Donde el amor florece de nuevo
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Capítulo 5

"Hola, Miguel Ángel."

Su voz era frágil, un eco de la que yo recordaba.

"Alteza," respondí, mi tono formal y distante. Hice una leve inclinación de cabeza, manteniendo a Luna cerca de mí.

El silencio entre nosotros era un abismo. Ella seguía mirando a mi hija.

"Es... es muy bonita," dijo finalmente. "Se parece a ti."

"Tiene los ojos de su madre," contesté, cortante.

Quería terminar esa conversación. Quería encontrar a Elena y salir de ese palacio lleno de fantasmas. Hice un movimiento para irme, pero su voz me detuvo.

"¿Me odias?"

La pregunta me tomó por sorpresa. Me giré para mirarla. Sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.

"¿Todavía me odias, Miguel Ángel?"

Solté un suspiro cansado.

"El odio es un sentimiento muy fuerte, Alteza. Requiere energía. Yo ya no tengo energía para usted."

Mis palabras fueron más crueles de lo que pretendía, pero eran la verdad. El fuego que una vez sentí por ella, ya fuera amor u odio, se había extinguido. Ahora solo quedaban cenizas frías.

Ella dio un paso hacia mí, su mano se alzó como si quisiera tocarme el brazo.

"Miguel Ángel, por favor... Necesitamos hablar. Hay tantas cosas que no sabes."

Me aparté instintivamente.

"No hay nada de qué hablar. El pasado está muerto y enterrado."

"¡No está muerto para mí!" exclamó, su voz temblando de desesperación. "Pienso en ti todos los días. En lo que perdí."

La miré, y por primera vez en mucho tiempo, realmente la vi. Vi a una mujer atrapada en el arrepentimiento, desesperada por rebobinar el tiempo. Pero el tiempo no funciona así.

"Usted no perdió nada, Alteza," dije con frialdad. "Usted tomó una decisión. Eligió a su primo, su estatus, su sangre noble. Yo solo era un obstáculo en su camino."

"¡No es verdad! ¡Fui una tonta, fui manipulada!"

"Quizás. Pero eso ya no cambia nada," respondí. "Míreme, Alteza. ¿Usted cree que el hombre que está frente a usted es el mismo muchacho ingenuo que dejó atrás? Ese muchacho murió en la frontera. Murió el día que recibió la noticia de su compromiso."

Al ver la confusión en su rostro, me di cuenta de que ella no entendía. No podía entender.

"¿Por qué sigues así?" susurró, su rostro descompuesto por el dolor. "Creí que... creí que al devolverte el peine, al mostrarte la verdad..."

"¿La verdad?" la interrumpí. "Su verdad llega cinco años tarde. Cinco años en los que aprendí a vivir sin usted, a sobrevivir sin usted. Y finalmente, a ser feliz sin usted."

Fue en ese momento que ella pareció entender. La esperanza en sus ojos se desvaneció, reemplazada por una devastadora comprensión. Se dio cuenta de que ya no había un "nosotros" . Ya no había nada que recuperar.

Se derrumbó. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente rodaron por sus mejillas.

"Así que... ya no me amas," sollozó, la frase sonando como una sentencia de muerte.

No respondí. Mi silencio fue la confirmación más elocuente.

Justo en ese momento, Elena regresó. Vio la escena, a Sofía llorando y a mí de pie, rígido e impasible. Se acercó sin dudarlo, tomó mi mano libre y entrelazó sus dedos con los míos.

"¿Está todo bien, mi amor?" preguntó, su voz era un ancla en medio de la tormenta.

Luna, al ver a su madre, se acurrucó más contra mi pierna.

La imagen era clara. Una familia. Unida, fuerte.

Sofía nos miró, a Elena y a mí, nuestras manos unidas, y luego a Luna. Y en sus ojos vi la agonía final de una batalla perdida.

                         

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