Mi Compañía No Te Sirven Nada
img img Mi Compañía No Te Sirven Nada img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

La venganza de los cielos no tardó en llegar, pero no fue para mí. Fue sobre mi gente. Unos días después de la visita de Sofía, Armando "El Diablo" Rojas descendió sobre Tepito. No llegó como un hombre, sino como una fuerza de la naturaleza, una tormenta de arrogancia y poder. Apareció en el centro de la plaza, flotando a unos metros del suelo, su rostro contorsionado por el dolor y la ira. Una energía oscura y crepitante emanaba de él, doblando la luz a su alrededor.

La gente del barrio, mis vecinos, los hijos y nietos de mis amigos, salieron de sus casas, curiosos y asustados. Miraban hacia arriba, sin entender qué era esa aparición. Yo lo reconocí por las descripciones de Mateo. Era él. El rival. El verdadero amor de Sofía. Y había traído su sufrimiento a mi mundo.

"¡No funciona!", gritó al cielo, no a nosotros. "¡El poder no me obedece! ¡Esta herida no cierra!".

Y entonces, perdió el control. Una onda de energía negra explotó desde su cuerpo, expandiéndose en todas direcciones. No fue un ataque dirigido, fue un berrinche cósmico, un grito de frustración hecho destrucción. Vi con horror cómo la onda golpeaba el puesto de Doña Elvira, la anciana que vendía quesadillas. El puesto, y ella detrás de él, se desintegraron en una nube de polvo y cenizas. Sin un grito, sin un sonido. Simplemente desapareció.

El pánico estalló. La gente corría, gritaba, intentaba huir. Pero la energía de Armando era más rápida. Vi a niños pequeños, a familias enteras, ser borradas de la existencia. Mi puesto de tacos, el único hogar que me quedaba, fue reducido a astillas y luego a nada. El olor a carne asada y a tortillas frescas fue reemplazado por el hedor a ozono y a muerte. Me quedé paralizado, un espectador impotente de la masacre de todo lo que una vez amé. El dolor era tan intenso que me ahogaba, una garra invisible apretando mi pecho.

Justo cuando una segunda onda de energía estaba a punto de alcanzarme, Sofía apareció. Se materializó frente a Armando, creando un escudo dorado que desvió la explosión. Pero no me miró a mí. No miró los cuerpos desaparecidos ni la destrucción a su alrededor. Solo tenía ojos para él.

"Armando, cálmate", le dijo con una ternura que nunca me había dirigido en mis décadas de encierro. "Estoy aquí. Todo estará bien".

Lo abrazó, y la energía oscura que lo rodeaba comenzó a calmarse, a ser absorbida por ella. Él se derrumbó en sus brazos, sollozando como un niño. Yo me acerqué, tropezando sobre los escombros de mi vida.

"¿Qué has hecho?", le susurré, la voz rota. "¿Qué habéis hecho?".

Sofía finalmente me miró, y en su rostro no había remordimiento, solo una fría y pragmática justificación. "Es su vieja herida, Ricardo. De una batalla antigua. A veces le causa un dolor insoportable y pierde el control de su poder. No era su intención".

"¿No era su intención?", repetí, incrédulo, señalando la plaza vacía. "¡Mira a tu alrededor, Sofía! ¡Ha matado a cientos de personas! ¡Mis amigos, mi familia!".

"Eran solo mortales", dijo Armando, su voz todavía débil pero llena del mismo veneno arrogante. "Vidas insignificantes. Un daño colateral".

Sentí que la sangre me hervía. Antes de que pudiera responder, Sofía levantó una mano. Unas tenues luces azules, como fuegos fatuos, comenzaron a elevarse de donde la gente había muerto. Eran sus almas. Por un momento, sentí una chispa de esperanza. Quizás podía traerlos de vuelta.

Pero Sofía no hizo eso. Recitó unas palabras en un idioma que no entendí, y las almas comenzaron a arremolinarse, formando un vórtice de luz pálida. Luego, con un gesto final, envió ese vórtice hacia Armando. Las almas fueron absorbidas por su cuerpo.

"¿Qué... qué hiciste?", tartamudeé, el horror helándome los huesos.

"Sus esencias vitales ayudarán a calmar su dolor y a sanar su herida", explicó Sofía, con la misma calma con la que una vez me explicó una receta. "Es una forma de que sus muertes tengan un propósito. Una forma de que paguen por el daño que este lugar le causó a Armando".

Pagar. Dijo pagar. Las almas de mi gente, de los inocentes, usadas como una simple medicina, como un pago por el berrinche de su amante. En ese instante, supe que no había redención para ella. No había nada que salvar. La mujer que amé estaba muerta, y en su lugar había un monstruo. Y yo, con el poder que ella misma me había dado, juré por las cenizas de mi barrio que la destruiría. A ella, a Armando, y a todo su maldito mundo.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022