"Ricardo, esto... esto no es correcto. Pedro confió en ti..." .
"La confianza no paga las cuentas" , lo cortó Ricardo.
Fue entonces cuando Don Cheto, incapaz de soportar más, dio otro paso al frente. Su rostro estaba rojo de ira.
"¡Eres una rata, Ricardo! ¡Una víbora ponzoñosa!" , gritó. "Pedro te dio todo. ¡Todo! Y así es como le pagas. No tienes honor. No tienes vergüenza" .
Ricardo sonrió, una sonrisa torcida y cruel.
"El honor no te compra un Ferrari, Cheto. Y la vergüenza no te acuesta con una mujer como Sofía" , dijo, guiñándole un ojo a ella, quien soltó una risita complacida. "Tú y tus viejas ideas pueden irse a la mierda. Eres un dinosaurio, y te vas a extinguir junto con tu adorado patrón" .
Se acercó a la silla de ruedas de Pedro, mirándolo desde arriba con un desprecio infinito.
"¿Ves, Pedro? Este es tu legado. Un viejo leal y un montón de chatarra. Patético" .
Y entonces, en un acto de crueldad suprema, Ricardo levantó el pie y le dio una patada a una de las ruedas de la silla de Pedro.
La silla se tambaleó violentamente, y Pedro casi cae al suelo. Se aferró a los reposabrazos con todas sus fuerzas, su rostro pálido por el shock y la humillación.
Sofía se tapó la boca, pero no para ocultar el horror, sino para ahogar una carcajada.
"¡Cuidado, mi amor!" , se burló. "No vayas a romperte la otra pierna" .
La risa de los traidores llenó la sala. Don Cheto intentó abalanzarse sobre Ricardo, pero dos de los mecánicos más jóvenes lo sujetaron.
Pedro levantó la vista, sus ojos ardiendo de una furia impotente. Miró al único hombre que le quedaba, su último bastión de lealtad.
"Guardián..." , murmuró.
El imponente guardaespaldas, que había permanecido inmóvil como una estatua, finalmente se movió.
Pero no se movió hacia Ricardo.
Se movió hacia Pedro.
Se inclinó, su rostro inexpresivo muy cerca del de su jefe.
Y entonces, ocurrió la traición final, la más inesperada, la más dolorosa.
"Lo siento, patrón" , dijo El Guardián, su voz grave y sin emoción. "Pero el señor Ricardo paga mejor" .
El aire abandonó los pulmones de Pedro. El mundo entero pareció detenerse. ¿El Guardián? ¿Su sombra, el hombre que había jurado protegerlo con su vida?
"Y hay algo más que debe saber" , continuó El Guardián, su voz como el hielo. "Su 'accidente' en la carrera... no fue un accidente. El señor Ricardo me pagó para que aflojara los frenos de su coche. Quería que se matara, pero supongo que tuvo suerte de solo quedar lisiado" .
La confesión cayó como una bomba atómica en la sala. Un jadeo colectivo recorrió a los presentes, incluso a los traidores.
Pedro se quedó sin aliento. La traición de su esposa y su compadre era una herida profunda, pero esto... esto era un abismo. Cada pieza del rompecabezas encajó en su mente. Las fallas inexplicables en el coche, la forma en que El Guardián lo había sacado de los restos humeantes... todo había sido un teatro. Una elaborada y macabra obra para destruirlo.
Miró a Ricardo, que sonreía con la satisfacción de un demonio. Miró a Sofía, cuyo rostro reflejaba un placer sádico. Y miró al Guardián, el hombre en el que había depositado su seguridad, y vio el rostro de su verdugo.
Estaba solo. Completamente, absolutamente solo. La desesperación, fría y negra, lo envolvió por completo. Habían ganado. Lo habían destruido.