La Sustituta Escapada quiere La Libertad
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Capítulo 3

"Eres mi posesión, Isabela", me susurró Alejandro más tarde esa noche, cuando me encontró sola en la cocina. "Haces lo que yo digo, cuando yo lo digo".

Su aliento olía a whisky caro.

No respondí. La impotencia era un nudo en mi garganta.

Me quedé en la terraza, intentando respirar, lejos de las miradas de los invitados.

El aire de la noche era fresco, pero no calmaba el ardor de mi vergüenza.

De repente, sentí un empujón violento por la espalda.

Perdí el equilibrio y caí al agua helada de la piscina.

El shock me dejó sin aire. Luché por salir a la superficie, mi vestido pesado arrastrándome hacia abajo.

Cuando por fin saqué la cabeza del agua, tosiendo y temblando, vi una figura en el borde de la piscina.

Era Sofía.

Su rostro estaba iluminado por la luz de la fiesta, y en sus labios había una sonrisa cruel.

"Ups", dijo con falsa inocencia. "Se me resbaló la mano".

Alguien me ayudó a salir. Me llevaron a mi habitación, temblando de frío y rabia.

Más tarde, Sofía entró sin llamar.

"Pobre cosita ahogada", se burló. "¿Crees que por ser su juguete nuevo tienes algún derecho aquí?".

Antes de que pudiera responder, se rascó el brazo con sus propias uñas, haciéndose sangrar.

"¡Ayuda!", gritó. "¡Isabela me atacó! ¡Intentó robarme!".

Corrió fuera de la habitación, llorando y mostrando el arañazo.

Alejandro llegó en segundos, su rostro era una tormenta.

Miró el brazo de Sofía, luego me miró a mí, empapada y temblando en la cama.

No preguntó. No dudó.

"Ella me empujó a la piscina", dije, mi voz era un hilo. "Ella se hizo eso a sí misma".

"¡Miente!", sollozó Sofía. "Estaba celosa de la atención que me dabas, Ale. ¡Intentó robar el brazalete que me regalaste!".

Alejandro se volvió hacia mí, su decisión ya tomada.

"Llévenla al sótano", ordenó a dos guardias de seguridad que habían aparecido en la puerta. "Que aprenda a no tocar lo que no es suyo".

Mis súplicas fueron ignoradas.

Me arrastraron por los pasillos y me arrojaron a la oscuridad húmeda del sótano.

La puerta se cerró con un golpe metálico.

Más tarde, la puerta se abrió y la luz del pasillo dibujó la silueta de Sofía.

Se agachó frente a mí, su rostro lleno de regodeo.

"¿Sabes por qué te eligió a ti, pequeña rata?", susurró. "Porque te pareces un poco a mí. Eres mi sustituta. Un juguete para desahogar su frustración. Nunca serás nada más".

Sus palabras eran veneno.

Pero en la oscuridad, mientras el dolor de mis moratones se mezclaba con el frío del suelo de piedra, algo cambió dentro de mí.

Mi determinación se endureció como el acero.

Ya no solo quería escapar.

Necesitaba desaparecer.

Necesitaba que Isabela Montes muriera para que yo pudiera vivir.

            
            

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