Me derrumbé sobre la tierra removida, mi cuerpo temblaba sin control.
El poder que fluía en mí, la vitalidad del bosque, se escapaba como arena entre los dedos.
Mateo se acercó, con Sofía pegada a su costado.
Me miró con desprecio, una mueca de asco en su rostro.
"¿Qué es este espectáculo, Isabela? ¿Crees que con estos trucos de vieja me vas a manipular?".
Sofía soltó una risita cruel.
"Cariño, es patética. Siempre lo ha sido".
Él le sonrió, complacido.
"Tienes razón".
El dolor era tan intenso que apenas podía respirar, cada célula de mi ser gritaba por la pérdida de mi hogar, de mi ancla en este mundo.
Sofía observó los restos de mi olivo con ojos brillantes de codicia.
"Mateo, tengo una idea genial", dijo, su voz cargada de falsa emoción. "Podríamos usar la madera de este árbol para fabricar unas barricas de edición limitada. ¡Un vino envejecido en madera milenaria! Sería una sensación, mi amor. Nos haría famosos en todo el mundo".
El horror me heló la sangre.
"No...", susurré, con la poca fuerza que me quedaba. "Si destruyen la madera... me aniquilarán por completo".
Mateo se rió, una risa hueca y cruel.
"¿Aniquilarte? No seas tan dramática. Es solo madera. Y tu sufrimiento hará que la historia sea aún mejor".
Dio la orden a los trabajadores.
"¡Cortad el tronco! ¡Preparadlo para la tonelería! ¡Quiero esas barricas cuanto antes!".
No podía creer la crueldad. El niño que juró protegerme ahora se deleitaba con mi destrucción.
Vi cómo las sierras empezaban a cortar el tronco en tablas.
Cada corte era una cuchillada en mi propia carne.
Me retorcí en el suelo, gritando de agonía.
Pero mi voz no producía sonido, solo un espasmo silencioso que sacudía mi cuerpo marchito.
Mateo y Sofía me miraban como si vieran una obra de teatro.
Se divertían.
"Mira cómo actúa, es toda una artista", comentó Sofía, sacando su teléfono para grabar. "Esto será viral".
Mi visión se nubló por el dolor.
Sabía que no podía quedarme aquí.
Con un esfuerzo sobrehumano, me arrastré lejos de la masacre, hacia la única persona que podría entenderme.
Me arrastré hacia la casa de la abuela Elena.