo largo de los años. Convertí cada objeto de valor en efectivo, dinero que escondí en un pequeño sobre bajo mi colchón.

Era mi fondo de libertad.

Una tarde, escuché una discusión acalorada entre Alejandro y su padre, el patriarca de la familia Rivas.

"¡Tienes que casarte, Alejandro!", gritaba el señor Rivas. "¡La familia necesita un heredero! ¡Sofía nos ha avergonzado a todos, ahora es tu deber asegurar nuestro legado!".

"No me casaré", respondió Alejandro, su voz era cortante. "No con ninguna de las candidatas que me presentas".

"¿Por qué no? ¿Es por esa criada? ¿Esa hija del ama de llaves?".

Hubo un silencio tenso.

"No te metas en mis asuntos, padre".

La conversación terminó ahí, pero yo había escuchado suficiente. Su obsesión por mí era un obstáculo para su propia familia.

Unos días después, una mañana, sentí una oleada de náuseas.

Al principio lo atribuí al estrés. Pero las náuseas continuaron.

Un terrible presentimiento se apoderó de mí.

Conseguí una prueba de embarazo en una farmacia del pueblo.

El resultado fue positivo.

Estaba embarazada.

Embarazada de Alejandro, resultado de una noche en que su control se había vuelto físico, una agresión que había intentado borrar de mi mente.

El pánico me ahogó. Un hijo me ataría a él para siempre.

No sé cómo se enteró. Quizás notó mi palidez, o el terror en mis ojos.

Una noche, entró en mi habitación.

"Estás embarazada", dijo. No era una pregunta.

Asentí, incapaz de hablar.

Su rostro se contrajo en una mueca de furia.

"Ese niño es una complicación. No lo quiero".

Al día siguiente, me llevó a una clínica privada en las afueras de la ciudad.

"Te desharás de él", ordenó.

El procedimiento fue frío, clínico y devastador. Me sentí vacía, rota en un millón de pedazos.

Mientras yacía en la cama de la clínica, recuperándome, la puerta se abrió.

Era Sofía.

"Me enteré de la pequeña molestia", dijo con una sonrisa venenosa. "¿De verdad pensaste que te permitiría tener un hijo de Alejandro?".

Se acercó a la cama.

"No te preocupes", susurró, su rostro cerca del mío. "Me aseguraré de que nunca más puedas tener esa complicación".

Antes de que pudiera reaccionar, me golpeó con fuerza en el abdomen. Una y otra vez.

El dolor fue insoportable. Grité, pero nadie vino.

Cuando se fue, me dejó sangrando y con un dolor que iba más allá de lo físico.

Me había quitado no solo a mi hijo, sino cualquier posibilidad de tener uno en el futuro.

Extrañamente, en medio de la agonía, sentí una calma gélida.

La última atadura que me unía a ese mundo se había roto.

Ya no tenía nada que perder.

Esa noche, mientras Alejandro revisaba unos documentos en su despacho, su mayordomo entró.

"Señor, encontré esto bajo el colchón de Isabela".

Le entregó el sobre con el dinero que había estado ahorrando. La prueba de mis planes de escape.

Alejandro me llamó a su despacho. Puso el sobre sobre la mesa.

"¿Pensabas que podías huir de mí, Isabela?", dijo, su voz era peligrosamente suave. "Puedes intentarlo. Pero te encontraré. Y cuando lo haga, te arrastraré de vuelta a esta jaula. Nunca serás libre".

Su amenaza colgaba en el aire, pero por primera vez, no sentí miedo.

Solo un odio puro y helado.

                         

COPYRIGHT(©) 2022