El auditorio estalló en aplausos. Mis compañeros se giraron para mirarme, algunos con genuina admiración, otros con envidia apenas disimulada. Mis padres, que habían asistido, me sonreían desde la primera fila, con los ojos brillantes de orgullo.
Me levanté y agradecí con un nudo en la garganta. Este era un logro de mi vida pasada que Daniela no había podido robar, porque ocurrió justo antes de que su sistema se volviera lo suficientemente poderoso. Ahora, era la piedra angular de mi venganza.
Mientras caminaba de regreso a mi asiento, busqué la mirada de Daniela.
Estaba aplaudiendo, sí, pero su sonrisa era una mueca tiesa y forzada. Sus ojos, fijos en mí, carecían de cualquier tipo de alegría. Vi el rápido tic en su mandíbula, el casi imperceptible apretón de sus puños sobre su regazo.
Era la envidia en su forma más pura y fea.
Más tarde, en el receso, se me acercó, su rostro recompuesto en una máscara de efusiva felicidad.
"¡Amiga, no manches! ¡Felicidades! ¡Qué increíble! ¡Sabía que eras una genio!"
Me abrazó con fuerza, un gesto que se sintió como el abrazo de una serpiente.
Decidí que era el momento de lanzar el anzuelo.
Me aparté un poco, bajando la voz como si le estuviera contando un gran secreto.
"Gracias, Dani. La verdad es que ni yo me la creo. Y oye...", hice una pausa, mirando a ambos lados. "El director me dijo que con esto, mi lugar en la universidad está prácticamente asegurado. Ya ni siquiera necesito el examen final para entrar".
Observé su rostro cuidadosamente. Por una fracción de segundo, la máscara se resquebrajó. Vi una chispa de pánico, seguida de un destello de pura codicia. La idea de que yo tuviera un éxito tan grande, tan inalcanzable para ella, era insoportable. Y la idea de que ese éxito estuviera ligado a algo que no podía robar directamente la frustraba.
Pero entonces, su cerebro de ladrona empezó a trabajar. Si no podía robar la admisión directa, podía robar lo que la rodeaba: la aclamación, el estatus de "la mejor estudiante".
"Wow, Sofi, eso es... increíble", dijo, su voz un poco tensa. "¿Entonces... ya no vas a estudiar para el final?"
"No, claro que sí", respondí con el tono más ingenuo que pude fingir. "Quiero cerrar la prepa con broche de oro. Quiero sacar la calificación más alta de la historia de la escuela. Imagínate, admisión directa y además el mejor promedio. Sería legendario".
Le pinté un cuadro tan delicioso, tan lleno de gloria, que sabía que no podría resistirse.
Y mordió el anzuelo.
A partir de ese día, Daniela cambió su estrategia por completo.
Dejó de lado su actitud de víctima perezosa y se transformó en la "amiga estudiosa y solidaria".
"Oye, Sofi, ¿y si estudiamos juntas? Así me motivas un poco, ¿no? Anda, porfis".
"Sofi, ¿me prestas tus apuntes? Es que los tuyos son perfectos, explican todo mil veces mejor que el profe".
"¿Vamos a la biblioteca después de clases? Así te hago compañía mientras repasas".
De repente, estaba en todas partes. Se sentaba a mi lado, miraba por encima de mi hombro, me hacía preguntas sobre los temas más complejos. No estaba aprendiendo nada, por supuesto. Solo estaba observando, midiendo, asegurándose de que mi esfuerzo fuera real, de que el premio que planeaba robar fuera tan valioso como yo lo había pintado.
Yo, por mi parte, jugué mi papel a la perfección.
Fingí creer en su repentino interés por el estudio. Le sonreía, le explicaba pacientemente, le mostraba mis notas llenas de información detallada.
Pero por dentro, cada vez que la veía mirarme con esa avidez mal disimulada, sentía una fría satisfacción.
Estaba construyendo mi propio caballo de Troya. Un resultado espectacularmente inflado en apariencia, pero hueco por dentro.
Ella creía que se estaba preparando para el mayor robo de su vida.
Pobre e ilusa Daniela.
No tenía idea de que estaba caminando directamente hacia su propia ejecución pública.