Felicitad Es La Mejor Venganza
img img Felicitad Es La Mejor Venganza img Capítulo 2
3
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

El matrimonio con Máximo comenzó con un acuerdo.

La noche de bodas, en la casa de sus padres en la ciudad, él se sentó en una silla frente a la cama, manteniendo una distancia respetuosa.

"Catalina", dijo con su voz tranquila. "Sé que este matrimonio fue un pacto entre nuestras familias. Mi madre siempre estuvo agradecida con la tuya por salvarle la vida. No espero que esto se convierta en algo más de la noche a la mañana. Propongo que nos conozcamos primero, como amigos".

Asentí, aliviada.

"Gracias, Máximo. Lo aprecio".

"Pero quiero que sepas una cosa", continuó, mirándome a los ojos. "Ahora eres mi esposa, y eso te convierte en parte de la familia Castillo. Cualquier problema que tengas, es nuestro problema".

Sus palabras eran un bálsamo para las heridas de mi vida pasada.

Recordé el accidente. En mi vida anterior, un sabotaje en la cooperativa agrícola donde él trabajaba lo dejó con una lesión terrible. Un incendio provocado. Le costó la capacidad de tener hijos y casi le cuesta la vida. La idea de que eso pudiera volver a suceder me oprimía el pecho. Tenía que evitarlo.

Al día siguiente, mis suegros, los señores Castillo, me recibieron con un cariño que nunca había conocido. Eran personas cultas, amables, que me trataron como a la hija que nunca tuvieron.

"Catalina, querida, siéntete como en tu casa", dijo mi suegra, una mujer elegante y de sonrisa cálida.

Con el dinero de la indemnización y la ayuda de mis suegros, compré una pequeña finca en las afueras, cerca del mercado principal. No era grande, pero tenía un par de hileras de viñas viejas y un buen pozo de agua.

Transporté la vieja prensa de mi padre y la mula. Con mis propias manos, empecé a restaurar el lugar. Limpié la maleza, podé las viñas y reparé la prensa.

Comencé a producir vino patero, el vino casero y artesanal de la región, y también jugo de uva fresco. Cada mañana, antes del amanecer, cargaba los damajuanas en la mula y me iba al mercado.

Mi producto era bueno, honesto. Hecho con uvas de calidad, sin los químicos ni los procesos industriales de las grandes bodegas. La gente lo probó y le encantó.

El éxito fue casi inmediato. Las mujeres del mercado me compraban para sus familias, los dueños de pequeños restaurantes querían mi vino para sus mesas. Vendía todo lo que producía.

Mis suegros estaban orgullosos. Me ayudaron con los papeles para obtener mi licencia de productora artesanal, algo impensable para una mujer sola en esa época.

"Tienes un don, Catalina", me dijo mi suegro, un hombre de pocas palabras pero de gran corazón. "El mismo don que tenía tu madre".

Por primera vez en mucho, mucho tiempo, sentí que pertenecía a un lugar. Que tenía una familia de verdad.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022