La luz en la pantalla comenzó a cambiar. Pasó del rojo al amarillo, y luego, lentamente, empezó a teñirse de un verde pálido. Un murmullo recorrió la sala. El verde, aunque no era el tono brillante de la sinergia perfecta, indicaba una alta compatibilidad.
Ricardo sonrió con más fuerza, una sonrisa triunfante.
"Lo sabía. Ni siquiera tu algoritmo puede negar lo evidente. Estamos hechos para el éxito, Ximena. Siempre lo hemos estado."
Se giró hacia el público, como si ya hubiera ganado.
"Este algoritmo es impresionante, no me malinterpreten. Una herramienta poderosa. Pero una herramienta necesita un maestro que la empuñe. Y ese soy yo. AlmaTech necesita mi visión, mi liderazgo. Juntos, dominaremos no solo México, sino el mundo."
Sus palabras eran puro ego, un discurso para sí mismo. Ximena se mantuvo en silencio, observándolo. Recordaba esas mismas palabras, esa misma arrogancia de su vida pasada. Solo que esta vez, el algoritmo no estaba manipulado. ¿Era posible que, incluso sin trampas, él fuera el indicado? La duda la asaltó por un segundo, un fantasma helado de su antiguo amor.
Fue entonces cuando una figura delicada se levantó de entre el público y se acercó al escenario. Era Sofía Del Valle. Llevaba un vestido blanco, sencillo pero elegante, que resaltaba su apariencia frágil e inocente. Se movía con la gracia de una actriz consumada, cada paso calculado para atraer la simpatía.
"Ricardo, cariño", dijo con una voz suave, casi un susurro, pero audible en el silencio de la sala. Puso una mano en su pecho, con una expresión de preocupación. "No te esfuerces tanto. Tu energía es muy fuerte, me preocupa que te agote."
Luego se giró hacia Ximena, y sus ojos, que parecían tan puros, contenían una chispa de triunfo mal disimulado.
"Ximena, discúlpalo. Ricardo es muy apasionado cuando se trata de negocios. Él solo quiere lo mejor para todos."
Ricardo la miró con una ternura que a Ximena le supo a veneno. La tomó de la mano.
"No te preocupes, mi amor. Estoy bien." Luego, su mirada se endureció al volverse hacia Ximena. "¿Ves? Hasta Sofía lo entiende. Ella sabe que mi éxito es inevitable. Pero tú... tú sigues con tus jueguitos, intentando demostrar algo. ¿Qué es, Ximena? ¿Aún no superas que te dejé? ¿Es una especie de venganza patética?"
La acusación pública fue como una bofetada. El público murmuró de nuevo, esta vez con más interés. El drama personal siempre era más entretenido que los negocios.
Ximena respiró hondo, manteniendo la calma. No le daría la satisfacción de verla perder el control.
"El proceso aún no ha terminado, Señor Montemayor," dijo ella, con una voz monótona y profesional. "Hay más candidatos."
Ricardo se rió. "¿Candidatos? ¿Te refieres a ellos?" Señaló con desdén a los otros empresarios. "Son hormigas. Yo soy un titán."
De repente, Sofía se tambaleó ligeramente, llevándose una mano a la frente.
"Ay, me siento un poco mareada. Creo que... creo que es la tensión del ambiente."
Ricardo inmediatamente se volcó sobre ella, su rostro lleno de preocupación.
"Sofía, ¿estás bien? Vámonos de aquí. No tienes por qué soportar esto." La rodeó con su brazo y la guio fuera del escenario. Antes de irse, se giró para lanzarle una última mirada a Ximena. "Ya tienes tu respuesta. Llámame cuando dejes de hacer berrinches."
Y así, se fueron. Dejando un silencio incómodo y la luz verde pálida del algoritmo brillando en la pantalla, como un veredicto a medio cocer.
Ximena esperó a que las puertas se cerraran. Luego, se acercó al control del sistema.
"Oráculo, muestra el análisis de integridad completo del candidato Ricardo Montemayor," ordenó en voz baja.
La luz verde en la pantalla parpadeó. Y entonces, en el centro de la nebulosa, apareció una mancha. Una mancha negra, pequeña al principio, pero que comenzó a expandirse lentamente, como una gota de tinta en agua limpia. Pulsaba con una energía oscura y corrupta.
Engaño. Narcisismo. Crueldad. Las palabras clave aparecieron en la pantalla junto a la mancha.
El algoritmo había detectado la verdad. Su compatibilidad era superficial, basada en la ambición pura. Pero su núcleo, su alma, era incompatible. La mancha negra era la prueba.
Ximena miró a su abuela. La anciana asintió lentamente, una pequeña sonrisa en sus labios. El camino se estaba despejando.
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