Despertar en 1987: Mi Regla
img img Despertar en 1987: Mi Regla img Capítulo 2
3
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

Sofía llegó puntual, justo como Ricardo había dicho. La vi desde la ventana mientras pagaba el taxi, arrastrando una maleta de cartón que parecía a punto de desarmarse. Llevaba un vestido floreado demasiado infantil para su edad y el cabello recogido en dos trenzas que pretendían darle un aire de inocencia que yo sabía que no poseía. Cuando levantó la vista hacia nuestro departamento, una sombra de envidia y ambición cruzó por sus ojos antes de que la reemplazara con una expresión de humildad ensayada.

Ricardo corrió a abrir la puerta, todo sonrisas y amabilidad.

"¡Sofía! ¡Prima! ¡Qué bueno que llegaste! ¡Bienvenida!"

"Ricardo, muchas gracias por recibirme. De verdad, no sé qué habría hecho sin ustedes."

Su voz era dulce, casi un susurro. Entró y sus ojos recorrieron el pequeño departamento. A pesar de ser modesto, para ella, que venía de la nada, era un palacio. Su mirada se posó en mí, que estaba de pie junto a la sala, y me dedicó una sonrisa condescendiente.

"Hola. Tú debes ser la muchacha que ayuda con la limpieza. Mucho gusto. Ricardo me ha hablado mucho de lo buena que es tu patrona."

El silencio que siguió fue denso. Ricardo se puso pálido como el papel. En mi vida anterior, esta humillación me había dolido profundamente. Me había sentido pequeña, insignificante. Ahora, solo sentía una fría diversión. La dejé saborear su pequeño momento de triunfo.

"Sofía..." empezó Ricardo, con la voz temblorosa. "Ella no es..."

Pero yo lo interrumpí, manteniendo mi expresión serena.

"No te preocupes, Ricardo. Es un error comprensible. Soy Elena, la prometida de Ricardo. Prima, qué gusto verte."

La cara de Sofía pasó del desconcierto al pánico y luego a una vergüenza fingida en cuestión de segundos. Era una actriz consumada.

"¡Ay, prima! ¡Elena! ¡Perdóname, por favor! ¡Qué tonta soy! Es que... como vienes de un pueblo, como yo... no pensé... Ay, qué vergüenza."

Se tapó la cara con las manos, pero pude ver cómo me espiaba entre los dedos, calculando el efecto de su actuación.

"No pasa nada, Sofía. Siéntete como en tu casa," dije con una calma que la desarmó.

Ricardo, al ver que no había una escena de celos o un drama, se relajó visiblemente y se apresuró a defender a su verdadera amada.

"Ya ves, Sofía, te dije que Elena era muy buena y comprensiva. No te preocupes."

Sofía bajó las manos y me miró con los ojos llenos de lágrimas falsas.

"Gracias, prima. Eres un ángel. Prometo no darles ninguna molestia. Ayudaré en todo lo que pueda en la casa."

Claro que lo harás, pensé.

Ricardo, ansioso por terminar con el momento incómodo, tomó la maleta de Sofía.

"Ven, te enseño tu cuarto. Elena y yo lo estuvimos preparando para ti toda la mañana."

Mentiroso. Él fue el que sudó moviendo cajas mientras yo le daba indicaciones desde la puerta.

Mientras se dirigían al cuarto, Sofía me lanzó una mirada por encima del hombro. Era una mirada de evaluación, de sorpresa. No entendía mi calma. En su guion, yo ya debería estar llorando o gritando. Mi serenidad la desconcertaba, y eso me daba una ventaja.

Poco después, Ricardo regresó a la sala, solo. Se acercó a mí con una expresión de gratitud exagerada.

"Elena, de verdad, gracias. No sabes lo mucho que significa esto para mí. Demuestras la gran mujer que eres."

Su tono era el de alguien que le habla a un niño o a una mascota que ha hecho un truco. Le sorprendía que yo pudiera comportarme con una madurez que él mismo no poseía.

"No tienes que agradecerme nada, Ricardo. Somos familia," repetí mi nuevo mantra. "Por cierto, tengo que salir. Quedé de ver a mi mamá. Necesita que la ayude con unas compras."

Era una mentira, por supuesto. Mi madre no me esperaba. Pero necesitaba salir de esa casa, dejar que la olla de presión empezara a calentarse sin mí.

"¿Ahora? Pero Sofía acaba de llegar..."

"Precisamente. Así tienen tiempo de platicar y ponerse al día. Además, seguro tu prima tiene hambre después del viaje. ¿Podrías prepararle algo de comer? Yo no creo que regrese hasta la tarde."

Le sonreí con dulzura, como si le estuviera haciendo un favor. Su rostro se descompuso. Él, que nunca había preparado ni un huevo frito en su vida, ahora tenía la responsabilidad de atender a su invitada.

"Pero... yo no sé cocinar, Elena."

"No te preocupes, es fácil. Hay huevos y frijoles en la cocina. Seguro puedes hacerle unos huevos a la mexicana. A Sofía le encantan."

Me di la vuelta, tomé mi bolso y me dirigí a la puerta sin esperar su respuesta.

"Nos vemos más tarde. ¡Que se diviertan!"

Cerré la puerta detrás de mí y respiré el aire de la calle. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí libre. Los dejé solos, a los dos traidores, en la pequeña jaula que era nuestro departamento. Sabía exactamente lo que pasaría. Sofía se quejaría del desorden en su cuarto, Ricardo intentaría torpemente cocinar algo y quemaría la comida, y ella usaría su ineptitud para mostrarse como una mujer más capaz y hacendosa que yo. Que empiece el juego. Yo ya no era una jugadora, era la dueña del tablero.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022