Capítulo 3

Sofía se detuvo en seco, con un suéter a medio doblar en las manos. La orden de Marco resonó en el pequeño dormitorio, cargada de un desprecio que le revolvió el estómago. ¿Servirle agua a la mujer que le había robado a su prometido, su trabajo y su hogar?

Salió del dormitorio, con la intención de ignorarlo y seguir empacando, pero Isabella se interpuso en su camino, bloqueando la entrada a la sala. La miraba de arriba abajo con una sonrisa burlona.

"¿No oíste a tu ex? Ve a traer el agua" , dijo Isabella, saboreando la palabra "ex" . "O es que además de incompetente en el trabajo, también eres sorda" .

Sofía la miró fijamente, su mandíbula apretada.

"Sírvetela tú misma. Tienes dos manos" .

La sonrisa de Isabella se desvaneció, reemplazada por una mueca de ira.

"¿Cómo te atreves a hablarme así? Deberías estar agradecida de que no te haya demandado por acosar a mi prometido. Una empleada de bajo nivel como tú, tratando de seducir a su jefe. Es patético" .

Marco, viendo la tensión escalar, intervino, pero no para defender a Sofía. Se acercó a ella, su rostro una máscara de fría impaciencia.

"Sofía, no compliques más las cosas. Solo es un vaso de agua. Hazlo y vete de una vez" .

La forma en que lo dijo, como si ella fuera un problema molesto que necesitaba ser eliminado, fue la gota que colmó el vaso.

"No voy a servirle nada a nadie" , dijo Sofía, su voz temblando de rabia contenida. Intentó pasar junto a él para volver al dormitorio.

En ese momento, Marco la empujó.

No fue un empujón suave, fue un acto de violencia deliberada. La tomó por el hombro y la lanzó hacia un lado con fuerza. Sofía perdió el equilibrio, tropezó con la alfombra y cayó al suelo, golpeándose la cadera contra la esquina de la mesa de centro. Un dolor agudo le recorrió el cuerpo.

Se quedó en el suelo, aturdida, más por la conmoción del acto que por el dolor físico. Marco, el hombre que le había jurado amor eterno, la había agredido físicamente.

Isabella soltó una carcajada.

"Vaya, vaya. Parece que la princesita no aguanta nada" .

Pero entonces, la expresión de Isabella cambió. Se llevó una mano a la boca, su rostro palideció y un sonido gutural escapó de su garganta. Se inclinó hacia adelante y vomitó violentamente, el líquido ácido salpicando el suelo de madera y, para horror de Sofía, manchando la ropa que se había caído de su maleta abierta.

El olor agrio y repugnante llenó el aire.

Sofía miró con incredulidad la mancha en su vestido favorito, luego a Isabella, que se limpiaba la boca con el dorso de la mano, con una expresión de asco.

"¡Qué asco! ¡Todo es tu culpa!" , gritó Isabella, señalando a Sofía en el suelo. "¡Me has puesto nerviosa y me has provocado náuseas! ¡Eres repugnante!" .

Marco corrió al lado de Isabella, sobándole la espalda con preocupación.

"Tranquila, mi amor, tranquila. No te alteres por ella, no vale la pena. Le hará daño al bebé" .

Luego, se giró hacia Sofía, que todavía estaba en el suelo, procesando la humillación. Su mirada no contenía ni una pizca de remordimiento, solo una ira fría y acusadora.

"¿Estás contenta ahora?" , siseó. "¡Mira lo que le has hecho a Isabella! ¡Casi provocas que le pase algo a mi hijo! Si le pasa algo a este bebé, Sofía, te juro que te haré la vida un infierno. ¡Ahora recoge tus cosas sucias y lárgate de mi casa!" .

"Mi casa". Las palabras resonaron en la mente de Sofía. El departamento que habían alquilado juntos, que ella había pagado la mitad del depósito, que había decorado con sus propias manos, ahora era "su casa".

Se levantó lentamente, ignorando el dolor punzante en su cadera. Sin decir una palabra, recogió su ropa manchada del suelo, la metió en una bolsa de plástico que encontró en la cocina, cerró su maleta y se dirigió a la puerta.

No miró a Marco. No miró a Isabella. Simplemente caminó, con la cabeza en alto, y salió de ese lugar que una vez llamó hogar, cerrando la puerta tras de sí con un clic definitivo.

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