El Sabor Amargo del Amor
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Capítulo 2

Isabella, ante los ojos de todos, me tendió la mano.

"No te preocupes, Sofía. Yo te ayudaré. Puedes ser mi asistente. Aún puedes aprender mucho."

Su generosidad era una bofetada. El público aplaudía su "nobleza". Mi propia familia la miraba con orgullo, conmovidos por su magnanimidad. Mi madre se acercó, con los ojos llorosos.

"Hija, acepta la oferta de tu hermana. Quizás esto te sirva de lección."

Pero yo no podía. Aceptar era admitir su mentira. Era validar el robo.

Negué con la cabeza, mirando directamente a los ojos de mi abuela.

"Yo no hice nada malo."

Mi voz sonó débil, quebrada, pero firme.

"No sé qué pasó, pero ese talento es mío."

Mi abuela frunció el ceño. Su decepción se convirtió en ira.

"¡Basta de excusas! ¡No tienes honor! ¡Te niegas a reconocer tu pereza y tu fracaso! ¡Fuera de mi vista! ¡Ya no eres mi nieta!"

La sentencia fue final. Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies. Un dolor agudo me atravesó el pecho, no era emocional, era físico. El aire me faltó, mi visión se volvió borrosa y todo se volvió negro.

Caí al suelo.

Mi cuerpo se convulsionó. El dolor era insoportable, como si miles de agujas invisibles me estuvieran desgarrando por dentro. Escuchaba las voces lejanas, el caos, pero no podía moverme, no podía respirar. Me estaba muriendo.

En la oscuridad de mi inconsciencia, tuve una visión.

Me vi a mí misma, radiante, cocinando en la cocina de mi abuela. De mi cuerpo salían hilos de luz dorada, hilos de energía, de conocimiento, de pasión. Y al otro extremo de esos hilos estaba Isabella, absorbiéndolo todo, como un parásito. Vi cómo el "sistema" del que hablaba era una red invisible que me conectaba a ella, una red que me drenaba la vida para alimentar su farsa.

Entendí todo. No era pereza. No era falta de talento. Me lo habían robado.

Desperté en una pequeña clínica de pueblo. Mi cuerpo era un desastre. Estaba débil, frágil. El doctor dijo que había sufrido un colapso por estrés severo, que casi no lo logro. Mi familia no estaba. Me habían dejado allí. Sola.

Una determinación fría se apoderó de mí. No iba a morir. No iba a dejar que Isabella ganara.

Recordé las historias de la abuela, historias de antes, cuando aún me amaba. Hablaba de Oaxaca, de un mercado antiguo donde los verdaderos guardianes del maíz y el chile aún vivían. Un lugar llamado "El Corazón de la Tierra", un lugar peligroso para los extraños, pero lleno de un poder ancestral.

Era mi única oportunidad.

Con el poco dinero que tenía, me di de alta. Apenas podía caminar. Cada paso era una agonía. Pero mi voluntad era de hierro. Me subí a un autobús destartalado, con el cuerpo temblando de debilidad y fiebre.

Mientras el autobús se alejaba, vi en un espectacular la cara sonriente de Isabella, anunciada como "La nueva reina de la cocina mexicana".

Apreté los puños.

Me dirijo a Oaxaca. Me dirijo al Corazón de la Tierra. Iba a recuperar lo que era mío. Aunque me costara la vida.

            
            

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