Él frunció el ceño, pero rápidamente recompuso su máscara de encanto. Se sentó frente a ella, con una tablet en la mano.
"Justo quería hablar contigo de algo fascinante", dijo con entusiasmo. "He estado explorando oportunidades de inversión en el sur, y encontré un lugar increíble en la costa de Oaxaca. Imagínalo, Sofía, un complejo turístico de lujo, ecológico, que traerá progreso y empleos a la región. Podrías diseñar algo espectacular, tu obra maestra".
Su descaro era tan grande que a Sofía le provocó náuseas. Él le estaba vendiendo la destrucción de su herencia como si fuera un regalo, un sueño profesional. La miraba a los ojos y le mentía con una facilidad que helaba la sangre. Era un monstruo con una cara hermosa.
Mientras él hablaba de "desarrollo sustentable" y "beneficios para la comunidad", la mente de Sofía se llenó de imágenes del pasado. Recordó la tarde en que Ricardo le propuso matrimonio en un pequeño restaurante en Coyoacán, arrodillado, con los ojos llenos de una aparente sinceridad. Le había dicho que ella no solo era el amor de su vida, sino su centro, su ancla. "Contigo, siento que puedo conquistar el mundo", le había dicho. Y ella, tonta, le creyó. Recordó las noches en que se quedaban despiertos hasta tarde, ella dibujando planos para sus proyectos mientras él la animaba, diciéndole que su visión era única. Todas esas palabras, todas esas promesas, ahora se sentían como ceniza en su boca, un veneno que había estado bebiendo lentamente sin darse cuenta.
"¿Qué te parece, mi vida? Es la oportunidad de nuestras vidas", concluyó Ricardo, mirándola expectante.
Sofía levantó la vista del suelo y lo miró fijamente. Su rostro debía reflejar la desolación que sentía, porque la sonrisa de Ricardo vaciló por un instante. Miró a su alrededor, al apartamento de lujo, a la vista panorámica de la ciudad que se extendía bajo ellos. Todo eso había sido construido sobre la base de su talento, su confianza y, ahora entendía, su ingenuidad. El futuro que había imaginado, una vida llena de amor, una familia, proyectos compartidos, se había desvanecido. En su lugar, solo había un abismo oscuro y la silueta de Ricardo al otro lado, sonriéndole con la cara de un depredador. La sensación de desesperanza era total, como estar ahogándose en un océano de mentiras sin ninguna orilla a la vista.
En ese momento, entró Elena, la mujer que les ayudaba con la casa desde que se mudaron juntos, una señora mayor, discreta y de ojos amables. Llevaba una bandeja con café. Vio a Sofía, pálida y con los ojos hinchados, y su expresión se llenó de una preocupación genuina.
"Señorita Sofía, ¿se siente bien? ¿Le preparo un té de manzanilla?"
La simpleza de su pregunta, la calidez en su voz, fue como un pequeño bálsamo en la herida abierta de Sofía. Era un recordatorio de que todavía existía la bondad en el mundo, aunque en ese momento pareciera muy lejana.
"Gracias, Elena. Estoy bien", mintió Sofía, con la voz rota.
Ricardo se levantó, impaciente. "Bueno, piénsalo, mi amor. Tengo que ir a la oficina". Se inclinó para besarla, pero Sofía volvió a girar la cara. Él suspiró, irritado, y se fue sin decir más.
Sofía se quedó sola en el silencio de la sala, con el aroma del café flotando en el aire. Elena se acercó y le puso una mano en el hombro.
"Lo que sea que le pase, señorita, recuerde que usted es una mujer fuerte. Más fuerte de lo que cree".
Las palabras de Elena se quedaron resonando en su mente. Fuerte. En ese momento se sentía todo menos fuerte. Se sentía rota, humillada. Pero mientras miraba por la ventana, una chispa de algo más comenzó a arder en su interior, algo parecido a la rabia. Sabía que Ricardo no se detendría. Sabía que él iría tras las tierras de su familia con o sin su aprobación. Una premonición helada la recorrió: esto no era solo una traición amorosa, era el comienzo de una guerra, y ella estaba a punto de perderlo todo si no hacía algo.