Mi Venganza Nace del Amor Roto
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Capítulo 3

Ximena no esperó a que terminara la farsa. Con Ricardo y Sofía fuera de la sala, la tensión se había disipado, pero un aire de incertidumbre permanecía. El Oráculo todavía mostraba la luz verde contaminada con la mancha negra, un testimonio silencioso de la verdadera naturaleza de Ricardo.

Ignorando las miradas confusas del público y del Presidente del Consorcio, Ximena bajó del escenario. Sabía a quién tenía que buscar. El algoritmo había rechazado a Ricardo, pero aún no había señalado al verdadero elegido. Sin embargo, ella ya lo sabía. Su corazón, libre del engaño de su vida pasada, sentía el tirón del hilo invisible.

Lo encontró en el jardín de la azotea del edificio, un oasis de vegetación en medio de la jungla de concreto. Alejandro Vargas estaba de espaldas a ella, regando unas plantas de chiles endémicos. Vestía de manera sencilla, con una camisa de lino y pantalones de algodón, y parecía completamente ajeno al drama empresarial que se desarrollaba pisos abajo.

Alejandro era el director de una fundación dedicada a proyectos de energía renovable en comunidades indígenas. No era un magnate, no buscaba el poder. Buscaba el equilibrio. En su vida pasada, Ximena apenas lo había notado, un candidato menor que Ricardo había aplastado sin piedad. Ahora, al verlo, sentía una calma que no había experimentado en años, ni en esta vida ni en la anterior.

Se acercó en silencio. Él pareció sentir su presencia y se giró. Sus ojos eran amables y profundos, y al verla, sonrió. Una sonrisa genuina, sin artificios.

"Ximena. Felicidades por el evento. Tu algoritmo es... revolucionario."

"Aún no ha terminado", respondió ella, deteniéndose a su lado. El aroma de la tierra húmeda y las plantas llenaba el aire. "Falta un candidato."

Alejandro la miró con curiosidad. "¿Ah, sí? Pensé que ya todos habían pasado."

"Tú no pasaste", dijo Ximena suavemente. "Nunca te inscribiste."

Él se encogió de hombros, volviendo su atención a una pequeña flor amarilla. "Mi trabajo no es de grandes corporaciones. Lo que yo hago es a pequeña escala, para la gente. No encajaría en el mundo del Consorcio."

"Pero encajas con la filosofía de AlmaTech", insistió Ximena. "Mi abuela dice que la energía más poderosa es la que se comparte, la que nutre, no la que domina. Eso es lo que tú haces."

Él dejó la regadera y la miró fijamente, estudiando su rostro. "¿Por qué me dices esto a mí?"

Ximena respiró hondo. Era el momento. No más dudas, no más miedos.

"Porque en mi primera vida, elegí al hombre equivocado. Elegí la ambición sobre la integridad. Elegí el poder sobre la conexión. Y lo perdí todo." Las palabras salieron con una honestidad brutal que sorprendió incluso a ella misma. "Esta vez, quiero elegir bien. Quiero elegirte a ti, Alejandro. No solo como socio comercial. Como mi alma gemela."

Alejandro se quedó sin palabras. Sus ojos se abrieron un poco más, reflejando una mezcla de sorpresa y algo más, algo que parecía un reconocimiento profundo, como si hubiera estado esperando escuchar esas palabras toda su vida.

Lentamente, extendió su mano, no para tocarla, sino para rozar un pétalo de la flor que tenía al lado.

"Mi abuelo era un campesino", dijo en voz baja. "Él decía que la tierra sabe reconocer a quien la cuida. Que responde con frutos. Quizás... quizás las almas también."

No era un sí, pero era mucho más. Era un entendimiento.

Mientras tanto, en la capilla privada de su mansión, Ricardo Montemayor encendía una vela. Sofía estaba a su lado, con las manos juntas en un gesto de piedad.

"Dios mío, por favor, ilumina a Ximena", susurró Sofía con su voz de actriz. "Hazle ver que el único camino para su empresa es con Ricardo. Que deje su orgullo y acepte su destino."

Ricardo la miró, con el ceño fruncido. La mancha negra en el Oráculo lo había desconcertado, aunque no lo admitiría en voz alta.

"No es orgullo, es terquedad", gruñó Ricardo. "Siempre ha sido así. Cree que su 'conexión de almas' es real. Es una tontería." Pero en el fondo de su mente, una pequeña duda comenzaba a crecer. ¿Por qué el algoritmo, que siempre le había dado todo, había mostrado esa imperfección?

En el jardín de la azotea, Ximena ya no pensaba en Ricardo. Miraba a Alejandro, y por primera vez en dos vidas, se sentía completa. Sentía que el universo, por fin, estaba en su lugar. Había soltado el pasado. Había elegido su futuro.

De repente, su teléfono sonó. Era un mensaje de un número desconocido.

"Crees que ganaste, farsante. Crees que puedes deshacerte de mí. Pero tú y tu algoritmo me pertenecen. Si no eres mi socia, no serás de nadie. Te destruiré. Te lo juro."

Era Ricardo. La amenaza era clara, directa. La paz del momento se rompió.

Ximena apretó el teléfono en su mano. La guerra acababa de empezar.

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