La Hija Firme Del Detective
img img La Hija Firme Del Detective img Capítulo 2
3
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

A la mañana siguiente, el aire en la casa de los Salazar era pesado, denso con la tensión de los planes del día. Elena sabía que el tiempo se le agotaba. Mientras preparaba el desayuno, su mente trabajaba a toda velocidad, buscando una salida, una grieta en la fortaleza que la rodeaba. Recordó las historias de su padre, las charlas sobre sus amigos en el ejército, hombres de honor que, según él, todavía existían. Uno de ellos, un general, era su compadre. El General Valerio.

Necesitaba una forma de llegar a él.

Aprovechando un momento en que todos estaban distraídos con los preparativos del viaje a la sierra, Elena se encerró en el baño con su teléfono. Marcó el número de la base militar más cercana, un número que su padre le había hecho memorizar de niña, "por si acaso". La voz de una operadora sonó, impersonal y burocrática.

"Base Militar Número Siete, buenos días".

"Buenos días", dijo Elena, la voz temblorosa. "Necesito hablar con el General Valerio. Es una emergencia".

Hubo una pausa al otro lado de la línea. La operadora suspiró, un sonido de fastidio.

"Señorita, el General Valerio no atiende llamadas sin cita previa. Y su agenda está llena por las próximas tres semanas. Si es una emergencia, comuníquese con la policía local".

"La policía no puede ayudarme", insistió Elena, la desesperación filtrándose en su voz. "Esto es sobre el detective Marco Aguilar. Yo soy su hija".

El nombre de su padre pareció causar un ligero cambio. Hubo otro silencio, más largo esta vez.

"Entiendo. Pero las reglas son las reglas. No puedo comunicarla directamente. Puede dejar un mensaje, si gusta".

Un mensaje. ¿Qué podía decir en un mensaje? "Estoy secuestrada por un cartel y mi hermano se muere". La colgarían, pensarían que era una broma. La frustración la golpeó como un muro. Incluso la justicia tenía horarios de oficina y protocolos. Se sentía sola, gritando en un vacío.

Apretó el teléfono con fuerza, la mandíbula tensa. No, no se rendiría. Si no podía llegar a él por teléfono, iría en persona. De alguna manera, tenía que llegar a esas puertas.

"Está bien", dijo, forzando la calma. "Gracias".

Colgó antes de que la operadora pudiera responder. En el espejo del baño, se miró a los ojos. Vio el reflejo de una joven asustada, pero debajo del miedo, había una chispa de la terquedad de su padre. Él nunca se habría rendido. Él habría pateado la puerta si fuera necesario.

"Papá siempre decía que el honor no necesita invitación", susurró para sí misma. "Y la justicia no pide cita".

Esa idea se convirtió en su mantra, su fuerza.

Justo en ese momento, la puerta del baño fue golpeada con fuerza.

"¡Elena! ¡Muévete! ¡Nos vamos ahora!", gritó la voz de Ricardo desde el otro lado.

El viaje a la sierra fue una tortura. Elena iba en el asiento trasero de una camioneta de lujo, flanqueada por dos de los hombres de Ricardo. Ricardo iba adelante, junto a Sofía, su novia, una mujer cuya belleza solo era superada por su crueldad. Sofía se había unido al viaje en el último minuto, insistiendo en que no quería quedarse sola.

Durante el trayecto, Sofía se giró para mirar a Elena. Sus ojos se posaron en la mano de Elena, que aferraba con fuerza el bolsillo donde guardaba la medalla abollada.

"¿Todavía traes esa porquería contigo?", dijo Sofía con una risita burlona. "Parece una tapa de refresco aplastada. ¿De verdad crees que esa chatarra te da suerte?"

Elena no respondió. Fijó la vista en la ventanilla, en las montañas que pasaban a toda velocidad. Cada palabra de Sofía era como sal en una herida abierta, pero no le daría la satisfacción de verla reaccionar.

Ricardo escuchó el comentario y sonrió. "Déjala, mi amor. Es lo único que le queda de su papi el héroe".

El sarcasmo en su voz era palpable. La humillación era su herramienta favorita.

Elena cerró los ojos. No importaba lo que dijeran. La medalla no era chatarra. Era un símbolo. Era la promesa de su padre de que siempre habría gente buena dispuesta a luchar. Y ella iba a encontrarla. En su mente, ya no estaba en esa camioneta. Estaba trazando un plan. Tenía que convencer a Ricardo de que la dejara en la ciudad para comprar medicinas para Miguel. Sería su única oportunidad.

Pensó en la cara pálida de Miguel, en su respiración débil. La imagen le dio la fuerza que necesitaba. Aguantaría los insultos, las mirias de desprecio, la violencia. Aguantaría todo lo necesario para poder arrodillarse frente a esas puertas y exigir la justicia que le debían a su padre y a su hermano. La decisión estaba tomada. No había vuelta atrás. La única salida era hacia adelante, directamente hacia la boca del lobo, o en su caso, hacia la única institución que los Salazar temían: el ejército.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022