Arrepentirías a Ofenderme: El Regreso De La Ceo
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Capítulo 4

Esa noche, Ximena llegó a la casa que había compartido con Ricardo durante una década. Era una mansión moderna, de líneas limpias y grandes ventanales, un testamento de su éxito conjunto. Pero esa noche, se sentía extraña, ajena.

En cuanto entró, un olor familiar la golpeó. Un perfume barato y excesivamente dulce que intentaba ser sofisticado pero solo lograba ser vulgar. El perfume de Sofía.

En el recibidor, junto a los mocasines italianos de Ricardo, había un par de tacones de aguja de imitación de piel de serpiente.

Ximena apretó la mandíbula. La audacia era increíble. No solo en su empresa, sino ahora también en su hogar.

Subió las escaleras en silencio, sus pasos amortiguados por la gruesa alfombra. La puerta del dormitorio principal estaba entreabierta. Desde el pasillo, podía oír risas ahogadas y susurros.

Empujó la puerta suavemente.

La escena que la recibió fue una postal de la traición. Ricardo estaba sentado en el borde de su cama, y Sofía estaba de pie frente a él, usando una de las batas de seda de Ximena. La bata le quedaba grande, pero no lo suficiente como para ocultar que no llevaba nada debajo. Sofía le estaba dando un masaje en los hombros, sus manos moviéndose con una intimidad repugnante.

"Oh, Ricardito, estás tan tenso," ronroneaba Sofía. "Esa bruja de tu esposa te causa demasiados problemas. Pero no te preocupes, yo te cuidaré."

Ricardo se rió, una risa floja y estúpida. "Tienes razón, Sofi. Eres un alivio. Con ella todo era trabajo, números, ambición... Contigo todo es más... simple."

Ximena carraspeó, un sonido ligero que sin embargo resonó en la habitación como un disparo.

Ambos se giraron bruscamente, sus rostros una mezcla de pánico y culpa. Sofía se cubrió el pecho instintivamente, mientras que Ricardo se puso de pie de un salto.

"¡Ximena! ¿Qué... qué haces aquí?" tartamudeó Ricardo, como si fuera un ladrón sorprendido en su propia casa.

"Vivo aquí," respondió Ximena con una frialdad cortante. "¿O ya lo olvidaste? Parece que estás muy ocupado... redecorando."

"No es lo que parece," dijo Ricardo, la excusa más patética y predecible del mundo. "Sofía solo... me estaba ayudando con un dolor de espalda."

Ximena soltó una risa seca, sin humor. "Claro. Y supongo que mi bata de seda tiene propiedades terapéuticas especiales."

Se acercó a la cómoda, abrió su bolso de mano y sacó un fajo de papeles. Los arrojó sobre la cama, justo al lado de donde Sofía seguía parada como una estatua aterrorizada.

"Ricardo, te ahorré el trabajo de seguir mintiendo," dijo Ximena. "Estos son los papeles del divorcio. Ya están firmados por mi parte. Solo falta tu firma."

Los ojos de Ricardo se abrieron como platos. Miró los papeles, luego a Ximena, su cerebro luchando por procesar la velocidad de los acontecimientos.

Fue Sofía quien reaccionó primero, su miedo transformándose en una arrogancia mal calculada.

"¡Así que finalmente te rindes!" espetó, sintiéndose valiente ahora que el tema del divorcio estaba sobre la mesa. "Ya era hora de que te dieras cuenta de que no eres suficiente para un hombre como Ricardo. Él necesita a alguien joven, que lo admire, no a una vieja amargada que solo piensa en el trabajo."

Ximena ni siquiera se molestó en mirarla. Mantuvo sus ojos fijos en Ricardo.

"¿Vas a dejar que la empleada hable por ti?"

Luego, lentamente, se volvió hacia Sofía, su mirada tan intensa que la joven retrocedió un paso. Ximena comenzó a quitarse el saco de su traje, doblándolo cuidadosamente y dejándolo sobre una silla. El gesto era tan deliberado, tan tranquilo, que resultaba más intimidante que cualquier grito.

"Pequeña," dijo Ximena, su voz suave como el veneno. "¿Tú de verdad crees que esto es una victoria para ti? ¿Crees que has ganado algo?"

Se acercó a Sofía, invadiendo su espacio personal.

"Déjame explicarte algo. Tú eres el postre barato que un hombre come a escondidas cuando está aburrido de los banquetes. Eres un capricho, un error. Pero yo... yo soy el banquete completo. Yo soy la dueña del restaurante. Y tú estás parada en mi cocina, usando mi delantal."

Ximena sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos.

"Disfruta el momento, porque no durará. Ahora, si me disculpan, tengo una casa que limpiar. Y voy a empezar por la basura."

                         

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