En mi vida anterior, este día fue el principio del fin. Hoy era el día en que Ricardo, mi prometido, el hombre con el que me casaría en dos meses, me pediría con su cara de hombre bueno y comprensivo que dejara que mi prima Sofía, recién llegada del pueblo, se quedara a vivir con nosotros. Yo, la Elena de antes, la tonta, la sumisa, había aceptado sin dudar, pensando que era mi deber ayudar a la familia. No sabía que estaba metiendo al enemigo en mi casa, en mi cama y en mi vida. No sabía que ellos dos ya eran amantes.
El recuerdo de mi vida pasada era una herida abierta. Recordé cómo Sofía, con su cara de mosca muerta y sus lágrimas falsas, me fue quitando todo poco a poco. Primero, mi trabajo en la fábrica textil, un puesto que me había costado mucho conseguir y que ella anhelaba. Luego, el amor de Ricardo, aunque ahora sabía que ese amor nunca fue real. Me robaron mi dote, el dinero que mis padres habían ahorrado con tanto sacrificio. Me aislaron de mis amigos y de mi propia familia, haciéndome parecer una loca celosa e inestable.
Lo peor, lo que todavía me quemaba por dentro, fue el niño. El hijo que ellos tuvieron a mis espaldas y que, en un acto de crueldad máxima, me hicieron criar como si fuera mío, un niño que adopté legalmente sin saber que era el fruto de su traición. Morí sola, en la pobreza, viendo desde lejos cómo ellos disfrutaban de la vida que me habían arrebatado, con el dinero que era mío y con el hijo que llevaba mi apellido. Pero ahora estaba de vuelta. Esta vez, no sería la víctima.
La puerta se abrió y Ricardo entró con una charola en las manos. Traía café y pan dulce, su ritual de los domingos por la mañana. Su rostro era el mismo, guapo, con esa sonrisa que antes me derretía y que ahora solo me provocaba náuseas.
"Buenos días, mi amor. ¿Cómo amaneció la mujer más hermosa de Oaxaca?"
Puso la charola sobre la pequeña mesa al lado de la cama. Su voz era melosa, falsa. Estaba preparándome para el golpe.
Me senté en la cama, fingiendo la misma docilidad de siempre. Tomé la taza de café.
"Bien, Ricardo. Gracias."
Él se sentó en el borde de la cama, demasiado cerca. Tomó mi mano y la acarició. Su tacto me dio un escalofrío de repulsión, pero no lo aparté.
"Elena, necesito hablar contigo de algo importante."
Aquí viene, pensé. El primer movimiento de su plan.
"Mi tía llamó anoche. Sofía ya llegó a la ciudad, pero no tiene dónde quedarse. La pobre está sola, no conoce a nadie... Pensé que, como somos familia, podría quedarse aquí con nosotros por un tiempo. Solo hasta que encuentre un trabajo y un lugar propio."
Levanté la vista y lo miré directamente a los ojos. En mi vida anterior, yo había bajado la mirada, nerviosa y ansiosa por complacerlo. Esta vez no. Sostuve su mirada, buscando cualquier indicio de culpa en sus ojos, pero no había nada, solo la misma arrogancia egoísta de siempre. Él esperaba que yo aceptara, que fuera la buena y comprensiva Elena de siempre.
Para su total sorpresa, sonreí. Una sonrisa pequeña y tranquila.
"Claro, Ricardo. Por supuesto que puede quedarse."
Su mandíbula casi se cae al suelo. Parpadeó varias veces, confundido por mi reacción. Esperaba una discusión, o al menos algunas preguntas, algunas dudas. Mi aceptación tan rápida lo descolocó por completo.
"¿De... de verdad? ¿No te molesta?"
"¿Por qué me molestaría? Es mi prima, es tu familia política. Está sola en una ciudad grande. Es nuestro deber ayudarla. La familia es lo primero."
Repetí las mismas palabras que él me había dicho en mi vida anterior para convencerme. Ver la expresión de alivio y suficiencia en su rostro fue asqueroso, pero también me dio una extraña satisfacción. Estaba tan seguro de su poder sobre mí, tan convencido de mi estupidez. No tenía idea de que la mujer que tenía enfrente ya no era la misma.
"¡Sabía que lo entenderías, mi amor! Eres un ángel. Por eso te amo."
Se inclinó para besarme, pero giré la cabeza justo a tiempo, así que su beso aterrizó en mi mejilla. Me levanté de la cama.
"Voy a prepararle el cuarto de huéspedes. ¿Cuándo llega?"
"Eh... pues, de hecho, la cité aquí en una hora. Pensé en hablar contigo primero, claro."
Claro, pensaste en ponerme frente a los hechos consumados. Me di la vuelta para que no viera mi sonrisa de desprecio.
"Perfecto. Entonces hay que apurarnos. No podemos hacerla esperar."
Mientras caminaba hacia el pequeño cuarto que usábamos como bodega, mi mente trabajaba a toda velocidad. El cuarto estaba lleno de cajas viejas y muebles rotos. En mi vida pasada, yo me había pasado todo el día limpiando y ordenando ese lugar, sudando y agotada, para que la princesita tuviera un lugar cómodo donde dormir y planear mi destrucción. Esta vez, no movería un solo dedo.
"Ricardo," lo llamé desde la puerta del cuarto. "Necesito tu ayuda. Hay muchas cosas pesadas aquí. Yo sola no puedo."
Él suspiró, visiblemente molesto. Odiaba el trabajo físico. Pero no podía negarse, no después de que yo había sido tan "comprensiva". Su papel de hombre bueno y considerado lo obligaba.
"Claro, mi vida. Ya voy."
Mientras él empezaba a mover las cajas pesadas, resoplando y quejándose en voz baja, yo me quedé parada en el marco de la puerta, observándolo. Mi mente estaba fría y clara. Sabía exactamente en qué punto de la historia estaba. Sabía que Sofía llegaría pronto, con su maleta barata y su cara de víctima. Sabía que intentaría seducir a Ricardo esa misma noche. Y sabía que, esta vez, yo no iba a llorar en un rincón. Iba a sentarme en primera fila y a disfrutar del espectáculo. Esta era mi segunda oportunidad, y no la iba a desperdiciar. La venganza no era mi objetivo principal, mi objetivo era mi propia libertad y prosperidad, pero si en el camino podía hacer que ellos pagaran por cada lágrima que derramé, lo consideraría una bonita bonificación.