Mi Compañía No Te Sirven Nada
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Capítulo 4

Después de la masacre, no me dieron tiempo para llorar. Los Guardianes me sacaron de las ruinas de Tepito y me llevaron a su mundo. El viaje fue un parpadeo, un tirón violento que me arrancó de la realidad que conocía y me escupió en un lugar que desafiaba toda lógica. Dejé de ser Ricardo Morales, el taquero de Tepito, una leyenda local, para convertirme en un prisionero, un sirviente. Una mascota.

Su mundo era un lugar de arquitectura imposible y luz perpetua. Torres de cristal que se perdían en un cielo sin sol, jardines de plantas luminiscentes y seres que se movían con una gracia que no era humana. Era hermoso, pero era una belleza fría, estéril, sin el calor y el desorden de la vida que yo conocía. Me asignaron unos aposentos sencillos en el ala de los sirvientes del palacio de Sofía. Eran más grandes y lujosos que mi antiguo departamento, pero me sentía más encerrado que nunca. La jaula se había hecho más grande y dorada, pero seguía siendo una jaula.

Sofía me evitaba. Pasaban semanas sin que la viera. Cuando nuestros caminos se cruzaban por casualidad en los interminables pasillos del palacio, ella apenas me miraba. Su atención estaba completamente volcada en Armando, quien se recuperaba de su "crisis" en sus aposentos, atendido y mimado. Yo era un recordatorio viviente de su fracaso, de la masacre que había permitido, y era más fácil para ella ignorarme que enfrentar su culpa. La soledad que sentía en Tepito era un juego de niños comparada con el aislamiento que sufría aquí. Estaba rodeado de seres poderosos, pero nunca me había sentido más solo.

Intenté encontrar una manera de escapar. Noche tras noche, exploraba los límites del palacio, buscando una salida, una grieta en su perfecta seguridad. Pero mi poder, el "regalo" de Sofía, era inútil aquí. Era como intentar abrir una caja fuerte con un palillo de dientes. Los Guardianes habían erigido barreras que solo los de su clase podían traspasar. Cada intento fallido era un recordatorio de mi impotencia, de mi condición de inferior.

Los otros habitantes del palacio, los otros seres como Sofía, me trataban con un desdén apenas disimulado. Para ellos, yo era una curiosidad, el "mortal de la Señora". Me miraban como se mira a un animal en un zoológico. Escuchaba sus susurros cuando pasaba.

"¿Ese es? No parece gran cosa".

"Dicen que ella vivió con él durante décadas. Qué extraño pasatiempo".

"Es un milagro que no se haya vuelto loco en nuestro mundo. Los mortales son tan frágiles".

Su desprecio era un veneno lento. Me carcomía por dentro, alimentando el fuego de mi odio. No tenía a nadie con quien hablar, nadie que entendiera mi dolor. Mateo, el único Guardián que me había mostrado algo de amabilidad, no estaba aquí. Había sido reasignado a un puesto lejano después del incidente en Tepito, probablemente para evitar que me ayudara. Estaba completamente solo, un fantasma en un paraíso ajeno, atormentado por los rostros de los que habían muerto por mi culpa, por mi conexión con Sofía. Cada día de silencio, cada mirada de desprecio, cada momento de soledad, afilaba mi determinación. No quería escapar. Quería destruir este lugar desde dentro.

                         

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