Renacida: Mi Revancha Ahora
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Capítulo 2

El timbre de la escuela sonó, estridente y familiar, sacándome de mis pensamientos.

El pasillo se llenó de inmediato con el murmullo y las risas de cientos de estudiantes. Me quedé quieta junto a mi casillero, sintiendo el peso de las miradas, la extraña sensación de ser una adulta en un cuerpo de adolescente.

Entonces la vi.

Daniela caminaba hacia mí, abriéndose paso entre la multitud con esa sonrisa falsa y radiante que yo había llegado a odiar con toda mi alma.

"¡Sofi! ¡Amiga!"

Su voz era un eco doloroso de mi vida pasada. La misma voz que me había consolado mientras me robaba todo.

Se detuvo frente a mí, su rostro una máscara de preocupación.

"¿Qué te pasa? Te ves súper pálida. ¿No dormiste bien? Te dije que no te mataras tanto estudiando".

Me costó cada gramo de autocontrol no retroceder, no gritarle en la cara todo lo que sabía. En cambio, forcé una pequeña sonrisa.

"Estoy bien, Dani. Solo un poco cansada".

Ella inclinó la cabeza, estudiándome con esos ojos que ahora veía con una claridad aterradora. Eran los ojos de un depredador evaluando a su presa.

"Es que a veces me preocupo por ti", continuó, bajando la voz en un tono confidencial. "Tú eres tan inteligente, tan dedicada. Y yo... bueno, ya sabes. Apenas y paso las materias. Me da envidia, de la buena, claro".

La bilis me subió por la garganta. Envidiaba mi inteligencia, pero no mi esfuerzo. Envidiaba mis resultados, pero despreciaba las noches en vela que me costaban.

"No digas eso, tú también eres inteligente", respondí, repitiendo las mismas palabras vacías que le había dicho mil veces en mi vida anterior.

Una chispa de algo oscuro brilló en sus ojos antes de que la ocultara de nuevo tras su máscara de humildad.

Recordé perfectamente este momento. Fue justo después de que nos entregaran las calificaciones de un examen de química especialmente difícil. Yo había sacado un diez perfecto. Ella, un cinco raspado.

"¡Por cierto, felicidades por ese diez en química!", exclamó, como si acabara de recordarlo. "¡Neta que eres una genio, Sofi! Tienes que pasarme tus secretos".

En mi vida anterior, esta alabanza me había hecho sentir orgullosa y un poco culpable. Me había ofrecido a ayudarla a estudiar, pasando horas explicándole conceptos que ella fingía no entender, mientras en realidad solo estaba esperando el momento de usar su sistema para robarme el resultado final.

Pero esta vez, su halago solo sonaba como el preludio de un robo.

Vi cómo su mirada se desviaba sutilmente hacia mi mochila, donde guardaba mis apuntes y libros. Estaba calculando, planeando.

De repente, su expresión cambió. Se cruzó de brazos y me miró con una pizca de resentimiento.

"Oye, ¿estás enojada conmigo o algo? Te siento rara, distante".

Su capacidad para voltear la situación y hacerme sentir culpable era asombrosa. Era un chantaje emocional tan refinado que me había tenido atrapada durante años.

"¿Por qué estaría enojada?", pregunté, manteniendo mi voz lo más neutral posible.

"No sé, dímelo tú", insistió, su voz adquiriendo un tono herido. "Pensé que éramos mejores amigas, que nos contábamos todo. Pero últimamente siento que me ocultas cosas, que te crees mejor que yo solo porque te va bien en la escuela".

Ahí estaba. La acusación. La misma que usaba siempre que yo lograba algo. Me hacía sentir que mi éxito era una ofensa personal contra ella, que mi esfuerzo era una forma de arrogancia.

La miré fijamente, y por primera vez, no sentí culpa. Sentí una claridad helada.

Todo mi esfuerzo, todas mis horas de sacrificio, ella lo veía no como mérito, sino como una afrenta. Mi dedicación no era admirable para ella, era un recordatorio de su propia pereza. Y en su mente retorcida, la única solución no era esforzarse más, sino arrastrarme a su nivel, robar lo que era mío para poder sentir que estaba a la altura.

"No es eso, Daniela", dije, mi voz tranquila pero firme. "Simplemente estoy concentrada en los exámenes finales. Son importantes".

Ella resopló.

"Claro, los exámenes. Siempre tan perfecta, tan responsable".

Se dio la vuelta, con un gesto de falsa indignación.

"Bueno, como quieras. Cuando quieras volver a ser mi amiga, ya sabes dónde encontrarme".

Y se alejó, dejándome sola en el pasillo.

Respiré hondo, sintiendo cómo la tensión abandonaba mis hombros. La primera batalla había sido librada, y aunque no había sido un ataque frontal, había logrado algo importante: no caer en su trampa emocional.

No más culpa. No más justificaciones.

Sabía exactamente quién era ella y qué quería. Y esta vez, en lugar de darle mis apuntes, le iba a tender una trampa tan perfecta que no tendría más remedio que caer en ella.

            
            

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