Era una escena íntima, una que me excluía por completo. Me sentí como un intruso, un espectador de mi propia tragedia.
Me acerqué a ellos, con el corazón martilleándome en el pecho.
"Sofía."
Mi voz sonó extraña.
Ella se sobresaltó al verme, y por un instante, vi un destello de culpa en sus ojos. Pero desapareció tan rápido como llegó, reemplazado por una fría incomodidad.
Diego fue el primero en hablar. Su sonrisa era una máscara de cortesía que no ocultaba su desprecio.
"Vaya, vaya. Si es el estudioso Miguel Ángel. ¿Has dejado tus libros por un momento para tomar un poco de aire fresco?"
Su tono era burlón.
"Vine a buscar a Sofía," dije, ignorándolo y mirando directamente a la princesa. "Ayer te esperé. En el festival."
Ella evitó mi mirada.
"Ah, eso. Lo siento, Miguel Ángel. Se me olvidó por completo. Diego tenía este partido y era muy importante."
"¿Más importante que nuestra tradición?" pregunté, mi voz teñida de dolor.
Diego soltó una carcajada.
"Vamos, no seas tan dramático. Son solo cosas de niños. La princesa y yo estábamos poniéndonos al día. ¿Verdad, prima?"
Sofía asintió, aunque parecía incómoda.
"Diego tiene razón. No es para tanto. Ya te compensaré."
Me miró, y por un segundo, quise creerle. Quise creer que era solo un descuido.
"Está bien," dijo ella, forzando una sonrisa. "Mira, para que veas que no lo he olvidado, te prometo que iré a tu graduación. Estaré en primera fila."
Su promesa era un bálsamo débil para una herida profunda, pero me aferré a ella. Era todo lo que tenía.
Justo cuando pensaba que podíamos arreglar las cosas, Diego intervino de nuevo. Señaló la insignia de la academia en mi uniforme.
"¿Sigues con eso? Sofía y yo hablábamos de cosas más interesantes. Cacerías, bailes, la vida en la corte. Cosas que probablemente no entenderías."
Cada palabra era un golpe. Me estaba pintando como un ratón de biblioteca aburrido e inferior.
Miré a Sofía, esperando que me defendiera. Que dijera algo.
Pero ella permaneció en silencio. Su silencio fue más doloroso que cualquier insulto de Diego.
Finalmente, fue ella quien rompió el contacto visual y me dio la espalda.
"Miguel Ángel, estamos ocupados ahora. Hablamos luego."
Era una despedida. Una clara señal de que me fuera.
Tragué el nudo en mi garganta y me di la vuelta, sintiendo sus miradas en mi espalda. Me alejé sin decir una palabra más, con la humillación ardiendo en mi interior.
Unos días después, un sirviente del palacio me entregó un pequeño paquete. Dentro, había un peine de jade exquisitamente tallado, el tipo de regalo que se hace entre amantes. Y una nota.
"Para compensar mi olvido. Nos vemos en tu graduación. Con cariño, Sofía."
El peine era hermoso, y la nota reavivó una pequeña llama de esperanza en mi corazón. Quizás estaba exagerando. Quizás ella todavía me quería.
Me aferré a esa esperanza como un hombre que se ahoga se aferra a un trozo de madera.
Pero en las semanas siguientes, la distancia entre nosotros solo creció. Cada vez que intentaba verla, tenía una excusa. Estaba con Diego. Iban de cacería, a un baile, a visitar a otros nobles.
Pronto, toda la capital susurraba sobre la princesa y su apuesto primo. Se convirtieron en la pareja del momento, siempre juntos, siempre sonriendo para el público.
Y yo... yo me convertí en una sombra, una anécdota del pasado. El prometido olvidado.
Pero todavía tenía su promesa. La graduación. Me dije a mí mismo que ese día, todo se arreglaría. Cuando me vieran en el estrado, con los más altos honores, ella recordaría por qué me había elegido a mí.
Qué ingenuo fui.