Libres del Yugo del Pasado
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Capítulo 2

Sofía condujo hasta la ostentosa casa de Elena en Beverly Hills, un palacio moderno de vidrio y concreto que parecía de otro planeta comparado con su propio hogar suburbano.

Elena la abrió la puerta, vestida con un conjunto de seda que probablemente costaba más que todo el guardarropa de Sofía.

Al ver el rostro pálido y los ojos hinchados de su amiga, la sonrisa de Elena se desvaneció.

"¡Sofía! ¿Qué te pasó? ¡Estás en los huesos! Ese cabrón del luchador no te está cuidando" , exclamó, jalándola hacia adentro y sentándola en un sofá de piel blanca tan suave que parecía una nube.

Elena le sirvió un vaso de agua con la misma urgencia que si le estuviera dando un antídoto.

"No es su culpa" , mintió Sofía, aunque la mentira le supo amarga en la boca.

"¡No me mientas! Te conozco desde que cruzamos el desierto con los coyotes, ¿te acuerdas?" , dijo Elena, sentándose a su lado y tomándole la mano.

Sofía sonrió a pesar de sí misma, el recuerdo era vívido.

Tenían dieciocho años, estaban muertas de miedo y de sed, y Elena, incluso entonces, se había preocupado de que el polvo del desierto le arruinara su labial rojo.

"Casi te caes en un hoyo de serpientes porque estabas tratando de retocarte el maquillaje" , recordó Sofía, y ambas soltaron una carcajada que rompió la tensión.

"Una mujer siempre debe estar presentable, nunca sabes a quién te puedes encontrar" , replicó Elena con una seriedad fingida, "y mira, funcionó, me encontré a un millonario" .

Elena siempre había tenido esa manía, coleccionar catálogos de joyas y ropa cara, incluso cuando vivían en un pequeño apartamento compartido y comían sopa instantánea.

Sofía la observaba recortar fotos de diamantes y soñar en voz alta, y nunca se burló de ella, siempre la apoyó, porque entendía su hambre de una vida mejor.

Por eso, Sofía había mantenido su propio sufrimiento en secreto durante tanto tiempo, no quería opacar la felicidad de su amiga, no quería ser una carga.

Pero el peso se había vuelto insoportable.

"Elena, necesito el divorcio" , dijo Sofía, finalmente dejando salir la verdad.

Elena la miró, sus ojos llenándose de comprensión.

"Yo también" , susurró Elena, y la confesión colgó en el aire entre ellas, pesada y liberadora.

Sofía la miró confundida.

"¿Pero por qué? Lo tienes todo" .

"Tengo todo menos lo que más quiero" , dijo Elena, y por primera vez, Sofía vio una grieta en la fachada perfecta de su amiga. "Quiero un bebé, Sofía, lo deseo con toda mi alma, pero Ricardo... es estéril" .

La palabra quedó flotando en el lujoso salón, cruda y dolorosa.

Sofía sintió una punzada de culpa.

Ella se quejaba de un hombre que no la tocaba, mientras que su amiga sufría por un hombre que no podía darle un hijo.

"El Tormento Mexicano..." , empezó a decir Sofía, "el problema con él es... que creo que es impotente" .

La confesión salió torpemente, cargada de un año de vergüenza y soledad.

Elena la miró, primero con sorpresa, y luego una extraña sonrisa se dibujó en sus labios.

"Bueno, al menos sabemos que el tuyo tiene la herramienta, aunque no sepa cómo usarla" , dijo con un humor negro que solo ellas podían compartir. "El mío ni siquiera viene con el manual de instrucciones" .

La tensión se rompió y ambas estallaron en una risa histérica, una risa que era mitad dolor y mitad alivio.

Se rieron hasta que las lágrimas corrieron por sus mejillas de nuevo, pero esta vez eran lágrimas diferentes.

Cuando la risa se calmó, se miraron con una nueva determinación.

"Entonces, ¿qué hacemos?" , preguntó Sofía.

Elena se puso de pie, su bata de seda ondeando a su alrededor como la capa de una superheroína.

"Nos divorciamos" , dijo, "pero no en una corte, no con abogados, nos divorciamos de esta vida, Sofía, vamos a desaparecer" .

Tomó un jarrón de cristal carísimo de una mesita y lo arrojó contra la pared.

El sonido del cristal haciéndose añicos fue como un grito de guerra.

"O hacemos esto, o me muero aquí adentro de verdad, ahogada en tanto lujo y tanta soledad" , dijo Elena, con los ojos ardiendo de una nueva y peligrosa energía.

Sofía la miró, el miedo mezclado con una extraña emoción.

Por primera vez en mucho tiempo, sentía que algo estaba a punto de cambiar.

            
            

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