Mi Venganza Nace del Amor Roto
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Capítulo 5

El día de la boda llegó. No era la boda de Ricardo y Sofía, como todos en el mundo empresarial esperaban. Era la boda de Ximena Rojas y Alejandro Vargas. La noticia había caído como una bomba en el Consorcio Tecnológico. Ximena no solo había rechazado a Ricardo Montemayor como socio, sino que se había comprometido con su rival más discreto, un filántropo que muchos consideraban insignificante.

La ceremonia se celebraría en un antiguo convento en el corazón de Coyoacán, un lugar lleno de historia y belleza, lejos del frío mundo corporativo. Ximena llevaba un vestido de novia de diseño oaxaqueño, bordado a mano con hilos de seda que formaban patrones ancestrales. Un velo delicado cubría su rostro, ocultando la ligera hinchazón y el hematoma casi invisible que aún quedaba en su mejilla.

El coche nupcial, un auto clásico adornado con flores blancas, avanzaba lentamente por las calles empedradas. La gente se asomaba para ver a la novia, sonriendo y lanzando buenos deseos. Todo parecía perfecto, un cuento de hadas renacido de las cenizas de su vida pasada.

Pero cuando el coche se detuvo frente a la iglesia, la escena de ensueño se rompió.

Ricardo Montemayor estaba allí. De pie, en medio de la calle, bloqueando el paso. No vestía sus trajes de poder. Llevaba una camisa arrugada y tenía el pelo revuelto. Sus ojos estaban inyectados en sangre, y su rostro mostraba una desesperación que Ximena nunca había visto.

Cuando el coche se detuvo por completo, él cayó de rodillas sobre el pavimento.

"¡Ximena!", gritó, su voz rota. "¡No lo hagas! ¡No te cases con él!"

Los invitados que esperaban en la entrada de la iglesia se quedaron helados. Los fotógrafos, que habían estado capturando sonrisas, ahora enfocaban sus lentes en el drama inesperado.

Ricardo se arrastró de rodillas hasta la portezuela del coche.

"¡Bájate, por favor! ¡Tenemos que hablar! ¡Todo esto es un error! ¡Tú me amas a mí! ¡Siempre me has amado!"

Ximena lo miró a través del cristal. Su actuación era patética, pero la convicción en su voz era real. Parecía genuinamente creer que ella estaba haciendo todo esto para darle celos, para castigarlo. Su arrogancia era tan profunda que no podía concebir que ella, simplemente, ya no lo quisiera.

Alejandro, que esperaba en la puerta de la iglesia, se acercó al coche con calma. Su rostro era una máscara de serenidad, pero sus puños estaban apretados.

"Ricardo, levántate. Estás haciendo el ridículo", dijo Alejandro con voz firme.

"¡Cállate tú!", le espetó Ricardo, sin siquiera mirarlo. Sus ojos estaban fijos en el velo de Ximena. "¡Esto no es asunto tuyo! ¡Ella es mía! ¡Su algoritmo me eligió a mí!"

Un asistente del Presidente del Consorcio, que había sido enviado para supervisar la boda y asegurar que no hubiera problemas, se acercó rápidamente.

"Señor Montemayor, el Presidente le ordenó explícitamente que no se acercara a la señorita Rojas."

"¡Al diablo con el Presidente!", gritó Ricardo, completamente fuera de control. Se abalanzó hacia la puerta del coche e intentó abrirla por la fuerza. "¡Ximena, escúchame!"

Alejandro lo agarró del brazo para detenerlo. Ricardo se revolvió y le lanzó un puñetazo. Alejandro lo esquivó con agilidad.

En ese momento, dos vehículos negros se detuvieron bruscamente. De ellos bajaron hombres con trajes oscuros, la seguridad personal del Presidente del Consorcio. Traían un documento con un sello oficial.

"¡Ricardo Montemayor!", exclamó uno de los hombres con voz de trueno. "¡Por orden del Presidente del Consorcio Tecnológico, queda usted formalmente destituido de su puesto como candidato a la asociación con AlmaTech! La decisión final ha sido tomada. El socio elegido es el señor Alejandro Vargas."

Ricardo se quedó paralizado, como si le hubiera caído un rayo.

"¿Qué? ¡No! ¡Es imposible! ¡El Oráculo me eligió a mí! ¡Mostró el color verde!"

El hombre desenrolló el pergamino digital. "El análisis completo mostró una corrupción en su núcleo de integridad. Queda descalificado."

"¡Es una mentira!", rugió Ricardo. "¡Es ella! ¡Ella manipuló el sistema para vengarse de mí!"

Lentamente, Ximena levantó la mano y se quitó el velo.

Lo hizo sin decir una palabra. Dejó que todos vieran la marca en su mejilla. El hematoma, aunque tenue, era inconfundible bajo la luz del sol. Un silencio sepulcral cayó sobre la multitud. Todos los ojos pasaron de la marca en su rostro al rostro descompuesto de Ricardo.

La conexión era obvia. La verdad era innegable.

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