Capítulo 4

Volvimos a la oficina en silencio.

Nadie se atrevía a mirarme.

Dejé la caja de la tarta y los cafés en la mesa de reuniones.

Nadie tocó nada.

La alegría se había evaporado. El ambiente era denso, incómodo.

Me senté en mi silla, mirando la pantalla de mi ordenador sin ver nada.

Solo podía pensar en la notificación del banco. En la humillación.

Quince minutos después, la puerta de la oficina se abrió de golpe.

Era el dueño de la pastelería. Un hombre corpulento, con la cara roja de ira.

Llevaba en las manos los restos de mi tarta de queso.

Se dirigió directamente hacia mi mesa.

"¿Eres tú Sofía?", gritó.

Toda la oficina se giró para mirar.

No pude contestar. Solo asentí.

"¡Me acaba de llamar mi banco! ¡Dicen que habéis cancelado el pago! ¡Que es una transacción fraudulenta!"

Se acercó más. Podía oler su sudor y su rabia.

"¿Os creéis que soy gilipollas? ¿Venís a mi tienda, os lleváis mis productos y luego anuláis el pago?"

Abrió la caja y volcó la tarta sobre mi teclado.

El queso crema y la mermelada de arándanos salpicaron mi monitor, mis papeles, mi ropa.

Luego cogió los cafés de la mesa de reuniones, que ya estaban fríos, y me los tiró encima.

El líquido marrón empapó mi blusa blanca, mi pelo.

"¡Estafadora! ¡Muerta de hambre! ¡Si no tienes dinero para pagar, no compres!"

Mis compañeros me miraban con una mezcla de horror y lástima.

Nadie se movió. Nadie dijo nada.

Yo temblaba, cubierta de tarta y café, con las lágrimas quemándome los ojos.

"Yo... yo lo pago", balbuceé, buscando mi cartera. "Ha sido un error de mi marido..."

Saqué la tarjeta suplementaria.

El pastelero me la arrancó de la mano y fue hacia el mostrador de recepción.

"¡Cóbrate de aquí! ¡Ahora mismo!"

Nuestra recepcionista, pálida, pasó la tarjeta por el datáfono.

Una vez. Dos veces.

Miró la pantalla y luego a mí.

"Lo siento, Sofía. Dice que la tarjeta está bloqueada."