Miró a Ricardo con los ojos llenos de lágrimas, una súplica desesperada en su rostro. Era una actuación magistral.
"He pensado mucho," continuó, mirando de reojo mi plato, "en el trabajo de Elena. Es un buen trabajo, estable. Ella es tan inteligente y capaz, seguro podría encontrar algo mucho mejor. Yo... yo me conformaría con su puesto. Solo para ayudar con los gastos de la casa. No es justo que todo el peso caiga sobre ustedes."
Ricardo se quedó callado, pensativo. La idea le estaba gustando. Si Sofía trabajaba, significaría más dinero entrando a la casa y menos gastos para él.
Yo dejé mi tenedor sobre el plato y fingí una profunda tristeza.
"Tienes razón, Sofía," dije con un suspiro. "Este trabajo me está matando. Es agotador, y la paga no es tan buena como parece. He estado pensando en dejarlo."
Los ojos de Sofía se iluminaron con una avaricia mal disimulada.
"¿De verdad, prima? ¿Lo dejarías?"
"Lo he pensado," repetí, mirando a Ricardo. "Pero no puedo simplemente renunciar. Es un puesto de confianza. Mi tío, el hermano de mi mamá, me ayudó a conseguirlo. Si lo dejo así como así, lo haría quedar mal a él."
Ricardo frunció el ceño. Mi tío era un hombre de negocios respetado y un poco intimidante. Ricardo siempre había tratado de ganarse su favor.
"Entonces, ¿qué propones?", preguntó Ricardo.
"La única forma de dejarlo sin causar problemas," dije lentamente, "es que alguien 'compre' el puesto. Es algo que se hace a veces, extraoficialmente. Se le da una compensación a la persona que se va y una 'gratificación' a la persona que ayudó a conseguirlo en primer lugar, como mi tío. Para agradecerle el favor y asegurar que acepte al reemplazo."
Sofía me miraba con la boca abierta. Ricardo parecía interesado.
"¿Y de cuánto dinero estamos hablando?", preguntó Sofía, impaciente.
La miré fijamente y solté la cifra.
"Quinientos pesos."
"¡¿Quinientos pesos?!", gritó Sofía, poniéndose de pie de un salto. "¡Estás loca! ¡Eso es una fortuna! ¿De dónde voy a sacar yo tanto dinero?"
En 1987, quinientos pesos era, en efecto, una cantidad considerable. Era casi la mitad de mi dote.
Mantuve la calma.
"No es para mí, Sofía. O no todo. Doscientos serían para mí, como compensación por dejar un trabajo seguro. Los otros trescientos son para mi tío. Él es un hombre importante, Ricardo lo sabe. No podemos ofenderlo con una cantidad menor. Pensaría que no valoramos su ayuda. Podría incluso bloquear tu nombramiento y dárselo a otra persona."
Este era el punto clave. Apelé al miedo y al respeto que Ricardo le tenía a mi tío. Vi la lucha interna en su rostro. Por un lado, no quería gastar dinero. Por otro, la idea de tener a Sofía trabajando y contribuyendo, y de paso quedar bien con mi tío, era muy tentadora.
"Es mucho dinero, Elena," dijo Ricardo, pero su tono ya no era de negativa, sino de negociación.
"Lo sé," admití, fingiendo estar afligida. "Pero piénsalo. Es una inversión. Sofía tendrá un trabajo seguro para toda la vida. Y yo tendré algo de capital para... no sé, quizás poner un pequeño negocio, para no ser una carga para ti."
Jugué mi última carta, haciéndome la víctima.
"Además, yo no tengo ni un peso ahorrado. Todo lo que gano se va en la casa, en la comida... Tú sabes cómo es."
Le lancé una mirada significativa, un recordatorio sutil de todas las veces que le había pedido dinero para gastos y él me había dicho que "administrara mejor". La culpa lo golpeó.
Él miró a Sofía, cuya cara era una máscara de frustración y deseo. Ella quería ese trabajo más que nada en el mundo. Era su puerta de entrada a la vida que sentía que merecía.
"Yo... yo tengo algo de dinero guardado," dijo Sofía a regañadientes. "Pero no me alcanza. Solo tengo doscientos pesos."
Miró a Ricardo con ojos suplicantes. El mensaje era claro.
Ricardo suspiró, derrotado.
"Está bien. Yo pondré los trescientos que faltan. Pero me los vas a ir pagando poco a poco, Sofía, ¿me oyes?"
"¡Sí, sí, claro que sí, Ricardo! ¡Te lo pagaré todo, te lo juro!", exclamó ella, radiante de felicidad.
Yo me levanté de la mesa, como si el asunto estuviera resuelto y ya no me concerniera.
"Perfecto. Entonces, mañana mismo hablo con mi tío. Pero necesito el dinero en efectivo para llevárselo. A él no le gustan las promesas."
Dejé la habitación, sintiendo sus miradas en mi espalda. En mi cuarto, cerré la puerta y me apoyé en ella, una sonrisa de triunfo dibujada en mi rostro. No solo iba a recuperar parte del dinero que me robaron, sino que les estaba vendiendo la pala con la que cavarían su propia tumba. El trabajo en la fábrica textil iba a ser reestructurado en menos de un año debido a la nueva maquinaria que importarían. Muchos puestos, incluido el mío, serían eliminados. Sofía estaba pagando una fortuna por un trabajo que no duraría ni doce meses. Y yo, con ese dinero, compraría mi futuro.