El aire olía a jazmín y a madera vieja, un contraste extraño con la modernidad fría del mobiliario. Mía se dejó caer en el sillón frente al ventanal, observando sus dedos tamborileando nerviosos sobre el reposabrazos de cuero. Afuera, la ciudad vibraba con indiferencia, sus luces parpadeando como pequeñas estrellas sin alma, ajenas a las mentiras que se tejían dentro de ese cuarto.
El anillo que aún llevaba en el dedo brillaba tenuemente bajo la luz, una joya que no le pertenecía, símbolo de un pacto sellado con secretos y miedo. Cada vez que lo miraba, sentía una punzada de culpa y ansiedad, como si la piedra preciosa retuviera la esencia de la verdadera Lara Salazar y la mirara acusadora.
Flashback:
Lara apretó los puños, su rebeldía aún encendida como una llama que se negaba a apagarse. No quería rendirse, no quería esconderse detrás de una mentira, pero el peligro era real y latente, demasiado cerca para ignorarlo.
-No hay otra opción -dijo con voz áspera, mientras sus ojos oscuros buscaban en los de Mía una chispa de esperanza-. Solo dos días. La boda y la luna de miel. Después de eso, todo volverá a la normalidad.
Mía asintió, comprendiendo el peso que llevaba esa decisión. No era solo un trabajo, era la última carta que Lara podía jugar para salvar lo que amaba.
-Lo haremos bien -susurró Mía-. Juntas.
Pero en el fondo, Lara odiaba cada segundo de esa mentira que se avecinaba.
La puerta se abrió suavemente y una brisa fresca coló su aroma por el cuarto, mezclándose con el sudor frío que le humedecía la nuca a Mía. Héctor había salido a atender una llamada urgente, uno de esos malos hábitos que tenía desde siempre y que a Lara le hacía hervir la sangre. Él no podía desconectarse del trabajo, ni por un instante, ni siquiera en la luna de miel. Pero Mía, con su paciencia y comprensión, lo aceptaba sin reproches, o al menos eso fingía.
Ella se levantó, sus pasos apenas hacían ruido en la alfombra aterciopelada. Se acercó al ventanal, apoyó las manos contra el vidrio frío y miró la ciudad que se extendía hasta el horizonte, un mar de luces y sombras. Se preguntó cuánto tiempo más podría sostener aquella mentira, cuánto más soportaría el peso de una vida ajena.
Flashback:
Lara no recordaba exactamente cuándo comenzó a desvanecerse. Tal vez fue esa noche en la que Héctor la miró con ojos que ya no la veían, o el día en que recibió el ultimátum, una llamada cargada de amenazas que apretaba como un lazo invisible en torno a su cuello.
"Si quieres salvar lo que queda de tu vida, confía en mí", había dicho la voz al otro lado del teléfono, fría y calculadora.
Mía Castellanos no era solo una actriz cualquiera; era su último recurso, la única salida que podía comprar tiempo y esperanza.
En la habitación, Mía sentía la irritación creciente bajo la prótesis de silicona. El adhesivo comenzaba a ceder con el calor y el sudor, y cada movimiento la hacía consciente del peligro latente. Era como llevar una máscara de cristal, preciosa pero frágil, que podría romperse con el roce más leve.
Se llevó una mano al rostro, tocando el borde donde la prótesis terminaba y su piel real comenzaba. El roce áspero le provocó un escalofrío. Sabía que, en cualquier momento, ese velo podría caer.
La puerta se abrió y Héctor entró, con esa sombra de sonrisa que no alcanzaba a sus ojos. Se movía con la seguridad de quien domina el mundo, pero había en él una tensión invisible, una sospecha que no podía ocultar.
-¿Te encuentras bien? -preguntó, pero la frase sonó más como una prueba que una verdadera preocupación.
Mía forzó una sonrisa y asintió. -Perfectamente. Solo cansada de tanto protocolo.
Él no parecía convencido, pero no insistió. Se acercó, apoyó una mano firme en su cintura y le susurró al oído:
-Recuerda que hoy la perfección no es opcional.
Flashback:
La noche antes de firmar el contrato, Lara lloró por primera vez en meses. No por miedo, sino por rabia, por la humillación de tener que ceder su propia vida.
-Prométeme que nadie sufrirá por esto -susurró, con la voz rota, mientras sus manos temblaban en las de Mía.
La actriz la miró con ternura y determinación. -Te lo prometo. No dejaré que esta mentira destruya más de lo que ya lo ha hecho.
Pero ambas sabían que el precio sería alto y que las heridas no cerrarían fácilmente.
En la penumbra de la habitación, Mía se miró en el espejo grande y antiguo que colgaba de la pared. La mujer que reflejaba no era ella, ni tampoco Lara. Era un híbrido, una amalgama rota de dos vidas que nunca podrían fusionarse por completo.
Sintió la mirada invisible de Héctor clavada en ella, un halcón paciente que esperaba el más mínimo desliz para atacar. Y mientras la ciudad seguía su curso indiferente, la mentira continuaba tejiéndose con cada suspiro, cada gesto ensayado, cada palabra medida.