Por Qué Me Odia Tanto
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Capítulo 3

A la noche siguiente, Ricardo regresó a casa con un enorme ramo de las flores favoritas de Sofía, peonías rosadas. Actuaba como si la tensión de la mañana anterior nunca hubiera existido. Se acercó a ella con una sonrisa ensayada, la misma que usaba para encantar a los inversionistas.

"Perdóname por haberme ido así esta mañana, mi amor", dijo, con una voz suave y calculada. "Estaba presionado con el trabajo. Pero he estado pensando en nosotros, en ti. Sé que la idea del proyecto en Oaxaca te tomó por sorpresa".

La rodeó con sus brazos, y a Sofía le repugnó su contacto, pero se obligó a quedarse quieta. Quería ver hasta dónde llegaba su cinismo.

"Quizás fui muy brusco", continuó él, acariciándole el pelo. "Pero quiero que sepas que esto es por nuestro futuro, Sofía. Imagina el legado que podemos construir juntos. Un lugar tan hermoso, diseñado por la arquitecta más brillante que conozco".

Por un instante, una parte muy pequeña y herida de ella quiso creerle. Quiso pensar que había escuchado mal, que todo había sido una pesadilla. El deseo de que su amor fuera real era tan fuerte que casi ahogaba la horrible verdad. Quizás, solo quizás, él podría cambiar. Podría entender lo que esas tierras significaban para ella y su familia. Era una esperanza frágil, estúpida, pero que nació de la desesperación más profunda.

"Ricardo, esas tierras...", comenzó a decir, con la voz temblorosa.

Pero antes de que pudiera terminar, el timbre del intercomunicador sonó con insistencia. Ricardo frunció el ceño y fue a contestar.

"¿Sí?"

"Soy yo, Ricky. Déjame subir, por favor. Necesito verte".

Era la voz de Valeria, melodramática y urgente.

Ricardo suspiró, molesto por la interrupción, pero su tono cambió al instante. "Sube, claro". Se volvió hacia Sofía. "Es Valeria. Parece que tuvo algún problema".

Momentos después, Valeria irrumpió en el apartamento. Llevaba un vestido carísimo que parecía fuera de lugar para una visita de emergencia, y sus ojos, perfectamente maquillados, estaban llenos de lágrimas que no parecían del todo reales. Ignoró a Sofía por completo y se lanzó a los brazos de Ricardo.

"¡Ricky, fue horrible!", sollozó contra su pecho. "Estaba en la presentación de la nueva colección de joyas y una de esas reporteras chismosas empezó a insinuar cosas sobre nosotros, sobre tu compromiso. Dijo que yo era la razón por la que todavía no se han casado. La gente empezó a murmurar. ¡Fue tan humillante!"

Se aferró a él, temblando de forma teatral. Ricardo la abrazó con una ternura protectora que nunca le había mostrado a Sofía. Le acarició la espalda y le susurró palabras de consuelo al oído.

"Tranquila, mi vida, tranquila. No les hagas caso a esas víboras. Son solo envidiosas".

Sofía los observaba desde el otro lado de la sala. La escena era tan clara, tan brutalmente honesta en su falsedad. El ramo de peonías yacía olvidado en una mesa. La breve y tonta esperanza que había sentido se extinguió por completo, reemplazada por una frialdad cortante. Todo era un teatro, y ella era la única espectadora que no había sido invitada.

Valeria levantó la cara del pecho de Ricardo y finalmente pareció notar la presencia de Sofía. Su expresión de víctima se transformó en una de desdén mal disimulado.

"Oh, lo siento, Sofía. No quería interrumpir". Su tono era cualquier cosa menos arrepentido.

Ricardo, atrapado entre las dos, finalmente se soltó de Valeria y se volvió hacia Sofía. Su actitud había cambiado por completo. La falsa ternura había desaparecido, reemplazada por una fría impaciencia.

"Sofía, creo que es mejor que hablemos de esto en otro momento", dijo, su voz dura. "Como puedes ver, Valeria no está bien. Necesita mi apoyo".

La verdad la golpeó con la fuerza de un muro de concreto. Él ni siquiera intentaba ocultarlo más. La elección estaba hecha. La prioridad era clara. Ella, su prometida, era un inconveniente. Valeria, su amante, era la que merecía consuelo y protección.

"¿Tu apoyo?", repitió Sofía, con una voz que sonó extrañamente calmada. "¿Y qué hay de mí, Ricardo? ¿Qué hay de mi familia? ¿De las tierras que planeas robarles?"

Ricardo la miró con absoluta frialdad. "Ya te lo dije, es por negocios. Es progreso. Tu familia recibirá una compensación justa. No seas tan sentimental. A veces hay que hacer sacrificios para lograr cosas grandes".

Ahí estaba de nuevo esa palabra. Sacrificio. Pero esta vez, dicha a la cara, sin susurros ni secretos. Y en sus ojos, Sofía no vio ni una pizca de remordimiento, solo una ambición tan vasta y vacía como el desierto.

            
            

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