Por Qué Me Odia Tanto
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Capítulo 1

Sofía Romero era conocida en los círculos más exclusivos de la Ciudad de México no solo por su talento como arquitecta, sino por ser el amuleto de la suerte de su prometido, Ricardo. Él mismo lo decía en cada evento, con una copa de champán en la mano y el brazo posesivamente alrededor de la cintura de Sofía, "Todo lo que tengo, cada contrato, cada edificio, se lo debo a esta mujer, ella es mi buena fortuna". Y la gente lo creía, porque desde que Sofía estaba con él, la carrera de Ricardo, un ambicioso empresario inmobiliario, había despegado como un cohete.

Para ella, esas palabras eran la más dulce de las melodías, la confirmación de que su amor era un pilar en la vida del hombre que admiraba. Ella, proveniente de una familia oaxaqueña con profundas raíces en su tierra, se había entregado por completo a construir un futuro con él en la selva de concreto de la capital, un futuro que parecía tan brillante y sólido como los rascacielos que ayudaba a diseñar.

Esa noche celebraban otro éxito, la aprobación de un nuevo proyecto multimillonario. La fiesta en su penthouse de Polanco estaba en su apogeo, la música vibraba en el suelo de mármol y las risas se mezclaban con el tintineo de los vasos. Sofía se sentía flotar, feliz y orgullosa. En un momento, Ricardo se disculpó para tomar una llamada importante, dándole un beso rápido en la frente. "No tardo, mi amuleto", le susurró al oído. Sofía sonrió y se dirigió a la cocina a buscar un vaso de agua, sintiendo una sed repentina. La puerta de la terraza estaba entreabierta y la voz de Ricardo, usualmente cálida y seductora, llegó hasta ella con un filo frío y desconocido. Por puro instinto, se detuvo detrás de la puerta, con el vaso en la mano.

"Sí, Valeria, todo va perfecto", decía Ricardo. "El último permiso se firmó hoy. El proyecto en Oaxaca es nuestro".

El corazón de Sofía dio un vuelco. ¿Oaxaca? Ricardo nunca le había mencionado un proyecto en Oaxaca, la tierra de su familia.

"Lo sé, es un lugar increíble, virgen", continuó él, su voz cargada de una codicia que Sofía nunca antes había escuchado. "Las tierras de la familia de Sofía son la joya de la corona, justo frente a la playa. El gobierno ya tiene listos los papeles de expropiación, una ganga. Lo venderán como un asunto de 'utilidad pública'".

El vaso de cristal se resbaló de los dedos de Sofía y se hizo añicos en el suelo, pero el ruido se perdió en la música de la fiesta. Ella se quedó helada, pegada a la pared, escuchando cómo el hombre que amaba planeaba despojar a su familia.

"No te preocupes por ella", dijo Ricardo, y su tono se volvió burlón. "Sofía es mi amuleto, ¿recuerdas? Necesitaba su 'suerte' para que todo esto funcionara, para que los viejos del gobierno confiaran en mí. Es como una especie de sacrificio, ¿entiendes? Sacrificar su herencia para asegurar nuestra fortuna. Es casi poético. Una vez que tengamos las tierras y empecemos a construir, su utilidad habrá terminado".

Sofía se tapó la boca con las manos para ahogar un sollozo. Cada palabra era un golpe directo a su pecho, dejándola sin aire. ¿Un sacrificio? ¿Su utilidad? ¿Así la veía él?

"Claro que sí, mi amor. Siempre has sido tú, Valeria", la voz de Ricardo se suavizó, volviéndose íntima y cargada de una pasión que Sofía se dio cuenta que nunca le había dedicado a ella. "El compromiso con ella fue solo una fachada, una estrategia de negocios. Cuando este complejo esté terminado, tú y yo estaremos en la cima, y ella será solo un recuerdo, la tonta que nos ayudó a llegar allí. Te amo, Valeria. Nos vemos mañana".

Ricardo colgó. Sofía escuchó sus pasos acercándose y, en un pánico ciego, retrocedió tropezando con los pedazos de cristal. El dolor agudo en su pie descalzo fue nada comparado con la agonía que desgarraba su alma. Se metió en un pequeño baño de servicio justo cuando Ricardo entraba a la cocina. Lo escuchó maldecir por el vaso roto y llamar a una de las empleadas para que limpiara. Encerrada en la oscuridad, Sofía se derrumbó en el suelo, temblando incontrolablemente. El mundo que había construido con tanto amor y confianza se había pulverizado en menos de cinco minutos, revelando un abismo de traición y crueldad. Ya no sentía el suelo bajo sus pies, solo un vacío helado y la certeza de que había sido la pieza más ingenua en el juego más sucio de todos.

            
            

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