Tres días después de la boda, llegó el momento del "vuelve", la visita tradicional a la familia de la novia.
Máximo y yo llegamos a la casa de mi madrastra. La puerta se abrió de golpe.
Era Érica. Tenía un ojo morado y el labio partido.
"¡Tú!", gritó al verme, señalándome con un dedo tembloroso. "¡Esto es tu culpa!".
Mi madrastra salió detrás de ella.
"¡Mira lo que has provocado!", me acusó. "Desde que te fuiste, Roy no ha parado de beber y de pegarle. ¡Dice que la culpa es tuya por haberlo abandonado!".
Me quedé helada, no por sus palabras, sino por la injusticia.
"¿Mi culpa?", respondí, mi voz firme. "Érica eligió casarse con él. Yo no la obligué".
"¡Le llenaste la cabeza de ideas!", chilló Érica. "¡Me hiciste creer que podía convertir a ese inútil en un hombre de éxito como hiciste tú! ¡Pero es un animal! ¡Me golpeó y perdí al bebé!".
El aire se cortó. La noticia me golpeó, pero no sentí pena, solo una fría constatación de que su desgracia era obra suya.
"Tú sabías cómo era Roy", le dije. "Y aun así lo elegiste. No me culpes por tus decisiones".
La discusión se volvió un griterío. Mi madrastra me insultaba, defendiendo a su hija como si fuera una víctima inocente.
Máximo, que había permanecido en silencio hasta entonces, me tomó del brazo.
"Suficiente. Nos vamos".
Su voz era tranquila pero no admitía réplica. Salimos de esa casa sin mirar atrás.
En el auto, el silencio era pesado. Cuando llegamos a la casa de los Castillo, mi suegra nos esperaba en la puerta, preocupada.
Al ver mi rostro, me abrazó.
"¿Qué pasó, hija?".
Y ahí, en sus brazos, me rompí. Lloré por todos los años de maltrato, de humillaciones, de sentirme una extraña en mi propia casa. Le conté todo. La explotación, las mentiras de mi madrastra, el odio de Érica.
Máximo escuchaba, su rostro endureciéndose con cada palabra.
Cuando terminé, mi suegra me secó las lágrimas.
"Esa mujer no es tu madre y esa no es tu familia", dijo con una firmeza que me sorprendió. "Tu familia somos nosotros ahora. Y te juro, Catalina, que nunca más permitiré que nadie te haga daño".
Ese día, corté el último lazo que me unía a mi pasado. La relación con la familia de mi madre estaba rota para siempre.