Corazón Puro se Convierte en Veneno Lental
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Capítulo 1

Morí en mi 25 cumpleaños.

En mi vida pasada, ese día elegí a Javier Soto, el hombre que había amado durante diez años.

Esa elección llevó a mi familia, los Villanueva, dueños de las bodegas más antiguas de La Rioja, a la ruina total.

Él y su amante, Carla Mendoza, se apoderaron de todo, y yo terminé mis días en un hospital frío, sola y traicionada.

Pero de alguna manera, desperté de nuevo en mi habitación, en ese mismo cumpleaños.

El sol entraba por la ventana, el aire olía a viñedos.

Todo era real. Tenía una segunda oportunidad.

Mi padre entró en la habitación. Su rostro, que en mis recuerdos estaba lleno de arrugas por la preocupación, ahora se veía fuerte.

"Isa, hija. Sé que es tu cumpleaños, pero debemos hablar de tu compromiso. Los pretendientes están esperando una respuesta. Sabemos que tu corazón siempre ha estado con Javier Soto."

Javier.

Solo escuchar su nombre me provocaba un frío que me recorría la espalda.

"No, padre", dije, mi voz sonaba extrañamente tranquila, "No elegiré a Javier."

Mi padre me miró, sorprendido.

"¿Estás segura? Siempre has..."

"Lo estoy", lo interrumpí. "Dejaré que el destino decida."

Fui a mi escritorio y saqué un viejo mapa de La Rioja, donde estaban marcadas las fincas de todas las familias importantes. Luego, tomé una pluma de halcón, un regalo de mi abuelo.

Cerré los ojos, la sostuve en alto y la dejé caer.

Mis padres contuvieron la respiración.

La pluma giró en el aire y aterrizó suavemente sobre el mapa.

No en la finca de los Soto.

Aterrizó mucho más al sur, en una tierra marcada con el hierro de un toro. La finca "La Candelaria", en Andalucía.

Propiedad de la familia Castillo.

Mi padre se acercó y miró el mapa. "¿Los Castillo? ¿Mateo Castillo?"

Asentí.

"Pero, hija, apenas lo conoces. Es un hombre reservado, le llaman 'El Santo' porque nunca se le ve en eventos sociales. ¿Estás segura de esto?"

"Completamente", respondí, recogiendo la pluma. "He elegido. Mi prometido será Mateo Castillo."

En mi mente, la imagen de un niño con un fuerte acento andaluz, al que defendí de las burlas en un campamento de verano, apareció fugazmente.

El niño que, en secreto, me regaló una pequeña concha de vieira que guardé durante años.

Esta vez, no cometería el mismo error.

Protegería a mi familia y mi legado.

Y destruiría a cualquiera que intentara arrebatármelo.

            
            

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