Precio Que Pago Para Libertad
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Capítulo 3

El dolor físico se convirtió en un zumbido constante, un ruido de fondo para la creciente indiferencia en mi alma. Ya no sentía rabia, ni humillación. Solo un vacío frío.

Empecé a empacar. En secreto, por la noche, cuando la casa estaba en silencio. Mis cuchillos, los que mi abuelo me regaló, fueron los primeros. Los envolví uno por uno en paños suaves, como si estuviera preparando un cuerpo para su entierro. Luego mis libros de cocina, mis uniformes, las pocas cosas personales que tenía. Cada objeto guardado en la maleta era un paso más hacia la salida.

Luciana notó mi cambio. Mi silencio ya no era sumiso, era distante. Mi obediencia ya no era una actuación de amor, era la fría eficiencia de un empleado a punto de terminar su contrato.

Y eso la asustó.

La confusión en sus ojos se transformó en ira. No entendía por qué sus juegos ya no funcionaban. Intentó provocarme, como siempre. En una fiesta en la piscina, se besó apasionadamente con la novia de uno de sus amigos, mirándome directamente a los ojos, esperando una reacción.

No le di ninguna. Simplemente me di la vuelta y fui a recoger las toallas usadas.

Su frustración creció hasta convertirse en una tormenta. Una noche, durante otra de sus estúpidas reuniones, uno de los amigos de Iván, un idiota con más dinero que cerebro, conectó su teléfono a un proyector gigante.

"¡Miren esto! ¡Es oro puro!" gritó.

En la pantalla apareció un video. Era yo. Mi rostro pintado grotescamente como un payaso, mis ojos desenfocados por el alcohol que me habían obligado a beber. Estaba tropezando al borde de la piscina, intentando bailar mientras Iván y sus amigos me arrojaban cosas y se reían a carcajadas.

Recordaba fragmentos de esa noche. La humillación, el sabor del agua de la piscina mezclado con tequila, las risas que se sentían como golpes.

La sala estalló en carcajadas.

Pero Luciana no se rió.

Su rostro se puso pálido y luego rojo de furia. Se levantó de un salto, agarró una botella de champán y la estrelló contra el proyector. El cristal y el metal volaron por los aires.

"¡Fuera!" gritó a todos, su voz temblando. "¡Lárguense todos de mi casa! ¡Ahora!"

Los invitados, sorprendidos y asustados, se apresuraron a salir. En el silencio que siguió, Luciana se giró hacia mí. Sus ojos estaban llenos de algo que no pude identificar. ¿Culpa? ¿Pánico?

"Máximo... yo... yo no sabía..."

Intentó tocarme, poner una mano en mi brazo.

Di un paso atrás, evitando su contacto. La miré, mi rostro tan vacío como me sentía por dentro. No dije una palabra.

Simplemente me di la vuelta y caminé hacia mi habitación, dejándola sola en medio de los restos de su fiesta y su repentina, inútil, epifanía.

                         

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