Llegué a la puerta de Elena arrastrándome, dejando un rastro de hojas secas y tierra.
Mi cuerpo era una cáscara vacía, apenas un eco de lo que fui.
Cuando Elena abrió la puerta y me vio, un grito ahogado escapó de sus labios.
"¡Isabela! ¡Por Dios, qué te ha hecho!".
Me ayudó a entrar, sus manos temblaban. Me sentó en una vieja silla de madera junto a la chimenea apagada.
"Se acabó, Elena", mi voz era un susurro roto. "Arrancó el árbol".
Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas. Se arrodilló frente a mí, tomando mis manos frías y arrugadas.
"No, no puede ser... Mi nieto... ¿cómo ha podido?".
"La deuda está casi pagada", continué, mirando el fuego extinto. "Mi protección sobre esta familia termina con mi muerte. Y mi muerte está cerca".
Elena sollozaba, su cuerpo sacudido por la desesperación.
"¡Tiene que haber algo que podamos hacer! ¡Hablaré con él, le haré entrar en razón! ¡Lo obligaré!".
Negué con la cabeza lentamente.
"Es demasiado tarde. Su corazón está cerrado, envenenado por la ambición de esa mujer. Ya no escucha a nadie más que a ella".
Le conté la horrible idea de Sofía, la de las barricas.
"Van a quemar la madera, Elena. Van a torturar cada fibra de mi ser hasta que no quede nada".
La desesperación en el rostro de Elena se transformó en furia.
"¡No lo permitiré! ¡Es mi nieto, pero ha ido demasiado lejos! ¡Esto es una abominación!".
Se puso de pie, decidida.
"Iré ahora mismo. Detendré esta locura".
"No puedes", le dije con una certeza absoluta. "Te tratará como a mí, como a una vieja loca. Solo te humillará".
Pero ella no escuchaba, consumida por la culpa y el horror.
"Tengo que intentarlo. Se lo debo a mi esposo, a mi padre, a todos los Montero que te veneraron".
Confirmé su peor miedo.
"Cuando la madera se convierta en cenizas, yo también lo haré. Y con mi fin, llegará el fin de la bendición de esta tierra. El viñedo morirá, Elena. Todo por lo que tu familia ha trabajado se convertirá en polvo".
Ella me miró, el rostro pálido como la cera.
La fatalidad de mis palabras la golpeó con la fuerza de una tormenta.
"Entonces... todo está perdido".
Asentí.
"Todo está perdido".
Se quedó quieta un largo momento, asimilando la ruina inminente.
Luego, con una resolución sombría, salió por la puerta para enfrentarse a su nieto, caminando hacia una derrota segura.