Adiós, Infidelidad: Mi Felicidad Genuina
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Capítulo 3

La sonrisa de Valeria era venenosa, un triunfo mal disimulado. Miró a Sofía de arriba abajo y dijo con una voz melosa que goteaba falsedad.

"Señora Reyes, no se enoje. Mateo solo está bromeando, es un hombre muy exitoso, tiene mucha presión. Debería entenderlo."

Sofía la miró fijamente, una calma glacial instalándose en su interior.

"¿Y tú quién eres para decirme lo que debo entender? ¿La experta en hombres de negocios o la experta en consolar a hombres casados?"

La sonrisa de Valeria se congeló en su rostro, el color se le fue de las mejillas. Tartamudeó, buscando apoyo en la mirada de Mateo.

"Yo... yo solo decía... no hay que ser tan sensible, solo era una broma."

"Ah, ¿una broma?" repitió Sofía, su voz ahora con un filo de acero. "Curioso, porque a mí no me parece gracioso. Quizás tu sentido del humor está tan bajo como el escote de tu vestido."

Ricardo, el lamebotas, saltó en defensa de la nueva favorita.

"¡Oye, Sofía, ya basta! ¡Valeria solo intentaba calmar las cosas! ¡No tienes por qué ser tan grosera!"

Sofía giró su cabeza lentamente hacia él, como una depredadora que ha encontrado una nueva presa.

"¿Tú te acuerdas de lo que dijiste hace un momento, Ricardo?" preguntó con una dulzura peligrosa. "Algo sobre cagar dando vueltas. Si vuelves a abrir la boca para defendela a ella o para decirme lo que tengo que hacer, te juro que encontraré la manera de que esa mierda termine esparcida uniformemente sobre tu estúpida cara. ¿Entendiste?"

Ricardo se quedó boquiabierto, su rostro pasando del enojo a la incredulidad y finalmente al miedo. Se recostó en su silla, completamente mudo. El ambiente en el palco pasó de ser ruidosamente burlón a un silencio tenso y extraño, nadie se atrevía a decir una palabra.

Sofía entonces miró a su "mejor amiga", Carolina, que había estado observando todo en silencio, como si fuera un espectáculo de teatro. Carolina estaba a punto de meterse un gajo de naranja en la boca.

"Carolina," dijo Sofía, su tono ahora absurdamente casual. "Ya que me voy a divorciar y Mateo va a necesitar consuelo, y a ti te gusta tanto el éxito, ¿por qué no te acuestas con él? Así podrías ser la nueva Señora Reyes. A ti siempre te ha gustado lo práctico."

Carolina se quedó petrificada, con la naranja a medio camino, sus ojos abiertos de par en par, sin saber cómo reaccionar ante esa propuesta tan surrealista y directa.

Finalmente, Mateo explotó. Se puso de pie de un salto, golpeando la mesa con el puño. La vajilla tembló.

"¡SOFÍA! ¡SE ACABÓ! ¡Estás loca! ¡Si tanto quieres el divorcio, te lo daré! ¡Pero te irás con lo que llevas puesto y nada más! ¡Ahora mismo, pide perdón a todos por tu escena o lárgate de aquí y no vuelvas a mi casa!"

La amenaza final, el ultimátum que él creía que la haría retroceder, la haría suplicar. Pero Sofía no se inmutó. Con una lentitud exasperante, abrió su bolso de diseñador, un bolso que él le había regalado en un intento de comprar su silencio. Pero dentro no había solo un lápiz labial y un teléfono.

Sacó una carpeta de color azul cielo. La puso sobre la mesa con un suave golpe que resonó en el silencio sepulcral.

"No necesito volver a tu casa," dijo, su voz tranquila de nuevo. "Y no necesito tu permiso. Aquí está el acuerdo de divorcio. Ya lo he firmado. Solo falta tu firma." Hizo una pausa, mirando a Mateo directamente a los ojos. "Lo preparé hace seis meses."

            
            

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