Otra Familia De Mi Marido
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Capítulo 2

Conduje sin rumbo por la ciudad, las lágrimas nublaban mi vista y el claxon de otros coches era un ruido lejano y sin sentido. Finalmente, llegué a nuestra casa, la que yo creía que era nuestro hogar, y entré. El silencio me golpeó con la fuerza de un ladrillo, un silencio que antes era paz y ahora era la prueba de mi soledad.

Fui directamente a nuestro dormitorio, al armario que compartíamos. Abrí el lado de Mateo. Olía a él, una mezcla de su loción y el aroma de las especias de sus restaurantes. Me sentí enferma.

Empecé a buscar, sin saber exactamente qué.

En el fondo de un cajón de calcetines, debajo de un par que nunca usaba, encontré una pequeña caja de madera. Nunca la había visto antes. Mis manos temblaban tanto que apenas pude abrirla.

Dentro había fotos.

Fotos de Mateo y Ana, la mujer del patio.

Fotos de ellos en la playa, abrazados.

Fotos de ella embarazada, con Mateo acariciando su vientre con una sonrisa radiante.

Y fotos de Mateo sosteniendo a un bebé recién nacido, el pequeño Leo, con una mirada de amor puro que nunca me había dirigido a mí.

Había también un certificado de nacimiento.

Leo García. Madre: Ana García. Padre: Mateo Rivas.

Mi Mateo Rivas.

La fecha de nacimiento era de hace cinco años. Cinco años. Llevábamos casados ocho. Esto no era un desliz reciente, esto era una vida entera construida sobre mis espaldas, financiada con nuestro dinero, con el tiempo que me robaba a mí.

La rabia y el dolor explotaron dentro de mí.

Agarré la caja y la arrojé contra la pared con todas mis fuerzas. La madera se partió y las fotos se esparcieron por el suelo como confeti de una fiesta macabra.

Grité.

Un grito largo y desgarrador que salió desde lo más profundo de mi alma rota.

Caí de rodillas, recogiendo los pedazos de la vida que creía tener.

Lloré hasta que no me quedaron lágrimas, hasta que mi garganta estuvo en carne viva y mi cuerpo se sacudía con sollozos secos.

Estaba arrodillada en medio del desastre cuando oí la puerta principal abrirse.

"¿Sofía? ¿Cariño, estás en casa?"

Era la voz de Mateo, falsamente alegre, como si nada hubiera pasado.

Se asomó al dormitorio y su sonrisa se congeló al verme en el suelo, rodeada de las pruebas de su traición. El pánico volvió a sus ojos, el mismo pánico que vi en el patio.

Intentó componerse, forzar una expresión de preocupación.

"Mi amor, ¿qué pasó? ¿Por qué estás en el suelo? ¿Te caíste?"

Me levanté lentamente, sintiendo el peso de cada uno de mis treinta y dos años. Lo miré fijamente, dejando que viera el abismo de dolor en mis ojos.

"Hoy estuve en la casa de Ana."

Mi voz era un susurro ronco, pero resonó en el silencio como un disparo.

"Vi a tu hijo, Mateo."

Su rostro perdió todo el color. No lo negó. No podía. El silencio se extendió entre nosotros, pesado, denso, una confesión en sí mismo.

"¿Cómo pudiste?", le pregunté, mi voz finalmente quebrándose. "¿Ocho años, Mateo? ¿Ocho años de mentiras?"

"¿Cada 'te amo' era una mentira? ¿Cada viaje de negocios? ¿Cada promesa de un futuro juntos? ¿Todo era para ella? ¿Para ellos?"

No respondió, solo se quedó allí, mirándome como un criminal atrapado en el acto.

Y en ese momento, supe que el hombre al que amaba nunca había existido realmente.

            
            

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