Amo Al Hombre Sin Sangre
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Capítulo 1

El mundo se sentía brillante y lleno de promesas.

Mi estudio, usualmente un caos de telas y bocetos, hoy estaba bañado por una luz dorada que entraba por el ventanal.

Sostenía la pequeña prueba de embarazo en mi mano, las dos líneas rosas confirmaban un secreto que apenas me atrevía a susurrar.

Estaba embarazada.

Iba a tener un hijo de Ricardo.

Una sonrisa tonta se apoderó de mi cara, no podía evitarlo. Ricardo, el hombre que había transformado mi vida, el galerista más influyente de la ciudad, el amor de mi vida.

Íbamos a ser una familia.

Justo en ese momento, la puerta se abrió y él entró, trayendo consigo el aroma caro de su loción y el aura de poder que siempre lo rodeaba.

"Sofía, mi vida, ¿qué haces aquí tan sola?"

Su voz era como terciopelo, envolvente y segura.

Corrí a sus brazos, escondiendo la prueba detrás de mi espalda. Quería que fuera una sorpresa.

"Te esperaba, amor."

Me besó, un beso largo y apasionado que me dejó sin aliento, como siempre. Luego, su mirada se volvió seria, pero con un brillo de emoción que me contagió.

"Tengo noticias, unas que cambiarán todo."

Mi corazón latió con fuerza. ¿Acaso él también tenía una sorpresa?

"Yo también," dije casi en un susurro.

Él sonrió, una sonrisa de un millón de dólares.

"Dime tú primero, princesa."

"No, tú, parece más importante."

Me llevó de la mano hacia el sofá, su tacto era firme y posesivo.

"He cerrado el trato para la galería en Nueva York," anunció, sus ojos brillando con ambición. "Y quiero que tus diseños sean la colección de apertura. Serás la estrella, Sofía. El mundo entero conocerá tu talento."

Sentí que flotaba. Nueva York. Mi propia colección. Era todo lo que siempre había soñado.

"Pero," continuó, y su tono cambió ligeramente, "para que todo sea legal y podamos movernos rápido, necesito que firmes estos papeles. Es una formalidad, para que la galería sea dueña de los derechos comerciales de la colección. Así yo puedo manejar todo el negocio y tú solo te dedicas a crear, mi artista."

Sacó de su portafolio un fajo de papeles y una pluma elegante.

Lo miré, un poco confundida. Renunciar a los derechos de mis diseños... era como entregar una parte de mi alma.

"¿Es... necesario?" pregunté, mi voz apenas audible.

"Totalmente," afirmó con suavidad, acariciando mi mejilla. "Es por nosotros, por nuestro futuro. Confía en mí, Sofía. ¿Acaso no lo he dado todo por ti?"

Tenía razón. Ricardo me había descubierto, me había pulido, me había dado un mundo que yo ni siquiera sabía que existía. Me había alejado de mi familia, sí, pero él decía que era porque ellos, especialmente mi hermanastra Elena, no entendían nuestra conexión y solo querían frenarme con su envidia. Me había aislado de mis viejos amigos, pero era para que pudiera concentrarme en mi arte.

Todo lo que hacía, era por mí. Por nosotros.

Y ahora, con nuestro bebé en camino, nuestra unión sería indestructible.

"Ricardo," dije, tomando su mano. "Antes de firmar, tengo que decirte algo."

Saqué la prueba de embarazo de mi espalda y se la mostré.

Sus ojos se abrieron como platos. Por un segundo, vi algo que no pude descifrar, una sombra fugaz, casi como pánico. Pero desapareció tan rápido como llegó, reemplazada por una alegría desbordante.

"¿Es en serio?" exclamó, levantándome en brazos y dándome vueltas por el estudio. "¡Voy a ser papá! ¡Sofía, me has hecho el hombre más feliz del mundo!"

Reía y lloraba al mismo tiempo, contagiada por su euforia. Todas mis dudas se disiparon como el humo.

"Ahora más que nunca, tenemos que asegurar nuestro futuro," dijo, bajándome suavemente. "Por nuestro hijo."

Tomó la pluma y me la puso en la mano.

"Firma, mi amor. Firma por nuestra familia."

Y lo hice.

Sin leer, sin dudar. Firmé cada una de las hojas, entregándole mi futuro, mi arte, mi alma. Porque lo amaba y confiaba en él ciegamente. Porque íbamos a tener un bebé y una vida de ensueño.

Esa noche, me sentía la mujer más afortunada del planeta.

Unas semanas después, los malestares del embarazo se hicieron más intensos. Ricardo insistió en que me mudara a su lujosa casa para que pudiera cuidarme mejor.

La casa era enorme y fría, y por primera vez, sentí una punzada de soledad. Mis padres ya casi no me llamaban, dolidos por la forma en que Ricardo los había tratado la última vez que nos visitaron. Y Elena... bueno, Elena siempre había sido un caso aparte.

Una tarde, mientras descansaba en la habitación, escuché voces en el piso de abajo. La voz de Ricardo, y otra, una voz femenina que me heló la sangre.

Era Elena.

¿Qué hacía mi hermanastra aquí? Ricardo decía que no la soportaba, que era una víbora celosa.

Me levanté con cuidado, la curiosidad y un mal presentimiento me empujaron hacia las escaleras. Me detuve en el último escalón, oculta en la penumbra.

"¿Estás seguro de que no sospecha nada?" decía Elena, con un tono burlón que odiaba.

"Nada. Se tragó todo el cuento de Nueva York y nuestro futuro juntos," respondió Ricardo. Su voz era diferente, despectiva, cruel. "La tonta firmó cada papel sin leer. Sus diseños, su 'alma', ahora son míos. O mejor dicho, nuestros."

Escuché el sonido de un beso, un beso largo y húmedo.

Mi estómago se revolvió.

"¿Y qué hay del pequeño bastardo que lleva dentro?" preguntó Elena. "No quiero criar al hijo de mi estúpida hermanita."

"No lo harás," dijo Ricardo, y su siguiente frase me rompió en mil pedazos. "En cuanto nazca, diremos que murió. Tengo un contacto que nos ayudará a darlo en adopción a una pareja rica en el extranjero. Y a ella... la encerraremos en un sanatorio. Diré que el dolor la volvió loca. Con los papeles que firmó, tengo control total sobre ella y sus bienes."

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Un zumbido llenó mis oídos.

No. No podía ser.

Esto era una pesadilla.

"Eres diabólico, Ricardo. Por eso te amo," ronroneó Elena. "Finalmente tendré todo lo que ella siempre tuvo. El talento, el reconocimiento... incluso su hombre."

"Tú siempre fuiste la inteligente, mi amor. Ella solo fue la herramienta," dijo Ricardo.

No pude más.

Un grito ahogado escapó de mis labios.

Silencio.

Las voces de abajo se callaron de inmediato.

"¿Qué fue eso?" susurró Elena.

Intenté retroceder, volver a la seguridad de la habitación, pero mis piernas no respondían. Estaba paralizada por el horror.

Los pasos de Ricardo subiendo la escalera sonaron como martillazos en mi cabeza.

Su rostro apareció frente a mí, ya no había amor, solo una furia fría y calculadora.

"Escuchaste, ¿verdad?"

No pude responder. Las lágrimas corrían por mis mejillas sin control.

Él me agarró del brazo, con una fuerza brutal.

"Mala idea, Sofía. Muy mala idea."

En ese momento, un dolor agudo y terrible me atravesó el vientre. Me doblé, gritando.

La traición, el shock, el miedo... todo se convirtió en un dolor físico insoportable.

Lo último que vi fue el rostro de Ricardo, mirándome con desprecio, y a Elena detrás de él, sonriendo con una satisfacción monstruosa.

Luego, todo se volvió negro.

Había perdido mi arte.

Había perdido mi libertad.

Y estaba a punto de perder a mi hijo.

Mi mundo, que horas antes era una obra de arte brillante, se había convertido en un lienzo negro y vacío. Y yo estaba atrapada en él, gritando en silencio.

            
            

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